Homilía en Te Deum de Fiestas Patrias 2013
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Homilía en Te Deum de Fiestas Patrias 2013

Iglesia Catedral de Talca 17 de septiembre de 2013

Fecha: Martes 17 de Septiembre de 2013
Pais: Chile
Ciudad: Talca
Autor: Mons. Horacio Valenzuela Abarca

El verdadero remedio para las heridas de la humanidad… es una regla de vida basada en el amor fraterno, que tiene su manantial en el amor de Dios” ( Benedicto XVI, Ángelus 03 de Julio 2011).

En esta fecha tan significativa para nuestro querido Chile, nos reunimos en nuestra Catedral de Talca para dar gracias al Señor por estos 203 años de vida independiente. Juntos damos gracias en especial por los innumerables hombres y mujeres, conocidos y anónimos, que movidos por la fe y la buena voluntad, con diversas miradas y distintas opciones políticas y sociales, escribieron nuestra historia; gracias por tantos hijos de esta tierra que ofrecieron incluso la vida para abrirnos caminos de libertad .

Damos gracias a Dios también por aquellos que hoy desde la política, el trabajo, la ciencia, la empresa y la creación artística están trabajando por el bien común. Gracias por los progresos que vamos haciendo en tantos campos de la vida nacional. Gracias por todos aquellos que siguen hoy edificando nuestra casa grande que es Chile con el más firme y hermoso de los materiales: el respeto sagrado por la vida libre y digna de todos sus hijos e hijas.

En estos días recientes, después de 40 años, ha vuelto con más fuerza a la memoria el quiebre de nuestra democracia y la irrupción de la violencia fratricida cuya secuela de sufrimiento y desencuentro todavía nos divide como país.

Con la perspectiva y la sabiduría del tiempo, se vuelven más acuciantes tantas pregunta ¿Por qué llegamos a esa situación?, ¿Por qué toleramos formas tan inhumanas de pensar y de actuar?¿No existía acaso alguna salida pacífica para la violencia y polarización que vivíamos?. Aunque no resulte fácil, es obligatorio tratar de responder estas preguntas con honradez. Junto con ello, tendremos también que reconocer que todos, por acciones u omisiones, favorecimos condiciones para que se atropellaran aquellos valores y derechos sagrados que hacen posible la convivencia humana. De una forma u otra, aceptamos razones, políticas, teorías, ideologías, estrategias, objetivos que prevalecieron por sobre el valor sagrado de la vida y la dignidad de todo ser humano creado a imagen de Dios. Los años vividos fueron una escuela dolorosa y quiera Dios que aquella lección recibida con tanto dolor para la patria entera, con tanto llanto e impotencia, nos apremie y nos impulse a construir una nación del encuentro y del diálogo.

No es la cultura de la confrontación, la cultura del conflicto, la que construye la convivencia en los pueblos y entre los pueblos, sino esta: la cultura del encuentro, la cultura del diálogo; este es el único camino para la paz” ( Papa Francisco, Ángelus 01 de septiembre 2013).

Tenemos que trabajar todos para que el grito ¡nunca más! que se ha oído desde distintos sectores políticos y sociales sea más que un grito. Ese grito de “nunca más” debe convertirse en una tarea seria y generosa para reconstruir la confianza desde la verdad, la justicia y la caridad. Para volvernos a mirar como hermanos, sin odios excluyentes que traigan el pasado al presente.

Hoy pedimos al Señor que nos ayude a no malgastar tantos sufrimientos quemándolos en el fuego de querellas inconducentes que un clima electoral suele atizar.

Cuando las situaciones son complejas y dolorosas; cuando resulta imperativo darle forma a desafíos que requieren generosidad; cuando sentimos de que la tarea no es posible si no hay cambios de actitud en el alma, entonces agradecemos más al Señor que nos ofrece la fuerza de la oración cuyo influjo es capaz de orientar el corazón hacia el diálogo sereno y fecundo; a amar y preferir la verdad, a reconocer y confesar el mal hecho, a saber conceder; a dar y recibir el perdón. El día mundial de oración y ayuno por la paz en Siria que convocó días atrás el Papa Francisco, ha mostrado la eficacia de la oración; al menos ya se ha postergado, y esperamos que se diluya, la decisión equivocada de recurrir a la violencia para matar la violencia. La violencia siempre ha sobrevivido al ataque de la violencia.

