Catedral de La Serena, 16 de septiembre de 2017.
Fecha: Sábado 16 de Septiembre de 2017
Pais: Chile
Ciudad: La Serena
Autor: Mons. René Rebolledo Salinas
Homilía
Te Deum 2017
Textos bíblicos
Primera Lectura :
Is 32,15-18
Salmo Responsorial:
Sal 84, 9ab.10-14
Evangelio :
Jn 14,23-29
“El mismo Señor nos da sus bienes”
(Sal 84, 9).
El Señor Jesús nos convoca en este día en la casa de su Padre, para celebrar juntos el
Te Deum, a Ti oh Dios. Esta asamblea que reúne a las más altas autoridades regionales, provinciales, comunales y sociales, es parte muy significativa del pueblo que peregrina en la región de Coquimbo. Me alegra enormemente saludarlos y agradecerles su amable presencia. Es un bello testimonio de fe y una clara expresión que,
es justo y necesario, elevar una alabanza a Dios Uno y Trino, contemplando el sinnúmero de beneficios con que Él nos favorece día tras día.
En la voz del Salmista prolongamos la acción de gracias con sus palabras, pues “el mismo Señor nos da sus bienes”. Conscientes de la belleza de nuestra maravillosa naturaleza, de la bondad de nuestra gente sencilla, de cuántos con esfuerzo ponen lo mejor de sí, para edificar, paso a paso, un Chile más próspero y solidario, ¿podríamos efectivamente celebrar en plenitud las fiestas patrias sin elevar nuestra mirada a Dios nuestro Padre?
Con emoción tenemos presente hoy que hace 30 años, cuando nos visitó san Juan Pablo II, al llegar a nuestra Patria recordó una de nuestras tradiciones con estas palabras: “
Al visitar vuestra tierra yo bendigo y alabo al Creador, que la ha dotado con una prodigiosa riqueza de bellezas naturales, concentrando aquí– como dicen vuestras leyendas– todo lo que le restó al finalizar la obra de la creación del mundo: montañas, lagos y mares, climas diversos, vegetación espléndida y áridos desiertos, colores y panoramas fascinantes” (Juan Pablo II,
Discurso en el Aeropuerto “Comodoro Arturo Merino Benítez” de Santiago de Chile, miércoles 1 de abril de 1987).
Por todo ello y tantos otros sentimientos, difícil de expresar en su plenitud, es que ante el Altar del Señor, escuchando su Palabra, aclamándolo con cánticos y al son de instrumentos, dando espacio a signos elocuentes, entrando en un silencio adorante, celebramos con gozo profundo el
Te Deum, porque, como escuchamos del Salmista, “el mismo Señor nos da sus bienes”.
“El que me ama será fiel a mi Palabra”
(Jn 14, 23).
¡Qué feliz coincidencia vivir esta liturgia en el corazón de septiembre, en vísperas de un nuevo aniversario patrio y en el mes de la Biblia! ¿No recibimos sorprendidos en esta celebración el mensaje bíblico que acentúa precisamente la actitud interior con la cual se debe acoger la Palabra del Señor? Esto es lo que hemos oído como mensaje central que ilumina nuestra acción de gracias: “Jesús dijo a sus discípulos:
El que me ama será fiel a mi Palabra, y mi Padre lo amará; iremos a Él y habitaremos en Él. El que no me ama no es fiel a mis palabras. La Palabra que ustedes oyeron no es mía, sino del Padre que me envió”.
¿Qué podría significar para cada uno de nosotros esta proclamación? ¿Quién es el que ama verdaderamente y es fiel a la Palabra del Señor? Sin duda, la opción por Jesús y el encuentro con Él, que transforma la vida, está en la base de esta aseveración del Señor. ¡Cuánta desidia e indiferencia, incluso oposición a la Palabra del Señor, a su verdad y a sus exigencias, es posible constatar! ¡Busquemos comprender las dificultades, problemas y peligros por los que atravesamos en nuestra patria, apelando a la Luz que ella nos ofrece.
La Palabra del Señor es una manifestación de su amor, que nos revela su voluntad sobre nosotros, cuál es nuestra gran dignidad, los principios para edificar la gran familia que somos y el camino para construir la ciudad terrena. Manifiesta igualmente la voluntad divina sobre el Creado y de tantos otros aspectos necesarios para el bien común y el desarrollo, según el querer de Dios.
Jesús nos revela que la Palabra es “del Padre que lo envió” y que el Espíritu Santo, “que el Padre enviará en su nombre nos enseñará todo y nos recordará lo que Él nos ha dicho”. Es el Espíritu que actúa en nosotros posibilitando a la comunidad y a cada cristiano en particular el don de actualizar el discernimiento para, a la luz de la Palabra, afrontar los desafíos, problemas e inevitables conflictos de cada tiempo y lugar. Es a la luz de la Palabra, dejándose iluminar y transformar por ella, que contamos con una guía segura para no errar el camino. ¡El pecado de nuestro tiempo, también de otras épocas en la historia de la humanidad es silenciar a Dios y las manifestaciones de su presencia!
“Les dejo la paz, les doy mi paz”
(Jn 14, 27).
La página bíblica que hemos oído nos orienta hacia uno de los anhelos más profundos del corazón humano y de la vida de los pueblos, la aspiración al don de la paz. Acabamos de oír que el Señor dijo a los suyos, por tanto a nosotros, “les dejo la paz, les doy mi paz, pero no como la da el mundo”.
