Presentación de la encíclica Laudato si’ de S.S. el papa Francisco
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Presentación de la encíclica Laudato si’ de S.S. el papa Francisco

Casa Central UC, jueves 9 de julio de 2015.

Fecha: Jueves 09 de Julio de 2015
Pais: Chile
Ciudad: Santiago
Autor: Mons. Cristián Contreras Villarroel

Esta tarde nos reunimos para presentar y reflexionar acerca de la Carta encíclica del papa Francisco,Laudato Si’, sobre el cuidado de la casa común. Lo hacemos en el contexto del viaje apostólico del Papa a los países hermanos de Ecuador, Bolivia y Paraguay. Seguramente, las mismas enseñanzas del papa Francisco en estos días serán la mejor clave interpretativa de la encíclica que tengo el honor de presentar a continuación.

Los interlocutores

Lo primero que debemos considerar para hacer una correcta lectura de la encíclica Laudato si’ es saber a quién se dirige. Esta vez el papa Francisco no escribe solo a los obispos ni a los fieles católicos, sino que ofrece sus reflexiones a la globalidad de ciudadanos del mundo, cristianos y no cristianos, creyentes y no creyentes:

“Ahora, frente al deterioro ambiental global, quiero dirigirme a cada persona que habita este planeta (…) En esta encíclica, intento especialmente entrar en dialogo con todos acerca de nuestra casa común” (LS 3).

Este último concepto –“Nuestra casa común”- se reitera constantemente a lo largo de los 246 números de este documento pontificio. Son tres palabras alineadas que nos permiten una clave hermenéutica para reconocer el objetivo más propio de Francisco en esta encíclica: “El desafío urgente de proteger nuestra casa común incluye la preocupación de unir a toda la familia humana en la búsqueda de un desarrollo sostenible e integral” (LS 13). Esto significa una promoción humana integral sobre la base de una coexistencia entre la humanidad y la creación que restaure los valores y bienes perdidos por la degradación del estilo de vida humana, que halla su reflejo más patente tanto en la exclusión social como en el detrimento medioambiental.

“Nuestra casa común”

Al decir “nuestra” , reconoce que hay algo que nos pertenece, pero no por una apreciación egoísta, sino porque nos ha sido dado por Dios. Efectivamente, la creación se nos ha entregado y de ella somos responsables. No es solo mía, sino que es un plural, “nuestra” casa como es “nuestro” el Padre que está en el cielo.

Al decir “casa” alude a la concreción de ese don en la creación completa, toda la naturaleza de la tierra, de la que varón y mujer somos señores para cuidarla y aprovecharla, y no para explotarla ni acapararla solo en beneficio de algunos.

Por eso mismo, el Papa agrega el término “común”para referirse a “nuestra casa”. Es el lugar donde se realiza su designio de amor para con la humanidad, a saber, la “común-unión” entre Dios y todas sus creaturas, y de las creaturas entre sí. Nuestra casa común es para vivir y realizar la plenitud de la comunión.

Entonces, advertimos que los interlocutores somos todos los que habitamos el planeta tierra y, por consiguiente, el Papa escribe en un lenguaje muy accesible para todos. Si bien deja espacios importantes para la fundamentación y la reflexión teológica a partir del dato revelado, Francisco se sirve de un discurso de las ciencias sociales y las ciencias del medioambiente para argumentar desde ellas y los desafíos éticos que nos plantean en el hoy de la sociedad global. Es lo propio de la Doctrina Social de la Iglesia, una reflexión de la teología moral en la que se dan cita el Evangelio con los desafíos de la sociedad contemporánea y, por lo tanto, dialogan la fe en Jesucristo y las ciencias auxiliares que competen al análisis social. Cabe destacar que el Papa utiliza aportes de diversas fuentes, entre las que destacan documentos sobre ecología de conferencias episcopales de todos los continentes, y también documentos seculares de organizaciones internacionales.

La hoja de ruta del Papa

En el número 15 del documento, el Santo Padre diseña la hoja de ruta que transitará en su reflexión. A partir de esto, haré una breve síntesis de cada capítulo. Veamos cómo plantea el Papa su itinerario.

Capítulo 1: “Lo que está pasando en nuestra casa”

“En primer lugar, haré un breve recorrido por distintos aspectos de la actual crisis ecológica, con el fin de asumir los mejores frutos de la investigación científica actualmente disponible, dejarnos interpelar por ella en profundidad y dar una base concreta al itinerario ético y espiritual como se indica a continuación” (LS 15).

