Queridos hermanos y hermanas:
Hemos venido a nuestra Iglesia Catedral para agradecer al Señor nuestros años de la independencia nacional. Es un día de fiesta embellecido por banderas, bailes, desfiles y cantos a lo largo de la patria entera; algo hermoso nos pasa en el alma en estos días; es como una gracia de unidad misteriosa que nos recorre de norte a sur y de mar a cordillera. Por eso le pedimos a Dios su bendición para que atesoremos esta alegría familiar y sepamos encontrar el rumbo para un progreso en paz, humano y bueno para todos los chilenos.
Hoy, junto a su primera fuente que es Dios, celebramos nuestra libertad y queremos acoger de nuevo en nuestros corazones aquella inquietud de libertad que encendió el Señor en los padres de la patria. Necesitamos ese buen espíritu de emancipación que movió a O’Higgins y San Martín; a Carrera y a Bulnes; a Prat y a tantos otros héroes anónimos que ofrendaron la vida por la libertad de la patria.
La libertad no es un objeto que se adquiere para siempre. Los hijos de cada generación tenemos que realizar alguna gesta heroica para reconquistarla de nuevo. Nuevas sumisiones y nuevas opresiones nos van dominando disfrazadas de seguridad, de autonomía y bienestar. Entre nosotros van apareciendo nuevas cadenas que nos dominan y esclavizan y nos van acumulando violencia y amargura en el corazón.
La libertad humana hay que cuidarla siempre porque tiene una herida crónica, una herida original de esclavitud. La libertad se tiende a perder con la comodidad, la debilidad del pensamiento y el vacío de alma y de sentido. Es por ello que como personas y como nación necesitamos reconquistar siempre de nuevo nuestra libertad que es esa facultad humana tan preciosa que Dios nos dio para construir el bien sirviendo a la verdad.
En este día queremos pedirle al Señor que nos ayude a renovar la alegría y la esperanza de la patria poniéndola en un lugar seguro. Para ello queremos volver a injertar nuestra libertad y nuestra identidad en su tronco original que es el amor a Dios y el amor a la patria, a nuestro Chile. Estrechar el amor a Dios porque es un Padre misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia; porque es un Padre bueno que amándonos sin condiciones nos ha confiado un país hermoso para vivir la vida. Y a nuestra patria hemos de amarla y cuidarla porque en ella recibimos el regalo sagrado de la vida y en ella nos preparamos para la vida eterna. Tenemos que amar la patria “… con la ternura del que expresa un santo afecto y con la austera conciencia del que realiza un sagrado deber” (Mons. Manuel Larraín).
En este día de gloria venimos a pedirle al Señor que nos ayude a realizar una nueva gesta heroica que nos exige hoy tanto heroísmo como al comienzo. Esta gesta, también urgente, requiere claridad de pensamiento y almas grandes que se atrevan a luchar contra un enemigo líquido, difuso y poderoso. Nuestros niños, cuando sean adultos mañana nos agradecerán la libertad que les consigamos con las gestas de hoy.
Sobre nosotros ha sobrevenido con fuerza una opresión que a todos nos afecta y que oprime especialmente a los más débiles de los hijos de la patria. La familia está entre sus víctimas principales. En realidad esta opresión no es nueva pero tiene consecuencias nuevas.
¿Cuál es ese nuevo invasor que lo domina casi todo? Se trata de la avaricia, del amor desordenado al dinero que ha maleado y corroído casi todas nuestras relaciones. “No se puede servir a Dios y al Dinero” (Lc 16,13). Es un tirano antiguo que con astucia y con promesas de falso bienestar y autonomía vacía a Dios del corazón. Una vez vacío el corazón le ofrece llenarlo con multitud de artículos y sensaciones que él mismo produce y vende. Es una tiranía cuyo gobierno obliga a vivir en la superficie. Como paréntesis… en este panorama epidérmico parece aún más grave la supresión de la Filosofía en nuestro sistema escolar… Logrado su cometido, convierte a sus ciudadanos en adictos a las cosas y los hace contaminadores de la vida y de la tierra llenándola de violencia, inequidad y desperdicios. “….La violencia que hay en el corazón humano, herido por el pecado, también se manifiesta en los síntomas de enfermedad que advertimos en el suelo, en el agua, en el aire y en los seres vivientes. Por eso, entre los pobres más abandonados y maltratados, está nuestra oprimida y devastada tierra, que «gime y sufre dolores de parto» (Rm 8,22).” (L Si 2).
