Quisiera saludar en el día de hoy a todos los trabajadores y trabajadoras de la Región del Bío-Bío. Gracias a su esfuerzo y abnegación todos quienes estamos aquí podemos procurarnos de los bienes y servicios que nos permiten vivir. Gracias sr. panadero. Gracias sra. vendedora. Gracias sr. obrero de la construcción y de los puertos. Gracias trabajador de los bosques y de mar adentro. Gracias sr. alfarero y pescador artesanal. Gracias minero que entrega todo para darnos de comer. Gracias a quienes se desvelan en los hospitales curando nuestras heridas. Gracias a los tipógrafos que permiten informarnos día a día. Gracias a los miles y miles de servidores públicos que nos proveen servicios para vivir. Gracias sr. profesor. Sra. Profesora por todo lo que enseñan día a día, con tantas dificultades pero con tanta abnegación.
No puedo dejar de agradecer a los empresarios que creen en la empresa como una comunidad de personas y promueven el bien de sus trabajadores y trabajadoras al interior de ella, de sus familias y el medio ambiente en el cual viven.
Gracias a todos ustedes porque gracias a su esfuerzo podemos vivir día a día. Gracias, muchas veces muchas gracias a esos miles de chilenos y chilenas que día a día, desde muy temprano y superando muchas adversidades, de manera anónima y silenciosa van tejiendo la historia de este país maravilloso que Dios nos ha regalado y nos ha pedido que lo cuidemos y embellezcamos.
Juan Pablo II hoy Santo, estuvo en la ciudad de Concepción hace 25 años y nos recordó que el trabajo es la clave de la cuestión social. Por ello que es tan importante esta celebración. El trabajo del hombre está indisolublemente unido al querer de Dios. Y el padre Carlos Puentes a tiempo y a destiempo, en los más variados campos de la vida laboral nos recordaba la dignidad del trabajador y la dignidad del trabajado. Hoy le hacemos a este apóstol de los trabajadores un especial reconocimiento. Gracias padre Puentes por su testimonio.
Por lo tanto si queremos saber como está el país, si queremos saber como está la región, si queremos saber qué futuro nos espera, debemos mirar qué es lo que pasa con los trabajadores, qué es lo que está pasando con los miles y miles de hombres y mujeres que día a día llevan el pan a sus casas con el sudor de su frente y qué es lo que está pasando con quienes no tienen trabajo.
Debemos reconocer que, lamentablemente, las fuentes de trabajo de la región, verdaderos hitos y buques insignias se están desplomando. Pensemos en ENACAR y el drama de los cientos de trabajadores que llegaron jóvenes e ilusionados a trabajar a la mina y terminaron solos, pobres y enfermos. Miremos Huachipato, una verdadera ciudad empresarial, ejemplo para el mundo, hoy con respirador artificial y despidiendo a cientos de trabajadores. Miremos bellavista Oveja Tomé. Un orgullo para Tomé y la región, hoy cerrando sus puertas y dejando trabajadores que dieron la vida por ella a la deriva. Lo mismo con Croswsbill y con tantas medianas empresas que ahogadas por el sistema económico han quebrado. Las dramáticas consecuencias de ello nos duelen y nos obligan a reflexionar acerca de la indefensión en la cual se encuentran miles de trabajadores y sus familias, y sus sueños.
Muchos de ellos tienen que abandonarlas por largos días para ir a buscar el sustento al norte. No podemos quedar indiferentes. Debemos promover un modelo económico que cuide y resguarde el trabajo y no lo desaliente, que promueva la vida familiar y no la destruya. Lo debemos promover desde la Región, para sus habitantes.
La Iglesia a través de su Doctrina social promueve el Evangelio del trabajo, es decir promueve una buena noticia respecto de él. Afirma además que su anuncio es parte de su misión evangelizadora.
Faltaríamos gravemente a nuestras responsabilidades si no enseñáramos y no promoviéramos la doctrina social de la Iglesia y el valor sagrado del trabajador, como lo decía incansablemente el padre Carlos Puentes.
Lo primero que quisiera decir es que el trabajo es una bendición porque permite que el hombre y la mujer se desarrolle como persona, contribuya al progreso de la sociedad, pueda formar una familia y ahorrar lo suficiente para su vejez.
Es doloroso saber que muchos chilenos y chilenas a pesar del inmenso esfuerzo que realizan no tienen un trabajo digno, no tienen un salario que les permite vivir dignamente, educar a sus hijos y asegurar una vejez en paz. Es doloroso saber incluso que aún hay personas que trabajan sin un contrato y en precarias condiciones laborales. Duele también que las mujeres por el mismo trabajo reciba una remuneración inferior a la del hombre. Esas situaciones son contrarias al querer de Dios porque son contrarias a la dignidad del ser humano.