Como es propio del Magisterio Social de la Iglesia, Francisco se sirve de las ciencias auxiliares para observar la realidad. Así, no sin correr un riesgo, asume como propias y válidas algunas afirmaciones producto de consensos internacionales respecto de la crisis ecológica y social, posturas que no están exentas de discusiones en sus propios ámbitos y que han recibido diversas críticas. Pero el Papa hace una opción, reconociendo que hay una enorme variedad de opiniones. A partir de esto plantea que tanto los conflictos sociales como los dramas ecológicos son síntomas evidentes y escandalosos de un problema más profundo aún: una crisis antropológica subyacente que se ha generado por un sistema de organización político, social y económico de inspiración puramente tecnocrática, marginando las consideraciones morales.

El Papa aborda la preocupación mundial por la contaminación y el cambio climático: “Estos problemas están íntimamente ligados a la cultura del descarte, que afecta tanto a los seres humanos excluidos como a las cosas que rápidamente se convierten en basura. (…) el sistema industrial, al final del ciclo de producción y de consumo, no ha desarrollado la capacidad de absorber y reutilizar residuos y desechos” (LS 22).

Para el Santo Padre, las soluciones se están buscando erróneamente en medidas sustentadas en intervenciones técnicas, ya que la raíz del problema va más allá de lo técnico: “La humanidad está llamada a tomar conciencia de la necesidad de realizar cambios de estilos de vida, de producción y de consumo, para combatir este calentamiento o, al menos, las causas humanas que lo producen o acentúan” (LS 23).

El Pontífice también aborda la decreciente disponibilidad de agua y las implicancias éticas para este elemento que resulta vital para cada ser viviente. Además, alerta sobre la pérdida de la biodiversidad, la casi imperceptible desaparición de especies que son parte del equilibrio ecológico.

Lo que sí es perceptible es la degradación social y el deterioro de la vida humana, otro de los dramas de los que alerta el Papa, como consecuencia de un cambio global, y que no se pueden comprender como desligados de la crisis ecológica. Habla del “crecimiento de la violencia y el surgimiento de nuevas formas de agresividad social, el narcotráfico y el consumo creciente de drogas entre los más jóvenes, la pérdida de identidad” (LS 46). También alude a un tema que nos golpea fuertemente a los chilenos que habitamos en las grandes ciudades y en lugares aledaños: “Hoy advertimos, por ejemplo, el crecimiento desmedido y desordenado de muchas ciudades que se han hecho insalubres para vivir, debido no solamente a la contaminación originada por las emisiones tóxicas, sino también al caos urbano, a los problemas del transporte y a la contaminación visual y acústica” (LS 44).

Para Francisco estos hechos reflejan que “el crecimiento de los últimos dos siglos no ha significado en todos sus aspectos un verdadero progreso integral y una mejora de la calidad de vida. Algunos de estos signos son al mismo tiempo síntomas de una verdadera degradación social, de una silenciosa ruptura de los lazos de integración y de comunión social” (LS 46).

Insiste en que todas las consecuencias de la crisis ecológica afectan especialmente a los más pobres del mundo, que se ven forzados a vivir en áreas altamente contaminadas, o a migrar en condiciones paupérrimas hacia sectores geográficos productivos que les aseguren algo de participación en la economía, por muy injusta que esta les resulte. Este es uno de los temas más recurrentes: los pobres y excluidos son las principales víctimas de la crisis ecológica. Pero estos problemas de inequidad y de desintegración no son aislados, sino que se viven a nivel planetario, y el Papa no deja de denunciar la debilidad de las reacciones políticas de los principales responsables que, muchas veces frenados por criterios puramente económicos y pragmáticos, dilatan medidas de equidad o hacen oídos sordos a las demandas sociales.

“Mientras tanto, los poderes económicos continúan justificando el actual sistema mundial, donde priman una especulación y una búsqueda de la renta financiera que tienden a ignorar todo contexto y los efectos sobre la dignidad humana y el medio ambiente. Así se manifiesta que la degradación ambiental y la degradación humana y ética están íntimamente unidas” (LS 56).

