Saludamos como Iglesia de Calama, cordialmente, a cada una de las autoridades aquí presentes, a los dirigentes y representantes de las instituciones de nuestra provincia, a todas las personas que nos acompañan en este Te Deum y a quienes se unen a esta celebración a través de los medios de comunicación y las redes sociales.
Damos gracias al Señor por la posibilidad de volver a encontrarnos en esta iglesia Catedral para orar por Chile. Todavía en el proceso de convivir con la pandemia y sus consecuencias en nuestras vidas.
Ciertamente, no somos los mismos que entonábamos el Te Deum, himno de acción de gracias, hace un par de años. Faltan hoy en este lugar hermanas y hermanos nuestros que han perdido la vida en este tiempo, los cuales recordamos con cariño y afecto, con memoria agradecida, al igual que a nuestros padres y madres de la Patria. Pero los que estamos aquí y quienes se unen a través de la radio e Internet, nos unimos en una gran acción de gracias por nuestro país, Chile, de norte a sur, de mar a cordillera, gracias nuevamente a aquellos que durante estos años han trabajado incansablemente por nuestra salud, corporal, mental y espiritual, a todos y todas, los ciudadanos y ciudadanas que han entregado su trabajo para poder reactivar nuestra vida como sociedad. Es tiempo de agradecer por la familia, revalorizar la comunidad, el barrio, las redes de amistad y compañerismo. Ha esto hemos venido hoy, a dar gracias al Dios de la vida.
La primera lectura que escuchamos, de la carta del apóstol San Pablo a los corintios, nos entrega esta imagen como cuerpo de Cristo. El Apóstol, con esas palabras, quiere poner de relieve la unidad y, al mismo tiempo, la multiplicidad que es propia de la Iglesia. «Pues, así como nuestro cuerpo, en su unidad, posee muchos miembros, y no desempeñan todos los miembros la misma función, así también nosotros, siendo muchos, no formamos más que un solo cuerpo en Cristo, siendo cada uno, por su parte, los unos miembros de los otros» (Rm 12, 4-5). La imagen del «cuerpo de Cristo» «destaca la unidad dentro de la multiplicidad, indicando sobre todo el principio y la fuente de esa unidad: Cristo.
Esta misma alegoría, podemos aplicarla a nuestra patria, a nuestro Chile. Todos formamos parte de esta hermosa franja de tierra, hombres y mujeres, nuestros abuelos y abuelas, jóvenes, niños y niñas, pueblos originarios, trabajadores, empresarios, militares y policías, educadores y servidores públicos, etc. todos bajo la inspiración de nuestros próceres y bajo la unidad de los símbolos patrios. De esta forma se logra destacar la unidad dentro de la multiplicidad que somos, pero que de la misma forma caminamos en busca de una unidad y fraternidad, inspirada en el sentido de independencia que hoy celebramos.
Creo fundante esta imagen, el cuerpo es el organismo que, precisamente por ser organismo, expresa la necesidad de cooperación entre los diversos órganos y miembros en la unidad del conjunto, hoy después de un plebiscito sobre la nueva constitución debemos de ser capaces de trabajar por un texto que busque la unidad, respetando la diversidad y originalidad de cada uno y cada una. Todos estamos llamados a ser actores de esta nueva construcción social que nuestra patria necesita.
La analogía del cuerpo que propone San Pablo destaca, además, que sobre todo la unidad genera vida, ya que todos los miembros se preocupan unos de otros y son solidarios entre sí, de forma especial aquellos que hoy en nuestra sociedad necesitan mayor cuidado. Ninguna parte del cuerpo puede ser dejada a un lado del camino, todos somos importantes y aportamos desde nuestra realidad a la construcción de este nuevo Chile.