La paz es ante todo un don de Dios. Estamos llamados a agradecerlo y a pedirlo frecuentemente. ¡Jesús es nuestra paz! ¡Él es el único que puede ofrecernos la paz que necesitamos! Su amor por nosotros es su paz, la que Él nos deja, como hemos oído. Él es quien nos convoca a renovarnos en la conciencia de hijos de Dios y hermanos entre nosotros, por tanto, a vivir como tales, compartiendo el camino de la vida, custodiándonos, apoyándonos y potenciando tanto lo mejor de cada uno como valorando el aporte imprescindible de todos a la edificación de la ciudad terrena.
Su paz, lo afirma el Señor, nos la da, “pero no como la da el mundo”. ¿Quién podría dudar de ello? Basta una somera mirada a la realidad mundial, también a nuestra Patria, para constatar el alcance de su Palabra.
Como discípulos misioneros de Jesús no podemos adherir a resoluciones ni a prácticas atentatorias contra la gran dignidad de la persona humana, desde su concepción y hasta su muerte natural. Si se respeta el mayor y primer derecho de la persona, que es el derecho a la vida, se abre la posibilidad y expectativa que también los demás no serán conculcados. Para ello hay que trabajar y obrar decididamente. La paz jamás promueve un atentado a la vida, ni en sus inicios, tampoco en su desarrollo, más bien favorece cuanto la persona precisa para vivir con dignidad. Al contrario, evita toda acción contraria a los derechos sagrados de cada persona, otorgados por el mismo Señor antes de cualquier ley que pudiere promulgar el Estado.
Sin duda, la paz favorece un progreso y desarrollo equitativo, justo, respetuoso de los demás. Si a alguien privilegia es precisamente a los más pobres, desvalidos y carenciados ¿No percibimos sobre este trasfondo la vía de solución para numerosos problemas que nos afectan a todos en nuestra Patria? Baste señalar algunos, admitido que el derecho a la vida es la puerta de entrada a todos ellos: la conciencia del respeto a la naturaleza creada por Dios, considerando las posibilidades y los límites de su desarrollo, la acogida a los inmigrantes y la promoción de sus derechos, la salvaguardia y atención prioritaria a las familias, edificadas sobre el matrimonio según la voluntad del Señor, los clamores que se alzan desde diversos sectores, buscando solución a innumerables problemas y desafíos.
“Mi paz les doy” es el lema escogido para la visita del Santo Padre Francisco. En el día en que hemos conocido la feliz noticia que el Santo Padre Francisco viene a visitarnos, he señalado a los medios: “la visita del Santo Padre Francisco es una gran bendición del Señor para nuestro pueblo”. El Papa nos hablará, como padre y pastor, invitándonos a acoger el gran don de la paz que nos regala Jesucristo, el príncipe de la paz. Dispongamos nuestro corazón a acoger al Santo Padre y a recibir su palabra con ánimo grato. Con entusiasmo se preparan las comunidades para acudir a Santiago y manifestar el aprecio, respeto y amor por quien nos preside en este camino de fe. Ayer el Apóstol Pedro, hoy en su misión el Papa Francisco. Junto con él profesamos con fe y amor a Jesucristo, “ayer, hoy y siempre” (
Hb 13, 8).
Todos somos corresponsables en la edificación del presente y el porvenir de nuestra nación. ¡Ser hijos de esta tierra y participar activamente en la construcción social y política, en irrestricto respeto a los derechos de cada cual, es una obligación moral! El proyecto país que tanto anhelamos por parte de quienes tienen mayor responsabilidad en la guía y conducción de nuestra nación, es largamente esperado. Las elecciones de la más alta significación que se aproximan, son la oportunidad para ofrecer al país un motivo para seguir esperando, renovándonos en la fe y en la confianza que juntos podemos y debemos vivir el presente, proyectándonos al porvenir desde un sólido fundamento, la paz que nos brinda el Señor y que estamos llamados a acoger, custodiar y construir día tras día.
No puedo finalizar estas palabras sin recordar, junto a todos ustedes, a las hermanas y hermanos que sufrieron mayormente las consecuencias del terremoto y tsunami que nos afectó el 16 de septiembre de 2015, hace exactamente dos años. Rogamos al Señor que los fallecidos gocen del descanso eterno y que quienes todo lo perdieron, hayan podido reconstruir sus viviendas y recuperar sus bienes. Recuerdo con emoción los gestos de solidaridad por parte de todos los sectores, incluidas nuestras comunidades, parroquias, movimientos apostólicos y pastorales juveniles. ¡Quiera el Señor que esos gestos solidarios, encuentren eco cada día en una actitud permanente de solidaridad! Un recuerdo agradecido a las comunidades católicas de Chile y del extranjero que con gran generosidad nos colaboraron en la emergencia, destacando principalmente la Pastoral Social Caritas de la Conferencia Episcopal de Chile. Nos renovamos en la certeza que en cada momento de nuestra vida, como lo manifestamos en aquella difícil prueba,
siempre estamos en las manos de Dios.
Nos encomendamos en este día a la Santísima Virgen del Carmen, Madre y Reina de nuestra Patria, nuestra Señora de la paz y del consuelo. Ella ruegue con su amor de madre ante Jesucristo su Hijo por nuestra Patria. Interceda, especialmente por quienes, investidos de autoridad, están llamados a servir al bien común, que sean generosos en ayudar a alcanzar la plenitud de vida que anhela cada ciudadano, la que solo se encuentra plenamente en Jesucristo, el Señor. A Él sea el honor y la gloria por siempre. Amén.
+ René Rebolledo Salinas
Arzobispo de La Serena