Capítulo 2: “El evangelio de la creación”

Luego de la evaluación de la situación actual, Francisco continúa describiendo su itinerario. Dice: “A partir de esa mirada, retomaré algunas razones que se desprenden de la tradición judío-cristiana, a fin de procurar una mayor coherencia en nuestro compromiso con el ambiente” (LS 15).

Citando a san Juan Pablo II en su Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 1990, el Papa recuerda que los cristianos descubren que su cometido dentro de la creación, así como sus deberes con la naturaleza y el Creador, forman parte de su fe. “Por eso, es un bien para la humanidad y para el mundo que los creyentes reconozcamos mejor los compromisos ecológicos que brotan de nuestras convicciones” (LS 64). Es decir, el compromiso ecológico no es una opción que un creyente en Jesucristo puede tomar o desechar, sino que es una consecuencia propia de su fe. Por eso el Santo Padre ofrece una rica reflexión teológica a partir del dato bíblico.

Las narraciones bíblicas sugieren que “la existencia humana se basa en tres relaciones fundamentales estrechamente conectadas: la relación con Dios, con el prójimo y con la tierra. Según la Biblia, las tres relaciones vitales se han roto, no solo externamente, sino también dentro de nosotros. Esta ruptura es el pecado” (LS 66).

Francisco hace hincapié en dos ideas emanadas de la revelación. La primera de ellas es la correcta comprensión del lugar del hombre en la creación como señor de ella. Esto, explica el Papa, no significa que el ser humano puede ejercer sobre la naturaleza un dominio despótico y explotarlo irracionalmente, sino por el contrario, sirviéndose de los recursos naturales, debe cooperar al desarrollo propio y comunitario, y preservarlos para las generaciones futuras. “La Biblia no da lugar a un antropocentrismo despótico que se desentienda de las demás criaturas” (LS 68).

Otro énfasis es la comprensión de la propiedad privada en su real dimensión. El Papa explica que “el medio ambiente es un bien colectivo, patrimonio de toda la humanidad y responsabilidad de todos. Quien se apropia de algo es solo para administrarlo en bien de todos” (LS 95). Como lo ha sostenido desde un inicio la Doctrina Social de la Iglesia, el derecho a la propiedad privada está reconocido y es defendido, pero siempre bajo el principio superior del destino universal de los bienes: “Dios niega toda pretensión de propiedad absoluta: «La tierra no puede venderse a perpetuidad, porque la tierra es mía, y vosotros sois forasteros y huéspedes en mi tierra» (Lv 25,23)” (LS 67). En síntesis, el Santo Padre subraya que “todo planteo ecológico debe incorporar una perspectiva social que tenga en cuenta los derechos fundamentales de los más postergados” (LS 93).

Capítulo 3: Raíz humana de la crisis ecológica

Volvemos al número 15 donde el Papa explica su recorrido. Luego de la reflexión bíblica, Francisco se propone “llegar a las raíces de la actual situación, de manera que no miremos solo los síntomas sino también las causas más profundas” (LS 15), y esas causas las identifica en la crisis de estilo de vida global, y se concentra “en el paradigma tecnocrático dominante y en el lugar del ser humano y de su acción en el mundo” (LS 101).

El Pontífice arranca este capítulo alertando sobre el rol desmedido que juega la tecnología en la vida contemporánea. Si bien reconoce todos los bienes que ha creado y los progresos que ella permite, asegura que puede ser un verdadero peligro cuando se utiliza como único indicador de desarrollo y evolución. Siguiendo al teólogo Romano Guardini, el papa Francisco sostiene que “«el hombre moderno no está preparado para utilizar el poder con acierto», porque el inmenso crecimiento tecnológico no estuvo acompañado de un desarrollo del ser humano en responsabilidad, valores, conciencia” (LS 105).

A continuación el Papa llega a la crítica más central y radical de su reflexión: los perjuicios de la globalización del paradigma tecnocrático.

“En el origen de muchas dificultades del mundo actual, está ante todo la tendencia, no siempre consciente, a constituir la metodología y los objetivos de la tecnociencia en un paradigma de comprensión que condiciona la vida de las personas y el funcionamiento de la sociedad. Los efectos de la aplicación de este molde a toda la realidad, humana y social, se constatan en la degradación del ambiente, pero este es solamente un signo del reduccionismo que afecta a la vida humana y a la sociedad en todas sus dimensiones” (LS 107).

