Distinguidas autoridades, hermanas y hermanos todos:
Estamos reunidos, una vez más, para orar por nuestra Patria. Lo hacemos porque es una convicción central de nuestra fe cristiana que toda obra humana no se construye sin Dios, y la obra de esta comunidad humana que es Chile no es posible hacerla con sólidos fundamentos y recta dirección si no es con Dios, con su ayuda y siguiendo sus designios para el bien de todos los hombres y mujeres de esta tierra.
Así, cada 18 de Septiembre, el pueblo de Dios se reúne para orar por la Patria, por quienes tienen responsabilidades en la sociedad y por todos los que formamos esta comunidad humana llamada Chile. Esta oración es, para los que somos creyentes en el Señor Jesús, un modo de colaborar en la construcción de la casa común que es nuestro país; es -también- una expresión de nuestra cultura cívica, la cual es enaltecida aquí por la presencia de quienes no comparten con nosotros el don de la fe, pero nos acompañan en esta oración. Sean todos muy bienvenidos a esta Iglesia Catedral, casa de oración y lugar de encuentro con Dios.
Cuando miramos nuestra Patria, su historia y nuestro presente, nuestra actitud fundamental es la gratitud; por eso alabamos y bendecimos a Dios por todos los dones y beneficios que ha concedido a nuestro pueblo, permitiéndonos caminar por la historia hasta lo que hoy somos. Nuestra alabanza y gratitud a Dios se expresa en el antiguo himno del Te Deum: “a Ti, Dios, te alabamos”.
Quiero hoy, con mi palabra de Pastor, invitar a todos a que acojamos la Palabra del Señor Jesús que acabamos de escuchar en el Evangelio que ha sido proclamado, y que nos dejemos animar por su llamado a la confianza y la esperanza. Por eso, no me detendré en la consideración de los problemas que hoy aquejan a nuestro país en este complejo momento de nuestra historia.
Para ser más explícito, no quisiera detenerme en situaciones difíciles -algunas dolorosas- por todos bien conocidas y que en modos diversos salen cotidianamente a nuestro encuentro, como son la pérdida de confianza en las instituciones de nuestra sociedad -incluida la Iglesia, por cierto-, la crisis que atraviesa la práctica política y la distancia que vastos sectores de la población toman de ella, las diversas expresiones de la corrupción que -a veces- pareciera que es omnipresente, la violencia que -en ocasiones- pareciera que desplaza al diálogo como forma de la vida social generando una inseguridad generalizada, los temores de serias dificultades económicas y problemas laborales y sindicales, los dolores de muchos chilenos que tienen que vivir con pensiones indignas o con difícil acceso a la salud o a la educación de calidad. Todas esas -y otras situaciones complejas, otros focos de tensión y otras demandas de los ciudadanos- son por todos bien conocidas y tenemos ya suficientes análisis -casi una sobredosis de ellos- que nos muestran que vivimos un tiempo complejo de crisis y de cambio cultural que, como toda crisis no sólo es un problema y un elenco de asuntos pendientes por resolver, sino que también es una ocasión para algo nuevo y mejor.
Tampoco, para ser aún más explícito, me referiré aquí a la postura que ya hemos manifestado como Iglesia Católica acerca de la discusión parlamentaria de la ley de despenalización del aborto en tres causales. Nuestra postura como Iglesia ya la hemos manifestado en múltiples ocasiones y es ampliamente conocida.
Quizás, al tenor de mis palabras, algunos entre ustedes se estén preguntando cuál quiere ser mi palabra de Pastor en este día en que como Iglesia, junto a las autoridades, nos encontramos para orar por nuestra Patria. Los invito, como ya les dije, a que miremos el Evangelio que hemos proclamado y que la palabra del Señor Jesús nos abra a todos los caminos de la confianza y la esperanza.
- Este pasaje del Evangelio nos presenta a los discípulos del Señor Jesús ante un problema serio: van de viaje hacia la otra orilla del mar de Galilea y no tienen más alimento que un pan para todos. Esa situación, fruto de la negligencia de ellos -pues, dice el texto “se habían olvidado de llevar pan”- se transformó en un foco de tensión que llenó todo su horizonte vital, y -dice el texto- “discutían entre ellos porque no tenían pan”.
