Publicamos anticipadamente uno de los párrafos de la Carta Pastoral en el 20º aniversario nuestra diócesis, que en estos días dará a conocer Mons. Juan Ignacio González. Se refiere a los temas en actual debate y pueden ayudar a poner los fundamentos de un diálogo necesario en un tema en el cual la Iglesia y sus pastores deben iluminar nuestra realidad y entregar herramientas y perspectivas para que los involucrados lleguen a soluciones verdaderas y justas.
El trabajo humano, punto de encuentro y camino de santidad en lo ordinario
66. Nuestra misión es manifestar a los hombres y mujeres de nuestra diócesis que el trabajo humano es el medio que Dios ha concedido a las personas para santificarse, es decir, para vivir la constante y permanente unión con Dios. “El hombre debe someter la tierra, debe dominarla, porque como ‘imagen de Dios’ es una persona, es decir, un ser subjetivo capaz de obrar de manera programada y racional, capaz de decidir acerca de sí y que tiende a realizarse a sí mismo. Como persona, el hombre es pues sujeto del trabajo. Como persona él trabaja, realiza varias acciones pertenecientes al proceso del trabajo; éstas, independientemente de su contenido objetivo, han de servir todas ellas a la realización de su humanidad, al perfeccionamiento de esa vocación de persona, que tiene en virtud de su misma humanidad. Así ese ‘dominio’ del que habla el texto bíblico que estamos analizando, se refiere no sólo a la dimensión objetiva del trabajo, sino que nos introduce contemporáneamente en la comprensión de su dimensión subjetiva. El trabajo, entendido como un proceso mediante el cual el hombre y el género humano someten la tierra, corresponde a este concepto fundamental de la Biblia sólo cuando al mismo tiempo, en todo este proceso, el hombre se manifiesta y confirma como el que ‘domina’. Ese dominio se refiere en cierto sentido a la dimensión subjetiva más que a la objetiva: esta dimensión condiciona la misma esencia ética del trabajo. En efecto, no hay duda de que el trabajo humano tiene un valor ético, el cual está vinculado completa y directamente al hecho de que quien lo lleva a cabo es una persona, un sujeto consciente y libre, es decir, un sujeto que decide por sí mismo” .
“Esta verdad, que constituye en cierto sentido el meollo fundamental y perenne de la doctrina cristiana sobre el trabajo humano, ha tenido y sigue teniendo un significado primordial en la formulación de los importantes problemas sociales que han interesado épocas enteras. La edad antigua introdujo entre los hombres una propia y típica diferenciación en gremios, según el tipo de trabajo que realizaban. El trabajo que exigía de parte del trabajador el uso de sus fuerzas físicas, el trabajo de los músculos y manos, era considerado indigno de hombres libres y por ello era ejecutado por los esclavos. El cristianismo, ampliando algunos aspectos ya contenidos en el Antiguo Testamento, ha llevado a cabo una fundamental transformación de conceptos, partiendo de todo el contenido del mensaje evangélico y sobre todo del hecho de que Aquel, que siendo Dios se hizo semejante a nosotros en todo, dedicó la mayor parte de los años de su vida terrena al trabajo manual junto al banco del carpintero. Esta circunstancia constituye por sí sola el más elocuente ‘Evangelio del trabajo’, que manifiesta cómo el fundamento para determinar el valor del trabajo humano no es, en primer lugar, el tipo de trabajo que se realiza, sino el hecho de que quien lo ejecuta es una persona. Las fuentes de la dignidad del trabajo deben buscarse principalmente no en su dimensión objetiva, sino en su dimensión subjetiva. En esta concepción desaparece casi el fundamento mismo de la antigua división de los hombres en clases sociales, según el tipo de trabajo que realizasen. Esto no quiere decir que el trabajo humano, desde el punto de vista objetivo, no pueda o no deba ser de algún modo valorizado y cualificado. Quiere decir solamente que el primer fundamento del valor del trabajo es el hombre mismo, su sujeto. A esto va unida inmediatamente una consecuencia muy importante de naturaleza ética: es cierto que el hombre está destinado y llamado al trabajo; pero, ante todo, el trabajo está ‘en función del hombre’ y no el hombre ‘en función del trabajo’. Con esta conclusión se llega justamente a reconocer la preeminencia del significado subjetivo del trabajo sobre el significado objetivo. Dado este modo de entender, y suponiendo que algunos trabajos realizados por los hombres puedan tener un valor objetivo más o menos grande, sin embargo queremos poner en evidencia que cada uno de ellos se mide sobre todo con el metro de la dignidad del sujeto mismo del trabajo, o sea de la persona, del hombre que lo realiza. A su vez, independientemente del trabajo que cada hombre realiza, y suponiendo que ello constituya una finalidad – a veces muy exigente – de su obrar, esta finalidad no posee un significado definitivo por sí mismo. De hecho, en fin de cuentas, la finalidad del trabajo, de cualquier trabajo realizado por el hombre – aunque fuera el trabajo ‘más corriente’, más monótono en la escala del modo común de valorar, e incluso el que más margina – permanece siempre el hombre mismo” .
Estas breves aproximaciones al sentido trascendente del trabajo humano explican por sí solas la preocupación constante de la Doctrinal Social de la Iglesia por el trabajo humano, sus condiciones, el salario que por él se percibe, la necesidad de evitar que las personas no tengan trabajo, los horarios y tiempos que a el se le dedican, pues de ese conjunto de elementos se sigue que cada persona pueda descubrir el valor redentor y salvífico de su propio trabajo, o que lo vea como una simple carga impuesta por los más poderosos sobre los que tienen menos.
La clave, como hemos señalado con el Papa Juan Pablo II, es captar en profundidad que el trabajo es para el hombre y no el hombre para el trabajo. Este aspecto de la enseñanza cristiana adquiere particular importancia frente a quienes tienen el don del cielo de crear trabajo, de hacer surgir nuevas fuentes laborales, porque además de seguirse de ellas el progreso humano, social, económico, se sigue el efecto principal y más determinante de todos: el progreso espiritual.
Meditando en la realidad del trabajo humano surgen inquietudes que hemos de responder. ¿Estamos creando una sociedad donde el trabajo es un medio para el desarrollo de la persona y de su familia? ¿Son los salarios, que actualmente reciben una gran cantidad de nuestros compatriotas, justos y adecuados para llevar una vida digna? ¿Estamos haciendo un esfuerzo serio para que la distribución de la riqueza llegue a todos los sectores sociales, especialmente a los más postergados? Son preguntas acuciantes que como cristianos debemos hacernos. De su adecuada respuesta se seguirá una mejora verdadera en las condiciones de vida de los más pobres.
Fuente: Comunicaciones San Bernardo
Santiago, 14-08-2007