La Iglesia repite una y otra vez que el valor del trabajo radica en que lo realiza una persona más que en lo que realiza. Desde esa mirada la empresa ha de ser una comunidad de personas donde se respete a cada uno por el solo hecho de ser un ser humano. El hombre vale en primer lugar por lo que es y no por lo que tiene o hace. Desde ese punto de vista es bueno recordar que el trabajo está al servicio de la persona y su familia y no la persona y la familia al servicio del trabajo. Le corresponde a las distintas instancias del Estado mediantes adecuadas políticas públicas promover un adecuado equilibrio entre el trabajo y la familia de tal manera que la persona sea más.
Es sabido, a pesar del esfuerzo que algunos empresarios han hecho, que muchos trabajadores desenvuelven sus obligaciones en malas condiciones laborales, con horarios extenuantes y poca remuneración. Ello se debe principalmente a que muchos comprenden el trabajo como una mera mercancía que entrega el trabajador. En el día de los trabajadores es bueno volver a repetir que el trabajo de cada ser humano no es una mercancía y por lo tanto no puede quedar a merced de los vaivenes del mercado ni tranzarse en él. Podremos decir que Chile es un país verdaderamente desarrollado cuando el trabajador sea dignificado a través de él y no humillado.
Todos sabemos que hay una estrecha relación entre los ingresos de una persona y por ende de su familia y el nivel educacional que posee. Ello ha de hacer recapacitar al Estado en el modo como colabora para que los hijos de los trabajadores de los sectores más pobres puedan recibir una educación tal que se acorte la brecha con los que más tienen, es decir una educación gratuita y de calidad. El lugar de nacimiento no puede determinar a una persona al punto de no poder desplegar los dones que el mismo Dios le ha dado ya que el Señor los distribuye a todos por igual.
Sería un signo de verdadero desarrollo que nadie se quede sin estudiar en una institución de calidad por su precaria situación socio económica. Es allí como promoveremos la tan deseada igualdad de oportunidades. Desde ese punto de vista, si bien es cierto que la Iglesia no tiene soluciones técnicas, será importante que la reforma tributaria en curso por una parte promueva la creación de empleos, y por otro lado beneficie efectivamente a los más pobres de la sociedad para que puedan efectivamente salir de la pobreza.
Toda la doctrina de la Iglesia se fundamenta en una visión del hombre extraordinariamente hermosa que lo reconoce como el centro de la creación, creado a su imagen y semejanza y llamado a colaborar como co-creador en la obra de la creación y a trascender mediante su trabajo hasta que se encuentre con Dios.
Es por ello que a la luz de esta visión antropológica es que la Iglesia invita a reconocer la prioridad de las personas por sobre las cosas, la prioridad de la ética por sobre la técnica, la prioridad del espíritu por sobre la materia. La prioridad del trabajo por sobre el capital porque la causa eficiente de todo cuanto se produce es el hombre y su trabajo. El capital es solo causa instrumental. Ello implica que las empresas, que tanto bien hacen entregando bienes y servicios ennobleciendo la materia, debiesen procurar en primer lugar que todos los que allí trabajan salgan también ennoblecidos después de la labor realizada. Ello sólo será posible si la empresa reconoce que su rol va mucho más allá que producir, situándose como un factor de desarrollo y humanización de todos los estamentos de la sociedad. Junto a ello ha de reconocer que el hombre es el elemento decisivo y el principal protagonista de todo cuanto se produce.
Es contradictorio que muchos se beneficien de los bienes y servicios que la empresa produce y que quienes los han producido se vean ofuscados en su dignidad. Así no basta con procurar más puestos de trabajos sino que también buenos puestos de trabajo. Es por ello que la labor sindical es fundamental y jamás ha de ser mirada con desconfianza sino que como un aliado real del bienestar de todos. Duele ver como aún hay empresas con claras prácticas antisindicales. Como también hay empresas que discriminan de múltiples manera a las mujeres. Y si no trabajamos desde hoy para evitarlo, mañana muchos trabajadores serán discriminados injustamente por su condición genética dado que se podrán detectar precozmente enfermedades que se desarrollarán en la etapa laboral de la persona.
Estimados todos aquí presente. Trabajemos incansablemente para que cada industria, cada empresa, cada pyme, cada repartición pública sea una oda a la dignidad del trabajador y la trabajadora y no una amenaza. Eso es lo mejor que le podemos dejar como herencia a las futuras generaciones.