El texto del evangelio que ha sido proclamado el día de hoy viene a complementar nuestra reflexión sobre la unidad que debemos buscar como país y conciudadanos. Nos indica el texto que Jesús se dirige a un pueblo, él está compartiendo la buena noticia del evangelio. La misión de Jesús es poder llevar a la humanidad al encuentro con el Padre. Por tal motivo, vemos como se unen dos realidades muy distintas, dos procesiones. Por un lado, Jesús que va entregando la buena noticia y por otro lado una madre que va acompañando a su hijo muerto a ser sepultado. Se encuentran la vida y la muerte en las puertas de la ciudad.
Hoy en nuestra patria de igual manera vivimos este encuentro entre la vida y la muerte. La pandemia que todavía sobrellevamos, donde, como indicamos anteriormente, han sido muchos los que han partido. Son signos de muerte, la polarización que se ha generado en nuestro país durante los últimos meses, donde la palabra tolerancia, respeto y aceptación de la libre voluntad del otro, fue duramente atacada, generando una gran división que hoy debemos revertir, en un nuevo proceso donde se busque esa unidad, como nos indicaba San Pablo. Otros signos de muerte los vemos en la inseguridad que sufre nuestra gente, hoy el miedo a soportar un acto de delincuencia y por consiguiente la posibilidad de perder la vida, ha generado que desconfiemos los unos de los otros, y cuando la confianza se ha quebrado se convierte en un signo de muerte. También tenemos signos de muerte en la desigualdad, la falta de oportunidades, entre otras, son las procesiones que caminan en nuestras calles. Pero también la vida se ha presentado en nuestra sociedad, como no seguir destacando el trabajo de tantas personas del área de la salud que siguen colocando todo su esfuerzo para sobrellevar esta pandemia, de igual forma, todas las personas que aportan con su trabajo y vidas al bien de los demás. El trabajo de conciudadanos en comedores y residencias para los migrantes y personas en situación de calle, el trabajo de educadores en las aulas y por medio de las redes sociales. Son también manifestaciones de vida el sentido comunitario que buscan mejorar el nivel de vida de los pobladores, las juntas de vecinos, los comités de vivienda, los clubes deportivos y folclore, sobre todo la solidaridad, estas procesiones de vida animan a nuestra patria cada día.
Jesús irrumpe en la vida de aquella mujer, al contemplarla a ella y el dolor que siente, ante una sociedad machista en tiempos de Jesús, donde esta viuda a la muerte de su único hijo está condenada a vivir de las limosnas. Él no se queda como espectador, sino que se hace partícipe. El mayor signo de misericordia en la vida es dejar de lado nuestros propios proyectos y colocar nuestra vida al servicio de aquellos que sufren y necesitan. Jesús nos muestra que la empatía es un valor fundamental que nuestra sociedad no puede perder. Hoy también todos los que tenemos responsabilidades en nuestra patria, no podemos ser espectadores de las caravanas de muerte que golpean a nuestra patria. Debemos ser actores que acompañen y trabajen para que desaparezcan las desigualdades, el dolor, la injusticia y todo lo que oprima al ser humano. Al igual que Jesús, debemos ser los primeros en salir al encuentro del que sufre. Debemos de crear y apoyar mas procesiones de vida para nuestro país, fortaleciendo la iniciativa y participando de ellas.
Las primeras palabras que Jesús dice a la mujer son no llores, al igual que en la metáfora del cuerpo de San Pablo, hoy esta mujer es la imagen de nuestro país, que, si bien está siendo acompañada por muchos a sepultar a su hijo, su destino final es la soledad, si nos dejamos llevar por los signos de muerte, cada día el individualismo crecerá y terminaremos cada vez más solos y sin participar. Hoy debemos tomar el ejemplo de Jesús y ser capaces de dejar nuestras agendas que, en muchas ocasiones están alejadas de las verdaderas necesidades de la personas, es nuestra tarea como iglesia y ciudadanos volver a mirar a quien esta solo y llorando, es también la tarea de nuestras autoridades, de no dejar de mirar el verdadero clamor de nuestra sociedad, una patria más justa y solidaria, donde la confianza de paso a una vida tranquila y donde los hijos se puedan educar en contacto con los otros, y no apartados unos de otros por la desconfianza reinante de nuestros días.
