1.- Yo soy pecador. El pueblo ha pecado. Los obispos celebramos la misa, los cristianos celebramos la misa; al encontrarnos con Jesucristo resucitado que muestra las llagas ya gloriosas, nos damos cuenta de que nuestros actos no son sólo quebrantamiento de un código de urbanidad o convivencia, no sólo son un daño para el vecino, y el daño más grande es quitarle la vida cuando aún es un embrión o cuando tiene 33 años o cuando se lo elimina porque nos parece demasiado viejo o enfermo. Quitar la vida, o quitar la dignidad, con la tortura, la degradación, el destierro o el extrañamiento, negándole la justicia o cometiendo injusticias contra su persona. etc. Hay errores, hay actuaciones que son imperfectas y dolorosas por nuestra limitación y superficialidad. Pero hay más: hay en nosotros maldad, pecado. Nosotros tenemos fe: hemos pecado contra Dios; “he pecado contra el cielo y contra ti” es la confesión que prepara el hijo pródigo: he pecado contra el cielo, contra Dios. Hoy, Señor, te pedimos perdón por nuestros pecados, porque nos opusimos o retrasamos tú plan de salvación.
Con frecuencia rezamos: “Sabed que el Señor es Dios, que él nos hizo y a Él pertenecemos, somos su pueblo y ovejas de su rebaño” (salmo 99). Todo es amor: la creación, la encarnación, la redención, es amor de Dios. “Todo fue creado por Cristo y para Cristo”, “Él nos eligió en la persona de Cristo, antes de crear el mundo, para que fuésemos santos e irreprochables ante Él por el amor” (Ef 1, 2). No fuimos santos e irreprochables, fuimos y somos pecadores. “Y quiso Dios reconciliar consigo todos los seres, los del cielo y los de la tierra, haciendo la paz por la sangre de su cruz” (Col 1, 12). Orar es amar, orar pidiendo perdón es amar a Dios, y a los demás, y amar a Chile. Somos sacerdotes en el plan de Dios, para ofrecer sacrificios por sus propios pecados y por los pecados del pueblo. Este es un punto difícil y misterioso: orar, ponerse ante Dios, como Moisés; Moisés rezaba por el pueblo, y cuando Dios ofendido piensa en exterminarlos, Moisés se atreve a decirle a Dios: si los eliminas a ellos bórrame a mí también del libro de la vida. El cristiano debe orar por la humanidad, el sacerdote debe interceder por el pueblo, el obispo debe rezar por toda la Iglesia. Jeremías oraba diciendo “Señor, reconocemos nuestra impiedad, la culpa de nuestros padres porque pecamos contra ti”. Nuestra misión primera de obispos es rezar. Otros harán otras tareas. Y desde la oración iluminar el futuro: ¿a dónde queremos ir? E iluminar el presente. Esto ¿va a ayudar a sanar? O seguimos haciendo lo mismo, cuando han pasado ya 50 años
“Grande eres tú, y haces maravillas, tú eres el único Dios” “Dios clemente y misericordioso, lento a la cólera, rico en piedad y leal,” “bueno y clemente, rico en misericordia con los que te invocan” “Tu eres mi Dios, piedad de mí, que a ti te estoy llamando todo el día, ten compasión de mí” (cf. Salmo 85) “Yo reconozco mi culpa”, “Limpia mi pecado”, “Lávame, quedaré más blanco que la nieve”. “Aparta de mi pecado tu vista, borra en mi toda culpa”. “Crea en mí, un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme” “Enseñaré a los malvados tus caminos, los pecadores volverán a ti” “Mi sacrificio es un espíritu quebrantado” (salmo 50).