Así, se van sumando entre los discípulos la negligencia, la carencia de alimento y las discusiones entre ellos, de manera que todas sus relaciones y preocupaciones quedan atrapadas en esa situación, con sus querellas y recriminaciones mutuas; su interés ya no está puesto en Aquel con el que viajan, ni hacia dónde viajan, ni cuál es el motivo del viaje “hacia la otra orilla”.
- El Señor Jesús los reprende con firmeza por su ceguera y sordera que los ha hecho incapaces de percibir la realidad, de escuchar y ver lo que está sucediendo y situarlo en un horizonte global, más allá del problema inmediato y sus querellas y mutuas recriminaciones. Las palabras del Señor Jesús son duras: “¿todavía no entienden ni comprenden? ¿tienen acaso la mente cerrada? Tienen ojos, ¿y no ven?; tienen oídos, ¿y no oyen?”
- Pero el Señor Jesús también va más allá del duro reproche por la ceguera de los discípulos y su incapacidad de reaccionar, y los llama a buscar en su memoria aquello que les puede devolver al sentido de la realidad y del momento que están viviendo. Les dice. “¿no se acuerdan? Cuando repartí los cinco panes entre los cinco mil, ¿cuántas canastas llenas de sobras recogieron?”
Cuando el momento difícil que viven y las querellas y recriminaciones mutuas son la forma del diálogo entre los discípulos, el Señor Jesús los llama a acudir a la historia que han vivido y buscar en ella los impulsos que los pueden sacar del pantano en que están atrapados.
Sin un explícito recurso a la memoria histórica, a lo que han vivido en otras situaciones de crisis y momentos complejos -como alimentar a una multitud con sólo cinco panes-, al modo en que en esos momentos han sido capaces de dialogar y buscar acuerdos entre ellos -se decidieron a poner en común los cinco panes, sin buscar asegurar su propia porción-, sin el aprendizaje desde esa memoria histórica no serán capaces de enfrentar el presente lleno de complejidades.
El reproche del Señor Jesús los pone ante la seriedad del momento que viven, los sitúa ante la responsabilidad de cada uno y les señala hacia dónde deben mirar para no perderse aún más en su ceguera.
- Las palabras del Señor Jesús a sus discípulos no son sólo un duro reproche, sino un llamado a la confianza y a la esperanza a partir de la memoria histórica que ellos tienen y de la responsabilidad que deben asumir.
Les pone ante los ojos las dos actitudes fundamentales para enfrentar el momento crítico que viven y sus focos de tensión: la confianza y la esperanza. Son actitudes de las cuales los discípulos ya tienen experiencia, pero tienen que reconocerlas en su historia: ya han tenido experiencia de confiar en el Señor y de aprender a confiar entre ellos; de la misma manera, ya han tenido experiencia que desde el aprendizaje de la confianza se abre un horizonte de esperanza.
Para nosotros, ese es -también- el momento que vivimos y el llamado que el Señor Jesús nos hace a todos. Los que tenemos el don de la fe confiamos en Él para que nunca el pesimismo, el desencanto y el descompromiso se apoderen de nuestras vidas. También, los que no comparten con nosotros el donde la fe, deben buscar en lo mejor de los ideales que animan sus vidas los impulsos que mueven a la confianza.
Sin embargo, todos, sin excepción, necesitamos trabajar en forma seria y responsable en recomponer las confianzas en nuestra sociedad, en nuestras instituciones y en nuestras relaciones sociales. Sabemos, por la memoria histórica de nuestro país, que no es fácil reconstruir las confianzas, pero sabemos también que es posible. Es una tarea que requiere de mucha generosidad y responsabilidad social, de mucho diálogo y búsqueda de acuerdos al servicio de nuestro pueblo. Es una tarea que requiere de todos la necesaria altura de miras para ir más allá de las querellas inútiles y estar a la altura de las circunstancias que vivimos.