Al contacto con Jesús despunta la vida, le decía el papa Juan Pablo II a los jóvenes chilenos. Jesús no sólo es empático con aquella mujer, no sólo la consuela, también interviene en su vida y le devuelve su alegría y dignidad. “Después se acercó y toco el féretro, los que lo llevaban se detuvieron y Jesús dijo: Joven a ti te ordeno, levántate.” Esta acción la realiza el Dios de la vida, entregando este don nuevamente y devolviéndole a su madre. Si tratamos de imaginar la alegría y el gozo de aquella mujer después que un desconocido en el momento mas triste de su vida, le devuelve la alegría y la dignidad, ya que desde ese momento ella también puede volver a vivir. No puede haber auténtico crecimiento humano en la paz y en la justicia, en la verdad y en la libertad, si Cristo no se hace presente con su fuerza salvadora Hoy.
Jesús también interviene en nuestra vida, en nuestra sociedad y en nuestro día a día. Hoy somos nosotros los llamados como iglesia, autoridades y ciudadanos a ser no solo testigos, sino también ser parte de animar la vida de cuantos están en nuestra sociedad, de aquellos que caminan en la tristeza. Debemos ser capaces que trabajar, unidos para devolver la vida y dignidad de cuantos hoy la han perdido. Nuestro país también recibe el mismo llamado, joven levántate, hoy Jesús nos dice Chile levántate, deja de lado el rencor, la rabia, la desconfianza, la intolerancia, la violencia y ponte de pie para construir una sociedad más justa, equitativa, solidaria, empática, una sociedad del amor, donde la entrega y servicio marcan nuestro trabajo. Hoy, al igual que la mujer viuda, todos queremos mirar a un futuro donde no estemos separados por bando y trincheras ideológicas que buscan imponerse, vulnerando la libertad de conciencia de las personas. Debemos respetar la libertad de conciencia y pensamiento, pero sin imponer o dominar al que no piensa igual.
De esta forma todos estamos invitados a trabajar por un mejor Chile, donde no tengamos miedo a involucrarnos para ayudar y servir a aquellos que son parte de nuestra sociedad, involucrarnos significa poner sus prioridades por encima de las nuestras, ya que la tarea es devolverles la dignidad y la capacidad para retomar sus vidas con posibilidades que le permitan ponerse de pie.
El encuentro del joven que ha vuelto a la vida con su madre es el reflejo de la unidad de la familia. La familia toma su verdadero sentido en el encuentro, la vida le permite volver a abrazar a su hijo. Hoy sobre todo debemos trabajar por cuidar la familia, es en la familia donde se forjan los ciudadanos que en un futuro no tendrán miedo en involucrarse al servicio de los demás. Los valores y principios son inculcados en la familia, por tal motivo debemos cuidarla.
El evangelio termina indicando: Todos quedaron sobrecogidos de temor y alababan a Dios, diciendo: “Un gran profeta ha aparecido en medio de nosotros y Dios ha visitado a su Pueblo”. Cuando se hace el bien y se busca el bien de los demás, esto se propaga, hoy los jóvenes dirían “se viraliza”. Hacer el bien, le hace bien a nuestra sociedad y al país. Eso debemos tenerlo claro. Cada buena obra que desarrollamos permite a nuestra patria crecer en unidad y fortalecer nuestra identidad. Hoy cada día, se hacen virales el dolor, el sufrimiento, la critica desmedida, la burla, debemos ser promotores de signos y caminos de vida y de vida en el amor a los hermanos.
Todos debemos caminar juntos, nadie debe quedarse atrás, todos deben tener las posibilidades de desarrollarse y hacer de Chile un país de hermanos. Busquemos siempre hacer el bien, de forma que cada vez hablemos más como hermanos y dejemos fuera el individualismo.
Pbro. Néstor Veneros Lepe
Administrador Diocesano
Obispado de Calama