Preocupa a la sociedad el fenómeno creciente del tráfico y el consumo de drogas en diversos ambientes del país. Es para todos un desafío importante que no podemos eludir.
Identificar causas
Ciertamente, la primera causa del consumo y la adicción a las drogas en nuestro país es la presión del narcotráfico.
Son muchos los que buscan un sentido a la vida que sea entusiasmante, pero no lo encuentran. Viven con urgentes deseos de ser amados, valorados y estimulados, sin encontrar respuesta. En la mayoría de los casos han carecido del calor familiar.
Las presiones del grupo de amigos, la curiosidad por “probar” algo prohibido o desconocido, la aparente convicción de que “a mí no me va a pasar nada”, lleva a algunos a dar este paso.
Muchas veces la droga se presenta y se ofrece corno un medio de entretención y de diversión, sin medir las consecuencias que acarrea.
Son muchos los jóvenes y adultos que sufren la soledad y la angustia. La droga falsamente promete superar ese dolor. Nunca la evasión ha sido buena consejera.
No hay una receta mágica para terminar con este mal de la droga que aflige a muchas familias, a muchos jóvenes y adultos en nuestra sociedad.
Nos interpela a todos
Prevenir la drogadicción es una tarea urgente que requiere la colaboración de todos. Asumir la prevención es una urgente responsabilidad.
A nosotros como Iglesia nos exige multiplicar nuestro anuncio de Jesucristo de manera que el Evangelio logre ser acogido como el mejor y el más auténtico estilo de vida, abierto al amor de Dios y al servicio del hermano.
La droga arruina el proyecto que Dios ha forjado para la persona y la humanidad.
La drogadicción interpela a la sociedad en que vivimos. No podemos vivir una carrera loca por tener más dinero, más placer, más prestigio, mayores bienes y mayor consumo. La insatisfacción en la vida impulsa a buscar falsos “dioses”.
Nos parece necesario que todos en Chile podamos tener claridad sobre los fundamentos morales de la sociedad que queremos construir, y que los impulsemos desde los distintos espacios en que nos corresponda actuar. “Si el Señor no edifica la casa, en vano se cansan los trabajadores” (Sal.127, 1)
Es urgente quebrar la tendencia que reduce las preocupaciones y la actividad diaria casi exclusivamente a lo económico y comercial para el goce de la vida. Un país debe tener metas más altas.
La lucha contra el consumo de drogas y contra el narcotráfico es responsabilidad de todos. Desde el Gobierno y desde las instituciones privadas, erradicar este mal debe constituirse en tarea prioritaria. Es el futuro del país el que estaríamos hipotecando, si permanecemos pasivos.
Creemos que los medios de comunicación social tienen en esto una misión educativa muy fundamental.
No respeta capas sociales
La droga no respeta capas sociales. Para algunos vivir en la pobreza les abre el camino a la drogadicción. Para otros vivir en la riqueza los tienta a su consumo. No falta quienes buscando el rendimiento a todo precio, utilizan la droga para aumentar su capacidad de trabajo. Es la destrucción suicida y progresiva no sólo del cuerpo y el cerebro sino de la personalidad, de la libertad y de la voluntad humana.
El drogadicto es una persona enferma que tiene especial necesidad de ser amado. Enfrentar la vida para él es extremadamente difícil; aunque esté rodeado de mucha gente, igualmente se siente solo.
Un llamado
Condenamos el consumo de la droga, pero tratamos con misericordia al drogadicto; queremos ayudarlo en su cambio de vida, y sacarlo de la “cultura de la muerte”. Condenamos enérgicamente el narcotráfico, pero queremos la conversión del narcotraficante, pues nos mueve a misericordia su miseria moral.
A los narcotraficantes les hablamos a su conciencia de hombres y de mujeres para que dejen esta actividad delictual que produce tan gravísimo daño. En nombre de Dios les suplicamos: ¡No envenenen a este pueblo!
Que la ambición de la riqueza no pervierta sus corazones. Abandonen el tráfico de drogas y gánense honradamente el pan.
Agradecemos a todos los que con gran esfuerzo se dedican a la prevención y rehabilitación de drogadictos. Los alentamos a continuar y a extender su hermosa tarea.
Agradecemos a los servicios que trabajan en el control y el combate al narcotráfico. Los llamamos a redoblar esta lucha difícil pero urgentemente necesaria para frenar la expansión de este enorme daño mortal.
Vuelve a resonar la palabra de Cristo: “Sin Mi, nada podéis hacer” (Jn.15, 5). El recurso a la oración y a los sacramentos nos podrá ayudar a superar lo humanamente insuperable.
Que María, Madre de Chile nos dé su fortaleza en la entrega a Cristo y a su Evangelio, para así servir a estos hermanos tan necesitados.
Punta de Tralca, 12 de mayo de 1995
Por la Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal de Chile
† Fernando Ariztía Ruiz
Obispo de Copiapó
Presidente de la Conferencia Episcopal de Chile
† Cristián Caro Cordero
Obispo Auxiliar de Santiago
Secretario General de la Conferencia Episcopal de Chile