La oración, contraria a la violencia, tiene la virtud de conseguir aquello que es bueno para todos; “La paz necesita oración. No hay odio, ni conflicto, ni muro que pueda resistirse a la oración, al amor paciente que se convierte en don y perdón, al mismo tiempo que educa desde la raíz para construir un mundo en el que no todo es mercado y donde lo realmente importante no se compra ni se vende” ( Mitin de Rímini 2010 ).

La oración es diálogo con Dios y es fuente del diálogo entre los hombres. El diálogo sincero y generoso nos puede abrir a la acción de Dios especialmente hoy que es imperativo escucharnos y escuchar a las nuevas generaciones que están haciendo oír fuerte su voz. Necesitamos dialogar para avanzar todos y borrar a Chile de la odiosa lista de los países más violentos y desiguales.

El diálogo constructivo es el recurso renovable para alimentar la paz. El diálogo no es ingenuidad, hace que las diferencias sean parte de la belleza y la armonía social, con él nadie arriesga su identidad; nos permite seguir siendo humanos en los momentos de crisis; dialogar nos da la capacidad de ver lejos para darle forma a un destino común que es inevitable para los que habitan el mismo lugar; el diálogo es la alternativa a la violencia. Sin obligar a nadie, a través de la educación, del convencimiento interior y de la conversación cotidiana, el diálogo nos ofrece salvaguardar la libertad persona y civil (Ecclesiam Suam 27).

La palabra de Dios nos ofrece hoy un piso seguro para construir el futuro en la verdad. La Palabra de Dios es como la luz del sol que pone en diálogo las cosas iluminándolas sin diferencia y respetando su color, lugar especie y tamaño; cuando se pone el sol la inseguridad de la noche nos obliga a abandonar lo común y aislarnos en nuestros refugios.

En el Evangelio que hemos escuchado, la parábola del Buen Samaritano, se nos ofrece esa luz clara y confiable para mirar y para ver bien nuestra patria. Jesús nos cuenta una breve historia de la humanidad y establece el norte irrenunciable y definitivo de nuestros diálogos sociales. Jesús nos indica aquello sustantivo que no puede quedar fuera de ninguna discusión sobre el país que buscamos.

Por el camino de Jerusalén a Jericó transitaban diversas personas con quehaceres seguramente importantes. Es la historia de la humanidad y también nuestra propia historia; los primeros transeúntes olvidaron lo más importante, siguieron de largo y quedaron fuera del relato porque dejaron al hermano caído en el camino. Ese único hermano justificaba retardar el viaje, asumir cualquier incomodidad, los gastos extras e incluso el peligro que representaba alguien botado en la soledad del camino. El Señor nos enseña que para no salir del relato, para no quedar fuera de la historia noble y buena, hemos de ocuparnos de los marginados. Es imprescindible ver a los que están material y espiritualmente excluidos en la orilla del camino por el que tal vez la mayoría avanza; es esencial preocuparnos especialmente, como nos ha repetido el Papa Francisco, de aquellos que se encuentran en las periferias materiales y existenciales. Muchos de estos hermanos permanecen ocultos y silenciosos en las largas esperas, en la deuda que no se puede pagar, en la jubilación que ofende, en la tierra que hay que vender. Hacernos cargo implica detener la marcha; no se puede seguir sin ellos, su situación ha de ser el tema principal de nuestros diálogos como país; hacia ellos quiere el Señor que orientemos nuestra mirada y con ellos avanzar al futuro.

El Señor que nos acompaña en la historia nos quiere comunicar su manera de caminar hacia la plenitud. El nos enseña que a veces es necesario cambiar el trayecto para atender al herido; incluso modificar el tiempo del viaje y la hora de llegada de un país al desarrollo con tal que lleguemos todos; la patria ha de mirar a Cristo el Buen Samaritano para comprender el camino que lleva a la vida.

Así nos lo recordaban los obispos de América Latina y el Caribe reunidos en Aparecida “Los rostros sufrientes de los pobres son rostros sufrientes de Cristo. Ellos interpelan el núcleo del obrar de la Iglesia, de la pastoral y de nuestras actitudes cristianas…de nuestra fe en Cristo brota también la solidaridad como actitud permanente de encuentro, hermandad y servicio a la vida de loa más pobres y excluidos…” ( DA 392-393 ).

La Virgen María del Carmen , estrella de nuestra bandera y Madre de todos nosotros, nos ayude a reunirnos como hermanos para alcanzar la paz , el don más grande de Dios.

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