Misa Crismal
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Misa Crismal

Fecha: Jueves 17 de Abril de 2014
Pais: Chile
Ciudad: Santiago
Autor: Cardenal Ricardo Ezzati Andrello

Señor Cardenal, hermanos Obispos y presbíteros en el único sacerdocio ministerial,

A Ustedes paz y bendición en el nombre del Señor Jesús, Sacerdote y Pastor, de cuyo ministerio son partícipes en la Santa Iglesia que peregrina en Santiago. A todos les deseo la gracia sobreabundante de la Pascua del Señor.

Queridos Consagrados, Consagradas, Seminaristas, hermanas y hermanos todos. A todos les deseo la gracia sobreabundante que brota de la Pascua del Señor.

1.- Introducción

Hermanos, sacerdotes: En su designio providente y salvador, el Señor ha dispuesto que, compartiéramos un trecho de camino en la Iglesia que peregrina en Santiago. Peregrinamos como discípulos-misioneros suyos, partícipes de su mismo ministerio sagrado al servicio al pueblo de Dios. Peregrinamos en compañía de consagrados y consagrada, de laicos y laicas, de jóvenes, adultos y ancianos, viviendo en la comunión de la Santa Iglesia y marcados por e Sacramento del Orden Sagrado que nos configura a Cristo, Cabeza y Pastor de su Pueblo Santo, asombrosa expresión de predilección y elección, sin mérito alguno de parte nuestra. Con el obispo, llevan sobre sus hombros el gozo de la misión confiada a los Sucesores de los Apóstoles y a sus más inmediatos colaboradores. Por gracia divina, obispo y presbíteros, hemos sido constituidos ‘signos personas’ del mismo Jesús, único verdadero Sacerdote y Buen Pastor del rebaño. ¡Qué misteriosa elección de amor, la del Maestro! “A Ustedes los llamo amigos”; “permanezcan en mi amor”… ¡Cuanto asombro adorante debiera despertar en nosotros la invitación a permanecer en su amor y en su amistad! La Misa de Óleos que estamos celebrando, nos ofrece la gracia de entrar, más a fondo, en este misterio de elección para vivirlo con mayor intensidad y gozo.

2.- Vocación-elección de Gracia

Mi palabra en esta mañana aspira a ser mucho más que el cumplimiento formal de una tarea debida. No me he propuesto sintetizar para Ustedes las verdades fundamentales que definen nuestro estado de vida presbiteral en la Iglesia. No. Lo único que quisiera es compartir con Ustedes, profundamente agradecido, sencilla y fraternalmente, es la convicción y la experiencia más lúcida de mi vida: nuestra vocación-misión es una gracia, un privilegio; la gracia y el privilegio de ser signos de Cristo, portadores de un don maravilloso, fecundo de vida abundante y de plena realización humana, don para nosotros mismos y para los hermanos y hermanas a quienes servimos, revestidos de la misma autoridad de Cristo Jesús. Quisiera que mi pobre palabra encontrara eco en el alma y en el corazón pastoral de cada sacerdote. De verdad, hemos sido bendecidos; de verdad, nuestra vida es fecunda; de verdad, nos ha tocado un lote hermoso; de verdad, la vocación sacerdotal puede llenar y efectivamente llena las aspiraciones más profundas del corazón humano.

¿No es acaso ésta la experiencia más bella de nuestra vida de consagrados? ¿No es ésta la gracia que marca el horizonte de nuestra existencia, la esperanza que llena el corazón, la certeza que impulsa a la audacia, y la fuerza que nos invita a abrirnos a todas las viejas y nuevas periferias? ¿No es éste, además, el testimonio que queremos transmitir a los jóvenes, cuando los invitamos a escuchar la llamada del Señor y a comprometerse con Él?

La liturgia de nuestra ordenación presbiteral culminó con una exhortación del obispo a la cual debiéramos volver a menudo. Se nos dijo: “Recibe la ofrenda del pueblo santo para presentarla a Dios. Considera lo que realizas e imita lo que conmemoras, y conforma tu vida con el misterio de la cruz del Señor”. Conforma tu vida con el misterio de la cruz del Señor: ese fue y es nuestro compromiso. Es la vestidura de boda con la que esperamos presentarnos ante el Señor.

3.- Una palabra de gratitud

El Jueves Santo y la Misa Crismal, me ofrece la ocasión para decirles lo que, muchas veces, se da por descontado.