2.- Hay redención: somos mensajeros de la Buena Nueva, queremos y debemos compartir el gozo del Evangelio. Llevamos el Evangelio del perdón y la reconciliación. Y eso exige arrepentimiento, deseo de reparar el daño causado, y propósito de no volver a cometer ese pecado. Conversión. Nuestro pecado es grande, las páginas son negras. Mientras se trabajaba con generosidad por la reconciliación, por la paz, otros seguirán abusando y delinquiendo. El pecado no fue cosa de un día, ni del tiempo pasado; también hoy, y de muchas maneras estamos en pecados. Todos estamos ensuciados, pero eso no puede servir como excusa sino como revulsivo para avanzar y mejorar. Nuestro auxilio está en el nombre del Señor, Cordero de Dios que quitas el pecado del mundo. Estas oraciones se llenan de sentido desde las palabras salidas del corazón y de los labios de la Virgen Maria: “la misericordia del Señor llega sus fieles de generación en generación” (Lc. 1,50); es un eco de lo que María como judía rezaba en el salmo 99 “El Señor es bueno, su misericordia es eterna, su fidelidad por todas las edades”. Somos obispos y como el apóstol san Juan afirmamos: “Nosotros hemos visto y damos testimonio de que el Padre envió a su Hijo para ser Salvador del mundo” (Jn. 4, 14). Pero cada uno de nosotros tiene que cumplir y poner su parte: nuestros gobernantes y legisladores y jueces revisen sus modos, nuestros políticos y comunicadores busquen y respeten la verdad; los sacerdotes y los religiosos, y nosotros los obispos proclamemos y vivamos el Evangelio de la verdad y del amor y del perdón, de la justicia y la misericordia. ¿somos más justos? ¿somos más misericordiosos? El evangelio claro y exigente: tú pon verdad, tu pon justicia, tú se honesto, tu ama; Ama, a tus enemigos. Como obispos ofrecemos nuestro servicio de acogida, respeto, silencio y secreto, pero pedimos que quienes tienen información acerca de los hechos y de las víctimas, en nombre de Dios, háganla saber porque es camino y modo para aliviar el sufrimiento de muchos.
Anhelamos el día en que podamos rezar juntos, como hermanos: “Bendice, alma mía, al Señor, y nunca olvides sus beneficios. El perdona todas tus culpas, y sana todas tus dolencias, te corona de amor y de ternura. El Señor hace obras de justicia y otorga el derecho a los oprimidos (salmo 102).
3.- Dios hace nuevas todas las cosas. Cada día en el Benedictus rezamos: “El Señor ha visitado y redimido a su pueblo… suscitándonos un Salvador… para que libres de temor le sirvamos con santidad y justicia en su presencia todos nuestros días” (cf Lc. 68-79). Por Jesucristo nuestro Señor: “por su sangre hemos recibido la redención, el perdón de los pecados (Col 1, 12…)
“Vivir en santidad y justicia” no es convertirse en inquisidores y jueces de los demás, de lo que hicieron nuestros antecesores. Muchos obispos, sacerdotes, religiosos y laicos rezaron, dieron ayuda a víctimas directas y a tantas otras víctimas indirectas y que entraron en la pobreza, la marginación etc., aconsejaron. ¿Pudimos hacer más? ¿Era mejor hacerlo de otro modo? Pedimos perdón por lo que teníamos que hacer y no hicimos, pedimos perdón por lo que hicimos mal, pedimos perdón por haber guardado silencio cuando debimos hablar, o haber hablado mal y juzgado y condenado.
Nuestra petición de perdón lleva el compromiso para tratar de ser mas fieles a Jesucristo y a los hermanos, especialmente a los que más sufren.
Hoy nos toca: iluminar el futuro: ¿a dónde queremos ir? ¿Qué queremos cosechar? Entonces tendremos que sembrar justicia, honradez, respeto, colaboración; lo que se siembra se cosecha. La Patria es algo dado: se la acepta o se la rechaza, se la engrandece o se la ultraja
Hoy nos toca iluminar el presente: hemos ofrecido nuestro aporte a los Constituyentes, y seguiremos ofreciendo el gozo del evangelio, la verdad que poseemos y que libera, aunque duela.
Hermanos obispos: somos obispos, nos toca enfocar la vida desde el evangelio, nos toca ofrecer guía y ánimo a los fieles y a la sociedad. Somos padres de todos. ¿Podremos como Moisés llegar hasta Dios y decirle: ¿Si no los perdonas, bórrame a mí del libro de la vida? Ex 32,32?
Somos errantes peregrinos, que buscan un destino de unidad, una ciudad de eternidad. Llegará con la gloria del Señor Jesucristo: se cumplirá la promesa del salmo “Regirá el orbe con justicia, y los pueblos con rectitud” (salmo 67)
Entretanto no nos cansemos de repetir, pero digámoslo con fervor y convicción: Nuestro auxilio es el Nombre del Señor, que hizo el cielo y la tierra (salmo 123). Muéstranos, señor, tu misericordia, y danos tu salvación (salmo 84, 7).
Todos estamos convocados en esta hora grande y hermosa de nuestra historia a ofrecer nuestro aporte, a dar lo mejor de nosotros mismos para construir un Chile mejor. No piense que los otros son quienes harán. Los otros pondrán lo suyo, y nosotros debemos poner lo nuestro. Como la Virgen María, Madre de Jesús y Madre de todos nosotros; a sus pies nos reconocemos “Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores ahora y en la hora de nuestra muerte”.