Francisco denuncia cómo la aplicación unilateral y absoluta de este paradigma en la economía y la política degradan las relaciones sociales, estimulan un híper consumismo, erosionan el medioambiente y engendran injusticia. Se fomenta así una economía que solo busca el rédito y la maximización de las ganancias sin consideración de sus consecuencias éticas. Citando la reflexión del papa Benedicto XVI en Caritas in veritate, recuerda que “el mercado por sí mismo no garantiza el desarrollo humano integral ni la inclusión social. Mientras tanto, tenemos un «superdesarrollo derrochador y consumista, que contrasta de modo inaceptable con situaciones persistentes de miseria deshumanizadora»” (LS 109).

Entonces el Papa llega a su propuesta más osada en el número 114 de Laudato si’, una invitación que extiende a toda la sociedad:

“Lo que está ocurriendo nos pone ante la urgencia de avanzar en una valiente revolución cultural (…) Nadie pretende volver a la época de las cavernas, pero sí es indispensable aminorar la marcha para mirar la realidad de otra manera, recoger los avances positivos y sostenibles, y a la vez recuperar los valores y los grandes fines arrasados por un desenfreno megalómano” (LS 114).

Aquí el Papa vuelve más profundamente sobre la crisis antropológica que hiere a la sociedad contemporánea y cómo esta se traduce en una crisis social y, por lo mismo, se manifiesta en la degradación ecológica. Dice la encíclica: “Si la crisis ecológica es una eclosión o una manifestación externa de la crisis ética, cultural y espiritual de la modernidad, no podemos pretender sanar nuestra relación con la naturaleza y el ambiente sin sanar todas las relaciones básicas del ser humano” (LS 119). En esta perspectiva, el cuidado de la dignidad del trabajo es un asunto prioritario.

Capítulo 4: Una ecología integral

En el cuarto capítulo el papa Francisco propone “una ecología que, entre sus distintas dimensiones, incorpore el lugar peculiar del ser humano en este mundo y sus relaciones con la realidad que lo rodea” (LS 15).

Para el Pontífice, una ecología verdadera e integradora ha de ser una que al mismo tiempo equilibre las dimensiones ambiental, social y económica: “Es fundamental buscar soluciones integrales que consideren las interacciones de los sistemas naturales entre sí y con los sistemas sociales. No hay dos crisis separadas, una ambiental y otra social, sino una sola y compleja crisis socio-ambiental. Las líneas para la solución requieren una aproximación integral para combatir la pobreza, para devolver la dignidad a los excluidos y simultáneamente para cuidar la naturaleza” (LS 139).

Pero el Papa da un paso más adelante, y se refiere a una ecología cultural: “Hace falta incorporar la historia, la cultura y la arquitectura de un lugar, manteniendo su identidad original. (…) prestar atención a las culturas locales a la hora de analizar cuestiones relacionadas con el medio ambiente, poniendo en diálogo el lenguaje científico-técnico con el lenguaje popular. Es la cultura no solo en el sentido de los monumentos del pasado, sino especialmente en su sentido vivo, dinámico y participativo, que no puede excluirse a la hora de repensar la relación del ser humano con el ambiente” (LS 143). Hay un llamado explícito, además, a considerar los pueblos originarios, con todo su bagaje histórico y cultural al momento de pensar en acciones locales.

Francisco también llama la atención acerca de lo que él denomina la “ecología de la vida cotidiana”, aquella que se da en los espacios donde transcurre la vida de las personas, de tal modo que sea verdaderamente humanizadora. Alerta especialmente sobre la necesaria calidad de las viviendas y los barrios. “Los escenarios que nos rodean influyen en nuestro modo de ver la vida, de sentir y de actuar. A la vez, en nuestra habitación, en nuestra casa, en nuestro lugar de trabajo y en nuestro barrio, usamos el ambiente para expresar nuestra identidad” (LS 147).

Un valor transversal a todas estas dimensiones de una ecología integradora es la búsqueda del bien común, otro de los principios básicos de la Doctrina Social de la Iglesia.

Capítulo 5: Algunas líneas de orientación y de acción

Ahora el Papa sugiere “avanzar en algunas líneas amplias de diálogo y de acción que involucren tanto a cada uno de nosotros como a la política internacional” (LS 15).

Reconociendo la evidente interdependencia de todas las naciones en sus relaciones sociales, políticas y económicas, y en su padecimiento diverso de los efectos de la crisis ecológica, el Papa exhorta a un diálogo verdadero, serio y responsable sobre el medioambiente en la política internacional.