Quiero decirles que, en el Señor, los siento hermanos muy queridos; que en cada celebración de la Santa Eucaristía, como Ustedes lo hacen por mi, yo también oro por Ustedes, agradeciendo al Señor que sean un don suyo para la Iglesia de Santiago; que lo sean para sus hermanos sacerdotes en el presbiterio y para su Obispo, en cuyas manos, como un gesto de confianza y de obediencia, han puesto las suyas, el día de su Ordenación. A lo largo de estos años de ministerio episcopal en la Arquidiócesis, he aprendido a conocerlos más a fondo, a descubrir más nítidamente su deseo de santidad personal, a valorar más la caridad pastoral que los mueve y el deseo de comunión, afectiva y efectiva que quieren cultivar con todos los miembros de la Iglesia. Me emociona y alienta experimentar el vínculo de comunión sacramental que se expresa no sólo en esta Misa Crismal sino también, en la ordenación de nuevos presbíteros y diáconos, en las fiestas y asambleas diocesanas, como también, cuando despedimos a los hermanos que, una vez concluida la carrera, han vuelto a la Casa del Padre. Me edifica la caridad pastoral que los lleva a las comunidades de sus parroquias sedientas de la Palabra de Dios y hambrientas de Pan Eucarístico. Les agradezco que, con espíritu de fe y juntos a sus comunidades, hayan acogido la invitación a una pastoral más orgánica, sinodal y más comprometida en la misión territorial, y que estén aportando para que la misión permanente sea el estilo de trabajo apostólico de la Arquidiócesis. La conversión pastoral que ha pedido la Vª Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y Caribeño, debe arrancar justamente de nosotros, de nuestra convencida y continua conversión.

Gracias a los presbíteros ancianos y enfermos; gracias a los presbíteros que cargan sobre sus hombros la faena de todos los días; gracias a los presbíteros jóvenes de quienes esperamos nuevos impulsos apostólicos; gracias a los presbíteros que, desde el seno del Padre, siguen orando e intercediendo por esta porción del pueblo del Señor. A todos, gracias por su disponibilidad en el servicio al pueblo de Dios, manifestada en una serena obediencia y vivida con espíritu de fe y de confianza.

Es motivo de alegría y de esperanza escuchar las expresiones de aprecio y de afecto de parte de los fieles de sus comunidades. Si es cierto que el futuro de la Iglesia depende, en gran medida, de su presbiterio, me asiste la gozosa esperanza que a la Iglesia de Santiago le espera un futuro de bienaventuranza y de fecundidad.

¡Qué grande y bondadoso es el Señor! Ha revestido la fragilidad de Ustedes y la mía, con la gracia de su elección, lo que permite abrigar la esperanza que de las tinajas de nuestra existencia, siempre se podrá sacar el vino nuevo que anima la fiesta de los invitados a las Bodas del Reino.

4.- Fieles porque Él les es fiel

Si la primera palabra es de acción de gracias por su ministerio, la segunda es una invitación a mantener vivo y operante el don que han recibido. Recuerdo las palabras del Apóstol Pablo a su discípulo Timoteo: “Te aconsejo que reavives el don de Dios que te fue conferido cuando te impuse las manos. Porque Dios no nos ha dado un espíritu de temor, sino de fortaleza, de amor y de buen juicio. No te avergüences, pues, de dar testimonio de nuestro Señor, ni de mi, su prisionero; por el contrario, con la confianza puesta en el poder de Dios, sufre conmigo por el evangelio. Dios nos ha salvado y nos ha llamado a una vocación santa, no por nuestras obras, sino por su propia voluntad y por la gracia que nos ha sido dada desde la eternidad en Jesucristo.”(“Tim 1, 6-9).

Hoy, es el Papa Francisco quien nos recuerdas: “Somos pastores a imagen de Jesús, el Buen Pastor, para ser como Él en medio del rebaño, para alimentar a sus ovejas. Convertirse en buenos pastores a imagen de Jesús es algo muy grande, y nosotros somos muy pequeños. Sí, es verdad, es demasiado grande, pero no es obra nuestra. Es obra del Espíritu Santo, con nuestra colaboración.”(Papa Francisco).