Así mismo, en la memoria histórica de nuestro país, tenemos no sólo experiencia que esta insustituible misión de restaurar confianzas es posible, sino que tenemos preclaros testigos de lo que es ser ciudadanos responsables en los distintos ámbitos de la vida de la sociedad. Tenemos la memoria de políticos honestos y generosos en el servicio público, la memoria de hombres y mujeres entregados con transparencia a la organización de los trabajadores y defensa de sus derechos, tenemos la memoria de quienes con lealtad han puesto su vida al servicio de los derechos humanos, tenemos la memoria de educadores y educadoras que con el ejemplo de sus vidas han puesto calidad a la formación de generaciones de estudiantes, tenemos la memoria de hombres y mujeres que han sido abnegados y alegres servidores de los pobres y sufrientes de nuestra sociedad.
Quisiera señalar, sin pretensión de exhaustividad, cuatro actitudes fundamentales en la tarea de recomponer las confianzas básicas para enfrentar nuestro presente complejo:
- Para recomponer confianzas hay que hacer el elemental aprendizaje hablar siempre con la verdad. Es obvio, pero parece necesario que lo recordemos y que lo hagamos en nuestra vida social.
- Para recomponer confianzas hay que sanar las heridas que dejan las querellas inútiles, las ambiciones de poder, y el desencanto de las ilusiones traicionadas. Esto requiere de mucha humildad, esa que es imprescindible para cualquier forma de servicio público y-también- eclesial. La humildad de saber pedir disculpas sinceras y de ofrecerlas generosamente a quien las pide.
- Para recomponer confianzas hay que creer siempre -contra viento y marea- que el diálogo es la forma de la vida en sociedad, y así volver a hacer el aprendizaje de que importa más la calidad de la relación con el otro que el triunfo sobre el otro.
- Para recomponer confianzas necesitamos leyes y normas que regulen adecuadamente la vida social en todos sus ámbitos -la vida política y su relación con la actividad económica, la defensa de la vida y la seguridad de los ciudadanos, el adecuado acceso de todos -especialmente de los más necesitados- a los bienes comunes y servicios públicos, y un largo etcétera que está confiado a la tarea de los legisladores y a su capacidad de ver y escuchar al conjunto de la sociedad. Pero, sabemos bien que las leyes no bastan si no van acompañadas de un serio y responsable cambio de actitudes, como el que antes hemos señalado; un cambio de actitudes que -en lenguaje religioso- llamamos “conversión”, y que en el lenguaje de la sociedad civil podríamos llamar “tener estatura moral”.
En la medida que trabajemos todos en la tarea de recomponer confianzas y de construir confianzas nuevas, la vida de nuestro pueblo, la vida de nuestro querido Chile se irá abriendo a un futuro de esperanza, al que todos los habitantes de esta tierra tienen derecho.
Un futuro de esperanza que significa levantar la mirada y no bajar los brazos en la tarea de construir la casa común. Un futuro de esperanza que nos abre a darnos cuenta que el presente -siempre limitado- tiene posibilidades mayores y mejores. Un futuro de esperanza que significa -para los creyentes- aprender a confiar en el amor que Dios tiene por su pueblo y así aprender a colaborar con nuestro esfuerzo cotidiano, y que -me parece- que para los no creyentes significa abrirse a todas las posibilidades de verdad y bondad que -en sus límites- es capaz de ofrecer el ser humano.
Hermanas y hermanos, autoridades y ciudadanos, he querido compartir con ustedes mi meditación sobre la palabra del Evangelio del Señor Jesús mirando el complejo momento presente que vivimos, para acoger desde allí el llamado a la tarea de construir confianzas para un futuro de esperanza en nuestra querida Patria.
Quisiera terminar citando unas palabras de ese gran patriota y maestro de la fe cristiana que fue el Cardenal Raúl Silva Henríquez, que en un párrafo de su testamento espiritual dice: “mi palabra es una palabra de amor a Chile. He amado intensamente a mi país. Es un país hermoso en su geografía y en su historia. Hermoso por sus montañas y sus mares, pero mucho más hermoso por su gente. El pueblo chileno es un pueblo muy noble, muy generoso y muy leal. Se merece lo mejor. A quienes tienen vocación o responsabilidad de servicio público les pido que sirvan a Chile en sus hombres y mujeres, con especial dedicación. Cada ciudadano debe dar lo mejor de sí para que Chile no pierda nunca su vocación de justicia y libertad”.
+ Alejandro Goic Karmelic
Obispo de Rancagua