Tenemos muchos desafíos por delante.
El primero es que cada chileno tenga un trabajo que le permita vivir dignamente. Claman al cielo los 700 mil jóvenes entre 18 y 28 años que no estudian ni trabajan en Chile. En la región bordean los 120 mil.Y tantos otros que después de haber terminado una carrera terminan endeudados por años.
Invito a todos quienes tienen responsabilidades en la sociedad a que juntos hagamos un esfuerzo para darle a estos jóvenes espacios de desarrollo y así se sientan verdaderamente parte de la sociedad. La paz es fruto de la justicia y trabajar por la justicia es fruto del amor al que el Señor Jesús nos llama a todos. A ello los invito, a que el amor entre en nuestras categorías a la hora de tomar decisiones a todo nivel. Amor y solidaridad, que según el Papa Francisco, son un factor determinante en el desarrollo de los pueblos.
El segundo desafío es trabajar arduamente para que todo trabajador tenga un salario adecuado, justo, digno. Chile es un país que ha crecido mucho económicamente, ello es innegable, pero de la misma manera la brecha de los muchos que tienen muy poco y los pocos que tienen mucho se ha acrecentado como nunca y muchos hombres y mujeres de trabajos no pueden vivir adecuadamente con el fruto de su trabajo. Juan Pablo II planteaba que el salario es la verificación auténtica de la justicia de todo el sistema socio económico. No puede ser que después de toda una vida de trabajo los trabajadores tengan pensiones que no les alcanza para llevar una vida digna, tener prestaciones de salud deficientes, pensiones miserables, y mucha soledad y abandono.
Otro desafío que no podemos obviar es la relación que existe entre el trabajo y la mujer. No puede ser que las mujeres sean injustamente discriminadas por el hecho de ser potenciales madres y esposas. Una sociedad que no promueve la maternidad y la familia y que no genera facilidades para que las mujeres se desarrollen en ambos aspectos es una sociedad que ha perdido el rumbo. Y lo ha perdido porque ha hecho de la ganancia económica y el lucro el motor del desarrollo y no el bien común. El aporte que puede hacer y que hace la mujer desde los más variados campos del saber lo hace en cuanto mujer y en cuanto tal no puede renunciar a lo más propio, a lo más genuino, que es a su condición de esposa y madre. Me permitirán decirlo. Recorriendo la región en mi calidad de Arzobispo me emociona ver la abnegación de la mujer chilena, la que muchas veces maltratada a la luz de un machismo aún muy presente en Chile, saca adelante su vida y su familia con una dignidad admirable que merece mucho respeto. El machismo en Chile es una de las causas más grande de injusticias y maltrato en Chile, lo hemos de desterrar desde la más tierna infancia.
También hemos de abrir cauces nuevos en el mundo del trabajo para quienes tienen capacidades diferentes y que son, cuando se les da una oportunidad, un gran aporte a la sociedad.
Por último quisiera dirigirme a los empresarios sean estos creyentes o no creyentes. Les pido que cuiden a sus trabajadores. Ellos son la mayor riqueza de la empresa. No lo son ni las máquinas, ni la marca, ni el capital, sino que las personas que allí trabajan. Vean y conviertan a cada trabajador en un socio. A eso debe tender la empresa. Vean en el sindicato un aliado y no una amenaza. El sindicalismo es apreciado por la Iglesia. Es una buena forma de asociación para contribuir al desarrollo de la empresa y de la sociedad. No olviden que cada trabajador es un ser humano que tiene derechos y deberes, pero antes que todo es un ser humano con una dignidad inalienable que ustedes han de cuidar y promover. Les pido también que tengan presente que la iglesia reconoce el derecho a la propiedad privada como medio válido para administrar los bienes que tienen un destino universal, es decir que son para todos. Pero al mismo tiempo reconoce que sobre la propiedad privada grava una hipoteca social puesto que su fin último es el bien común. Por eso les pido que se abran de corazón a las reformas que promueve el gobierno y no la descalifiquen a priori. Es el diálogo constructivo e inteligente el modo de abordar los cambios que Chile necesita para avanzar en lograr mayor equidad entre todos los chilenos.
Sólo en esta nueva perspectiva de trato y de claridad respecto de que el hombre de trabajo es un fin en sí mismo y no un mero medio se generarán las confianzas que tanto necesitamos. Confianza que redundará en una sociedad más fraterna, más justa, más a la altura de su creador y del hombre, razón de ser de todo cuanto existe. Confianza que redundará en justicia y la justicia redundará en paz.
+ Fernando Chomali G.
Arzobispo de Concepción