Homilía en Te Deum de Fiestas Patrias
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Homilía en Te Deum de Fiestas Patrias

Catedral de La Serena, 18 de septiembre de 2016

Fecha: Domingo 18 de Septiembre de 2016
Pais: Chile
Ciudad: La Serena
Autor: Mons. René Rebolledo Salinas

Homilía
Te Deum 2016
Catedral Metropolitana de La Serena


Textos bíblicos

Primera Lectura: 1 Tim 2,1-6
Salmo Responsorial: Sal 67 (66) 2-8
Evangelio: Lc 10, 25-37


“¡Que te den gracias los pueblos, Señor,
que todos los pueblos te den gracias!”
Sal 67 (66) 4


El Señor Jesús nos convoca en la casa de Dios su Padre, para que juntos, el pueblo de Dios que peregrina en los valles Elqui y Limarí, le manifestemos la alabanza que a Él es debida, Te Deum Laudamus, a Ti, oh Dios, te alabamos. Unimos también la acción de gracias, reconociendo con sentimientos de gratitud que el Señor nos colma de sus dones cada día. Aún en el dolor experimentamos su misericordia. En efecto, por medio de algunos signos, recordamos a las hermanas y hermanos que han sufrido mayormente las consecuencias del terremoto y tsunami que nos afectó el año pasado. Los cirios encendidos nos hacen presente la salvación en Cristo, la esperanza y la confianza de que los fallecidos gocen del descanso eterno. Por ellos se han ofrecido santas Misas en este templo Catedral y también por el consuelo de sus seres queridos. A un año de la tragedia persisten desafíos provocados por la catástrofe que es preciso afrontar, obviamente en consenso y procurando el bien común.

¡Cómo no tener presente, agradeciendo a Dios, el impulso que ha movilizado con gran fervor a centenares de niños, jóvenes y adultos para ayudar a quienes sufrieron por el enorme embate de la naturaleza! Hemos visto a miles de personas que salieron al encuentro de las necesidades de los hermanos que estaban sufriendo en Baquedano y en Tongoy. Portando elementos que nos recuerdan esta loable actitud han ingresado en la procesión de entrada algunos de ellos que han tenido labores de coordinación representando a quienes trabajaron arduamente en el lugar de la tragedia. Colaborando con generosidad, sacrificio y gran espíritu de abnegación nos han hecho presente una hermosa máxima del Evangelio: “Si sufre un miembro, los demás sufren con él. Si un miembro es honrado, los demás toman parte en su gozo” (1Cor 12, 26). A ellos profundo reconocimiento en este día. ¡Que esta actitud sea un signo de solidaridad que nos acompañe siempre, también en el caminar de nuestro pueblo!

¡Cómo no agradecer la cercanía espiritual y la oración de tantos hermanos de nuestro país y del extranjero. Todo ello nos renueva en la esperanza y en la convicción profunda que en cada momento de nuestra vida estamos en las manos de Dios!

“Anda, haz tú lo mismo”
Lc 10, 37


Es significativa la feliz coincidencia que en septiembre celebremos el Mes de la Patria y el Mes de la Biblia. Por una parte, nos manifestamos como hijos de esta tierra y exaltamos cuanto apreciamos de ella, su geografía, la idiosincrasia que nos une y, a la vez, distingue de otras naciones, nuestra historia, costumbres, cultura, entre otros. Este Te Deum es una preciosa oportunidad para contemplar igualmente cuales son los valores que han distinguido y favorecido la grandeza de nuestro país y cómo en la corresponsabilidad de todos pudiéramos potenciarlos para proseguir construyendo el presente y el futuro de nuestra nación sobre fundamentos sólidos. Por otra parte, el Mes de la Biblia nos recuerda que el Señor habla en su Palabra, como en esta celebración. Es una cordial invitación a reconocer en ella un mensaje de amor siempre vital para la comunidad cristiana, la que se edifica y crece escuchándola, amándola y buscando hacerla vida. Manifestemos, pues, la esperanza que la Palabra oriente nuestra vida personal, familiar y de la gran familia que conformamos todos los habitantes de esta tierra. ¡Cómo deberíamos anhelar que la Palabra del Señor sea la fuente de inspiración para nuestro actuar!

En la hermosa página que se nos ha proclamado hoy, conocida como parábola del Buen Samaritano, Jesús nos ofrece su vida como modelo de amor fraterno que Él ha llevado a la más alta expresión, especialmente por los pobres y marginados. Él escuchaba con detención, manifestaba interés por la vida de las personas, consolaba y curaba con el bálsamo de la misericordia, perdonaba de corazón y nunca pasó por sobre las personas, sino que se detenía para aliviar sus sufrimientos y acompañarlos en su dolor. Toda su vida fue un continuo desvivirse por los demás hasta dar su propia vida en la cruz, “para que nosotros tengamos vida y vida en abundancia” (Jn 10,10).

Es justo celebrar y alegrarnos en estos días patrios. Sin embargo, un discípulo misionero del Señor jamás podrá olvidar que hay hermanos que están sufriendo por múltiples motivos, corporales y espirituales, porque han sido víctimas de violencias o de odios, porque han experimentado fracasos en su vida, porque están solos y abatidos por problemas y dificultades, porque han debido emigrar y reconstruir sus vidas con no pocas dificultades. ¿Pasaremos de largo ante ellos? ¿Nos detendremos para aliviar su dolor? ¿Nos conmueve verdaderamente y padecemos junto a ellos? El sigilo de la enseñanza de Jesús en el día de hoy es la breve sentencia “anda y haz tú lo mismo”. Es el imperativo que resonará en nuestro corazón. Quiera el buen Padre Dios que todos los aquí presentes y los demás discípulos misioneros de Jesús esparcidos en los más diversos lugares de nuestra geografía, podamos salir al encuentro de nuestros hermanos para actuar y concretar el desafío abierto por la Palabra y refrendado por el testimonio de la vida de Cristo. ¡Vayamos y hagamos como hizo Jesús!