¿Qué implica, entonces, mantener vivo y operante el don recibido por la imposición de las manos? ¿Qué dinamismos espirituales debemos mantener despiertos en nosotros? La Palabra de Dios, la tradición de la Iglesia, las enseñanzas del Magisterio, la formación del seminario y la misma praxis de la vida sacerdotal, nos lo recuerdan a diario. Implica vivir en la conciencia de lo que Pablo le recordaba a Timoteo: “hemos sido llamados a una vocación santa, no por nuestras obras…, sino por la gracia que nos ha sido dada” (Ib.). Es buscar ser otros Cristos…

Mantener vivo y operante el don recibido requiere “permanecer” en el amor del Señor, en diálogo y en comunión de vida con Él.
Por esta intimidad, el sacerdote llega a ser “icono” de la visibilidad de Dios, y“el cometido central del sacerdote es llevar Dios a los hombres. Lo podrá hacer sólo si él mismo viene de Dios, si vive con y desde Dios.”(Benedicto XVI, Discurso del 22.12.2006)

Si para pastorear adecuadamente las comunidades cristianas, el Documento de Aparecida y Las Orientaciones Pastorales de nuestra Arquidiócesis, nos piden recorrer el camino de la conversión pastoral, como “una firme decisión misionera que debe impregnar todas las estructuras eclesiales y todos los planes pastorales…”(Ap. 365), no hay que olvidar que sólo “la conversión personal despierta la capacidad de someterlo todo al servicio de la instauración del Reino de la vida… que implica escuchar con atención y discernir “lo que el Espíritu está diciendo a las Iglesias”(Ap 2, 29) (Ib. 366).

Queridos hermanos sacerdotes, los insto a continuar en la ardua tarea de fortalecer su vida espiritual, viviendo en Dios, con un ritmo de oración personal y comunitaria, asumida con esmero y como parte esencial de su ministerio. Aparecida recuerda que “El pueblo de Dios siente la necesidad de presbíteros-discípulos que tengan una profunda experiencia de Dios, configurados con el corazón del Buen Pastor, dóciles a las mociones del Espíritu, que se nutran de la Palabra de Dios, de la Eucaristía y de la oración…”(Ap. 199).

5.- Testigos de la belleza de vuestra vocación

Si el fruto más maduro de nuestra conversión es la renovación espiritual de de cada presbítero en su vocación ministerial, indudablemente esta gracia se convertirá también en una potente profecía de la belleza y de la fecundidad de una vida consagrada al Señor y a la comunidad. Profecía y gracia que nuestra Iglesia particular necesita con suma urgencia. En efecto, la mies es mucha, pero los obreros son pocos. Frente a esta urgente necesidad ¿cuál es mi respuesta? ¿Puedo decir que me dedico, con seriedad a esta tarea y que he dedico tiempo y pasión para descubrir, discernir y acompañar la posible vocación sacerdotal que Dios siembra en el corazón de algunos jóvenes? El Documento de Aparecida alienta a los sacerdotes “a dar testimonio de vida feliz, alegría, entusiasmo y santidad en el servicio del Señor”(DA 315), conscientes de que cada sacerdote es la figura clave en la decisión vocacional de quienes aspiran a seguir más de cerca al Maestro.

Estoy convencido que Ustedes, con la fuerza de su testimonio y de su palabra, serán los primeros promotores vocacionales. Se trata de dar visibilidad y transparencia a la belleza de la propia vocación sacerdotal y de manifestar su inmensa fecundidad apostólica.

¿Será posible que la misión territorial signifique un compromiso más decidido de cada presbítero en la pastoral vocacional? ¿Será posible una dedicación más esmerada en el acompañamiento espiritual de los muchachos y una participación más comprometida en las iniciativas vocacionales de la Arquidiócesis? Lo espero. Lo espera, de modo particular, el pueblo de Dios, deseosos de escuchar la Palabra revelada y de participar en los sacramentos de la salvación.

6.- Conclusión

Queridos hermanos sacerdotes, renueven con fe las promesas sacerdotales y mientras se consagra el crisma con que fueron ungidos y consagrados como ministros de Cristo, oremos los unos por los otros, para que sea Cristo quien viva en cada uno y no haya sitio para la mediocridad que termina siempre en daño de quienes nos fueron confiados.

Hermanos y hermanas, consagrados y laicos. Oren por sus sacerdotes. La santidad y la fecundidad de sus vidas es también responsabilidad de Ustedes.

María, Reina de los Apóstoles, ruega por nosotros.

Cardenal Ricardo Ezzati Andrello
Arzobispo de Santiago
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