Siempre habrá motivos para agradecer.
Nadie es tan pobre que no tenga algo que entregarle en señal de agradecimiento.
Meditemos por algunos segundos, los inmensos regalos que Dios en nuestra patria, concreta y real, nos ha dado.
Hay problemas; los ha habido y los habrán. Falta mucho para distribuir, adecuadamente, lo que el país genera y produce. Faltan más oportunidades y la pobreza de algunos es una herida abierta. No es fácil dar con la solución para tener más justicia. Tal vez, desde el punto de vista social, no es el país que queremos. Pero es el país que amamos.
Me duele cuando algunos se refieren a nuestra patria como “este país”. ¿Acaso ellos no forman parte de él? ¿Acaso ven, en Chile, sólo una posibilidad para sacar provecho personal, pero no como una oportunidad para dar lo mejor de sí? Es nuestro Chile.
Los cambios que requiere el país, en todas las áreas, serán posible si cambiamos nuestro corazón; si somos más asertivos para hacer nuestro el dolor del otro. Si somos más magnánimes, más justos, más misericordiosos; si nos interesamos por el bien común antes que del propio. Si salimos de nosotros mismos y poder entrar en la aventura fascinante de ver, en los demás, especialmente al sufriente, al mismo Cristo.
Hemos de crecer en el interés por la casa común. Dios nos ha dado el mismo techo a todos.
Si el trabajo es la forma de mejorarlo, debemos generar la cultura y el amor al trabajo bien hecho. Quienes diseñaron y construyeron e inspeccionaron el complejo habitacional El Mirador del Pacífico, debiesen estar muy avergonzados por el daño que le hicieron a tantas familias pobres, llenas de ilusión por su departamento nuevo, después del terremoto. Una vergüenza.
Si las relaciones humanas son el nexo que Dios ha querido para vincularnos en todos los planos, hemos de educarnos en el buen trato con nosotros mismos, al interior de la familia, de la comunidad política y social. Qué daño nos hace a todos ver a compatriotas denigrándose públicamente, denostándose, incluso calumniándose. Aún persiste en Chile el “cáncer” del machismo que daña a la mujer, rompe la familia, atemoriza a los niños. Tenemos que cuidar los modos. La transparencia es un valor, por cierto, pero transparencia sin verdad es un antivalor que hiere.
Que este 18, el Señor nos regale el don de ver la vida como una oportunidad, para servir a los demás, y no para servirse de los demás. Como oportuna para entregar lo mejor de nosotros mismos. Que nos regale optimismo y esperanza. Que nos ayude a hacer de la información, conocimiento, y del conocimiento sabiduría. Necesitamos ciudadanos sabios para enfrentar este tiempo fascinante y complejo.
No es una cultura auténticamente humana ni cristiana la de la indiferencia, del “carrerismo” que agrede y del oportunismo que termina en corrupción. Estos modos de proceder no generan una sociedad justa ni fraterna. Todos hemos de sentirnos operarios en la viña del Señor. Cada uno con su carisma y su responsabilidad, pero sabiendo que participamos de un proyecto más amplio. Los adultos tenemos una gran responsabilidad.
Nuestra gran tarea, hoy, es reencantar a los jóvenes a la vida, para que se integren con fuerza y pasión a la vida pública y democrática. Nos les matemos con nuestro mal ejemplo (y lo hemos dado en muchos ámbitos de la vida nacional) sus sueños, sus ideales, sus anhelos. Los jóvenes le dan más crédito a lo que ven que a lo que oyen. Cuántos se han inspirado en el Padre Hurtado y en Teresa de Calcuta. ¿Somos cada uno de nosotros fuente de inspiración para los jóvenes? ¿Nos sentimos orgullosos de lo que hacemos, de lo que hemos logrado, cómo lo hemos hecho y cómo lo hemos logrado? No les matemos los sueños a los jóvenes. Ellos nos están mirando. No los decepcionemos. Sólo así se comprometerán a formar familia, ingresar a la vida religiosa o aquellas actividades que exige sacrificio, tesón, abnegación, amor a Dios y a la Patria. Si queremos un país con futuro de verdad hemos de apostar por entregarle lo mejor a los jóvenes. Ello, nos exige el tiempo presente. Hagámosle ver que vale la pena vivir, que vale la pena entregarse a los demás; que vale la pena el esfuerzo, el trabajo. Para ello, hemos de leer el momento actual desde el fundamento y no de los meros fenómenos. Tenemos una vida llena de ideales, pero carenciada de afecto, de padre, de quién los escuche. Tienen más oportunidades, sí, pero están lanzados en el engranaje de la producción, que los lleva a hacer de la vida una mera competencia.
Este 18, comprometámonos a trabajar para pasar de un proyecto de desarrollo meramente económico a un desarrollo integral, que abarque los maravillosos campos del saber filosófico, artístico en todas sus expresiones. Chile será, en 50 años, lo que los jóvenes son hoy. Nosotros estamos en una gran tarea evangelizadora para con ellos en todos nuestros ámbitos de acción. Pero no basta. Requerimos del concurso de toda la sociedad, de cada uno de nosotros y en cada acto. Para que viendo se entusiasmen. Nosotros le presentamos a Jesús como camino verdad y vida y sentido último de la existencia, los invitamos a hacerse parte del país. Comenzaremos una campaña para invitarlos a que elijan a sus alcaldes y concejales. La pregunta es ¿qué le está ofreciendo el resto de la sociedad?
Por último, cuidemos la democracia. Cuidemos las instituciones que la sustentan. Seamos responsables con nuestros dichos y nuestro actuar. Destruir no cuesta nada. Lo que cuesta es construir. Hablar mal del otro no cuesta nada, edificar uno mismo a los otros con la palabra y el gesto es lo difícil. Pensemos en grande cuando se trata de nuestro querido país, el que Dios nos ha regalado. Tal vez no es el Chile que queremos, pero es el Chile que amamos. Y con eso basta.
Que la Virgen María nos acompañe en estas buenas intenciones. Amén.
+ Fernando Chomali Garib
Arzobispo de Concepción