“Que Dios nos bendiga, y que lo respeten
hasta en los confines del mundo”
Sal 67 (66) 8


Apreciados hermanos:

Tengo la alegría y la bendición de presidir el segundo Te Deum de Fiestas Patrias en este Templo Catedral. Cumplo con un grato deber, presente en la Primera Lectura que acabamos de oír, de la Carta del Apóstol San Pablo a su discípulo Timoteo: “Ante todo recomiendo que se ofrezcan súplicas, peticiones, intercesiones y acción de gracias por todas las personas, especialmente por los soberanos y autoridades” (1Tim 2, 1-2). Esta celebración contempla plegarias que ofrecemos al Señor por cuantos en nuestra Patria y, muy especialmente, en nuestra Región están investidos de autoridad. El Señor sabrá recompensarles por su entrega generosa, también con innumerables sacrificios a favor de su pueblo, especialmente si tal servicio ha sido preferencial con los pobres y carenciados. Al mismo tiempo, Él los sabrá iluminar para afrontar los grandes desafíos, sobre todo en aquellos que requieren valentía y fortaleza, para promoverlos y defenderlos, cuando están en juego valores que afectan el presente y el porvenir de nuestro pueblo. Sin duda, para quienes profesan la fe católica, tal reto es de singular importancia, dado que un discípulo misionero de Jesucristo, está llamado a vivir en su ejemplo normativo y a dar un testimonio de su esperanza en todas las circunstancias de la vida.

En esta celebración hemos contemplado también momentos de silencio, dado que todos estamos convocados a pedir el perdón del Señor, también el de los hermanos, y a ofrecerlo generosamente de nuestra parte. Hoy, particularmente, pedimos perdón por el daño que, de uno u otro modo, personalmente o también como Iglesia, pudiéramos haber causado a la sociedad, en especial fallando a las relaciones de confianza que estamos llamados a construir. Reconocer las faltas y emprender el camino en justicia, con los debidos actos de reparación a las personas y a la sociedad, sin duda que fortalecerá la esperanza de nuestro pueblo.

Profundizar en las reformas previstas por el Ejecutivo, valorando el aporte de todos, buscando disminuir la desigualdad social nos beneficiará como país, especialmente a los más pobres. Los clamores que diversos grupos de compatriotas han hecho presente en el último tiempo no pueden estar lejos de nuestra mirada. La realidad de los niños, niñas y jóvenes vulnerados que son acogidos en residencias, es uno de esos llamados de alerta. También lo son la situación de los adultos mayores más postergados, y muy especialmente la fragilidad de nuestro sistema de pensiones, que necesita ser orientada hacia la solidaridad y la justicia.

No es posible construir el porvenir de nuestra Patria sin asumir la parte de corresponsabilidad que a cada uno compete. El presente y el futuro de nuestra nación no deben dejar indiferente a nadie. Todos podemos, aún más, debemos aportar para buscar soluciones y propuestas justas y equitativas para construir la Patria sobre un fundamento que verdaderamente renueve nuestra esperanza.

En nuestra amada Cuarta Región, particularmente en las Provincias Elqui y Limarí, estamos convocados a asumir la protección y defensa de la Vida; a fortalecer la familia; a brindar a los numerosos Migrantes una acogida de hermanos, favoreciendo para ellos una institucionalidad acorde a su dignidad, como hijos de Dios. De otra parte, dando gracias a Dios por la hermosa región en que vivimos y desarrollamos nuestras vidas, no podemos olvidar a quienes trabajan la tierra y que sufren las consecuencias provocadas por un largo período de sequía. Gracias a Dios este año ha caído nieve y lluvia abundante. En mi largo recorrido por los pueblos del interior de los Valles, puedo constatar la gratitud a Dios y la alegría que demuestran los agricultores y crianceros. Todo ello nos renueva en la expectativa de la seguridad en la fuente de trabajo y el bien que comporta.

Al finalizar este mensaje, el que ofrezco con respeto y aprecio a todos los aquí presentes, como también a cuantos están siguiendo esta liturgia solemne a través de los medios de comunicación, me valgo una vez más de las palabas inspiradas del Salmista para rogar con fe y humildad: “Que el Señor tenga piedad y nos bendiga, que nos muestre su rostro radiante”. Pido a la Virgen Santa, Nuestra Señora del Carmen, que Ella interceda por nosotros a fin de que Chile y nuestra región se abran a una nueva primavera. ¡Tanto la necesitamos! ¡Chile es tarea de todos! Busquemos responder generosamente al Señor y a nuestros hermanos. Procuremos asumir en plenitud este llamado a la corresponsabilidad. Propiciemos para la edificación de nuestro pueblo un sólido fundamento: Es Jesucristo y su mensaje de amor y solidaridad ¡Él es la plenitud de vida que se nos ofrece y que nuestro corazón anhela!

“Que el Señor tenga piedad y nos bendiga, que nos muestre su rostro radiante”. Así sea.

+René Rebolledo Salinas
Arzobispo de La Serena

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