“Es indispensable un consenso mundial que lleve, por ejemplo, a programar una agricultura sostenible y diversificada, a desarrollar formas renovables y poco contaminantes de energía, a fomentar una mayor eficiencia energética, a promover una gestión más adecuada de los recursos forestales y marinos, a asegurar a todos el acceso al agua potable” (LS 164).

Sin embargo, Francisco tiene una mirada muy clara de la responsabilidad de la acción local, como las regiones, las ciudades o los municipios, en el combate de los trastornos ecológicos: “la instancia local puede hacer una diferencia. Pues allí se puede generar una mayor responsabilidad, un fuerte sentido comunitario, una especial capacidad de cuidado y una creatividad más generosa, un entrañable amor a la propia tierra, así como se piensa en lo que se deja a los hijos y a los nietos. Estos valores tienen un arraigo muy hondo en las poblaciones aborígenes” (LS 179).

Por último, el Papa defiende la legitimidad del aporte de las religiones en este debate ecológico internacional: “La mayor parte de los habitantes del planeta se declaran creyentes, y esto debería provocar a las religiones a entrar en un diálogo entre ellas orientado al cuidado de la naturaleza, a la defensa de los pobres, a la construcción de redes de respeto y de fraternidad” (LS 201).

Capítulo 6: Educación y espiritualidad ecológica

Consciente de que todo cambio necesita motivaciones y un camino educativo, el Papa propone “algunas líneas de maduración humana inspiradas en el tesoro de la experiencia espiritual cristiana” (LS 15).

Francisco cierra su encíclica alertando que hace falta una conciencia universal de un origen común, de una pertenencia mutua y de un futuro compartido por todos, y formula un gran desafío cultural, espiritual y educativo para la sociedad global. En lo concreto exhorta a promover un cambio en el estilo de vida que abandone un consumismo desmedido e individualista en pro de una actitud de salida de sí mismo para la construcción de una sociedad más cohesionada que proteja la casa común.

Para eso llama a reforzar la educación ambiental como disciplina universal, de modo que se puedan “recuperar los distintos niveles del equilibrio ecológico: el interno con uno mismo, el solidario con los demás, el natural con todos los seres vivos, el espiritual con Dios” (LS 210). Se trata de una educación basada en valores y virtudes que hagan pensar comunitaria y no individualmente, y no solo en una promoción de prácticas técnicas específicas para cuidar la naturaleza.

El Santo Padre finaliza la encíclica proponiendo una verdadera espiritualidad ecológica, invitando a una conversión interior: “La espiritualidad cristiana propone un modo alternativo de entender la calidad de vida, y alienta un estilo de vida profético y contemplativo, capaz de gozar profundamente sin obsesionarse por el consumo. (…) propone un crecimiento con sobriedad y una capacidad de gozar con poco. Es un retorno a la simplicidad que nos permite detenernos a valorar lo pequeño, agradecer las posibilidades que ofrece la vida sin apegarnos a lo que tenemos ni entristecernos por lo que no poseemos” (LS 222).

* * *

¿Conclusión?

1. Me pregunto si una encíclica del calibre de Laudato si’ pueda tener una conclusión. Me parece que la respuesta es ciertamente negativa. Para los creyentes cristianos católicos la espiritualidad ecológica tiene su fuente en la oración, en la celebración eucarística dominical, en el amor a la Virgen María, en la participación ciudadana, en la espiritualidad trinitaria y en el respeto a la vida: “cuando no se reconoce en la realidad misma el valor de un pobre, de un embrión humano, de una persona con discapacidad (…) difícilmente se escucharán los gritos de la misma naturaleza” (LS 117).

2. Laudato si’ son las primeras palabras de la alabanza que san Francisco de Asís elevó a Dios por toda su creación. Con la figura de este santo como telón de fondo, el Papa desarrolla su pensamiento, apelando sobre todo a aquella sobriedad de vida que llevó al “hermano menor” a vivir en armonía con Dios, con los seres humanos y con la creación. No es una visión ingenua ni dulzona del santo de Asís, sino por el contrario, la constatación de que un estilo de vida que busca la comunión y la sanidad de las relaciones humanas, no solo preserva el medioambiente, sino que lleva a la plenitud de la vida personal y social porque está arraigada fuertemente en Dios.
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