Tenemos justificada preocupación por el alma nacional pero también es necesario agradecer la noble savia de valores que aún se conserva en Chile, especialmente en nuestras regiones. En efecto, la familia, la fe, la amistad, la austeridad, la acogida, la paciencia, la ternura han sido y son parte del clima de nuestra hermosa patria. Pero el cambio del clima humano ya se deja sentir con algunos síntomas e indicadores preocupantes. Hemos entrado en una sequía del compromiso con los demás sin obligaciones. Nos han empezado a afectar nuevas inundaciones de puras exigencias que ahogan el bien común y el progreso de todos.
Un síntoma preocupante es un desafortunado récord que se ha conocido estos días. Un estudio de la OMS ubica a Chile como el país del mundo con mayor incidencia de trastornos mentales. Uno de cada cinco chilenos, en especial entre las mujeres y los sectores más pobres, sufren alguno de estos males; casi siempre relacionados con el estilo de vida tenso que se nos impone. Otro signo preocupante es que, a una de las tasas más altas han crecido dolorosamente los suicidios infantiles y juveniles. También seguimos en los primeros lugares en la desconfianza y en la mala distribución del ingreso. Se nos ha enfermado Chile; si no lo reconocemos no es posible sanar entre todos.
¿Cómo curar estas heridas?, ¿cómo sanarnos de estos males? El verdadero remedio de la humanidad herida material y espiritualmente decía el Papa Benedicto, es una regla de vida basada en el amor fraterno, que tiene su manantial en el amor de Dios… es necesario abandonar el camino de la arrogancia, de la violencia utilizada para… asegurarse el éxito a toda costa. ….sobre todo en las relaciones humanas, interpersonales, sociales, la regla del respeto y de la no violencia, es decir, la fuerza de la verdad contra todo abuso, puede asegurar un futuro digno del hombre” (Benedicto XVI, Angelus 03 de Julio 2011).
Estamos aquí para pedir esa gracia al Señor junto al altar de nuestra Iglesia Catedral que hoy se nos presenta en la figura de una parra y sus sarmientos. El humilde sarmiento fue elegido por Jesús como maestro para iluminar todas nuestras situaciones. Con callada elocuencia nos enseña lo que hay que cuidar para crecer siempre y prometer frutos al futuro. Nos enseña que hay que permanecer contra vientos y heladas aferrados firmemente a los valores que no cambian, los valores que vienen de la fe y de la noble humanidad. Nos enseña el sarmiento que sin transar esos valores, la libertad puede alzar el vuelo buscando el sol y generando vida nueva. Esta imagen de una viña que nos resulta tan familiar en nuestra Región del Maule nos recuerda que para sembrar esperanza hay que unir firmemente lo nuevo y lo antiguo, para que se pase la savia y con la savia pase la vida y vengan los frutos que cimienten la paz en la justicia y la alegría en la misericordia.
Los pueblos, como las personas y las familias, crecen sanos y felices sólo en la medida de sus fuerzas morales y espirituales. Ninguna otra grandeza puede ser tanto motivo de orgullo y esperanza segura como la grandeza del alma. Ningún triunfo nos puede alegrar tanto como el triunfo de los nobles valores que le dan vida a la vida.
Así como los hábiles volantines aprovechan las brisas de septiembre para elevarse hacia lo alto y alegrar el cielo, así también quiere subir a Dios nuestra oración multicolor por nuestro querido Chile. Con su gracia y la compañía de nuestra Madre la Virgen del Carmen, estrella de nuestra bandera, podremos enfrentar confiados esta nueva batalla por una nueva libertad. Ella nos influirá, como madre sabia, para enfrentar al enemigo común con la armas de la paz; el respeto mutuo, la pasión por la verdad, la discusión con altura, la misericordia con todos. Ella nos hará arriar las banderas negras de la desesperanza. Ella, nuestra Madre, nos enseñará a izar el emblema de una cultura del encuentro donde el viento del Espíritu Santo haga flamear todas las banderas del perdón, de la misericordia y de la inclusión de todos los hijos de Dios en esta tierra fértil y señalada.
+ Horacio Valenzuela Abarca
Obispo de Talca