Frente a la cercana ley de divorcio
La crisis más grave
No creo posible encontrar un momento tal delicado como el actual para la vigencia de los valores esenciales de nuestra fe. Chile ha sufrido crisis de muchos tipos. Desde las luchas religiosas del siglo XIX a la Revolución de Balmaceda, tan cercana a mí por haber sido mi padre partidario y admirador de Orozimbo Barboza, nombre que por eso heredé, desde el penoso episodio de los cris-tianos para el socialismo, hasta la crisis del 1973. Pero ninguna ha tenido el carácter de la actual. Todas ellas expresan las divisiones que han existido en nuestra sociedad, pero la actual expresa con particular fuerza la crisis de muchos católicos en la adhesión a los valores esenciales de la Iglesia a la que pertenecen. Es curioso, pero para quienes estamos llegando al fin de los días en esta tierra, la perspectiva de los años nos permiten descubrir cómo los mismos apellidos que otrora eran el baluar-te en la defensa de la fe, hoy en sus descendientes, son quienes están a puntos de conculcar sus fun-damentos mas esenciales. No los nombro, pero todos los sabemos.
De quienes nos llega el divorcio
Desde hace un tiempo vengo observando el desarrollo de los estudios de la nueva ley de ma-trimonio y creo llegado el momento de decir algo, sobre todo en los temas que tocan más claramen-te la enseñanza de la Iglesia.
Hay un primer aspecto que me hace doler el alma y ante el cual no puedo callar. En Chile tendremos una ley de divorcio fácil – porque hasta el repudio o divorcio unilateral está incluido – no por imposición de sectores laicista, contrarios a la enseñanza moral y de la Iglesia, sino por de-cisión de senadores y diputados católicos que dicen aceptar la fe de la Iglesia, pero que la contradi-cen en algo esencial y se amparan en una falsa libertad de conciencia para ello. ¡Que triste realidad y que responsabilidad la de sus autores!
De nada han servido las enseñanzas de la Iglesia. Ni las del Papa, ni las de los Obispos en particular, ni las cartas Cardenalicias, ni las de la Conferencia Episcopal. De nada la experiencia de otras naciones que muestran los males que se siguen para la familia de la introducción del divorcio en una sociedad. No. Simplemente estos políticos han pensado de otra manera, desechando los hechos, las palabras, y sobre todo la verdad moral. Esta es nuestra gran desgracia, una desgracia para llorar. No seremos vencidos en un lucha valorica encarnizada contra quienes se oponen a la indisolubilidad de matrimonio, sino por los votos de los propios católicos, los que se acercan al altar de Dios, rezan en nombre de Cristo y borran con el codo la ley de Dios que dicen practicar y las mas elementales enseñanzas de la Iglesia.
De nada les han servido palabras como las siguientes, escritas en un documento de la Santa Sede, en noviembre pasado y relativo a la actuación política de los católicos: “Cuando la acción política tiene que ver con principios morales que no admiten derogaciones, excepciones o compro-miso alguno, es cuando el empeño de los católicos se hace más evidente y cargado de responsabili-dad. Ante estas exigencias éticas fundamentales e irrenunciables, en efecto, los creyentes deben saber que está en juego la esencia del orden moral, que concierne al bien integral de la persona. Este es el caso de las leyes civiles en materia de aborto y eutanasia (que no hay que confundir con la renuncia al ensañamiento terapéutico, que es moralmente legítima), que deben tutelar el derecho primario a la vida desde de su concepción hasta su término natural. Del mismo modo, hay que in-sistir en el deber de respetar y proteger los derechos del embrión humano. Análogamente, debe ser salvaguardada la tutela y la promoción de la familia, fundada en el matrimonio monogámico entre personas de sexo opuesto y protegida en su unidad y estabilidad, frente a las leyes modernas sobre el divorcio. A la familia no pueden ser jurídicamente equiparadas otras formas de convivencia, ni éstas pueden recibir, en cuánto tales, reconocimiento legal”. (Congregación para la Doctrina de la Fe. Nota Doctrinal sobre algunas cuestiones relativas al compromiso y la conducta de los católicos en la vida política, 24 de noviembre de 2002 n. 4 ).
Una incoherencia moral
Como Obispo denuncio públicamente la incoherencia moral de tales políticos. Ni por fideli-dades humanas a partidos, grupos o comités un católico puede transar en las cosas esenciales y esta es una de ellas. No nos olvidemos que la mayoría de nuestro senadores con católicos. No se trata pues de una minoría que ante la avalancha acepta un mal menor por imposibilidad total de evitarlo.
Hace un tiempo se discutía en la prensa acerca de la gravedad moral de un proceder así. No hay duda alguna que contradecir abiertamente las enseñanzas de la Iglesia en una materia grave, donde no cabe renuncias ni pactos, es un grave falta que carga la conciencia de sus autores y de las cuales deben responder ante Dios y ante la comunidad eclesial y un rompimiento personal de la comunión que deben tener con las enseñanzas de la Iglesia. Los católicos que quieren ser fieles a las enseñanzas de su Iglesia no pueden considerar que simplemente estos otros católicos tenían “otra opinión” y menos se puede justificar proceder de este modo en virtud de la libertad de conciencia.
En este mismo sentido, me duele en el alma comprobar que muchos de estos políticos han recibido y reciben erradas opiniones acerca de un tema tan medular como es la indisolubilidad del matrimonio, de parte de eclesiásticos y de medios de comunicación de instituciones de la Iglesia que no son fieles a sus enseñanzas. La misma Santa Sede lo ha denunciado sin medirse en palabras y ellas son aplicables a nuestra realidad: “En circunstancias recientes ha ocurrido que, incluso en el seno de algunas asociaciones u organizaciones de inspiración católica, han surgido orientaciones de apoyo a fuerzas y movimientos políticos que han expresado posiciones contrarias a la enseñanza moral y social de la Iglesia en cuestiones éticas fundamentales. Tales opciones y posiciones, siendo contradictorios con los principios básicos de la conciencia cristiana, son incompatibles con la per-tenencia a asociaciones u organizaciones que se definen católicas. Análogamente, hay que hacer notar que en ciertos países algunas revistas y periódicos católicos, en ocasión de toma de decisio-nes políticas, han orientado a los lectores de manera ambigua e incoherente, induciendo a error acerca del sentido de la autonomía de los católicos en política y sin tener en consideración los principios a los que se ha hecho referencia”(n 7).
Estas últimas actitudes son más dolorosas aun para la Iglesia y llaman a los católicos a des-agraviar a Dios, porque muchas veces sus mismos ministros son lo que han sembrado la cizaña y la confusión, que hoy esta a punto de dar triste fruto.
Un lugar a la libertad para casarse para siempre
Ahí van estos políticos haciendo sus leyes, que luego nos imponen. Usan de la representa-ción que el pueblo les ha dado para imponernos sus propias convicciones y ni siquiera quieren dejar un lugar en la nueva ley para que un hombre y una mujer puedan contraer un matrimonio civil indi-soluble, al que los llama su conciencia y su fe. Pasan a llevar el más sagrado y fundamental de los derechos, el de la libertad religiosa y de conciencia, que es un pilar fundamental de la vida de una nación libre. Por esta razón me duele en el alma que nuestros legisladores no sean capaces de acep-tar en la ley el matrimonio religioso, dejando, contra todo derecho natural, sujeto ese vínculo – que para un bautizado es el único vínculo verdadero – sometido enteramente a la ley civil, de manera que el día de mañana quien se haya casado por la Iglesia podrá ser divorciado por el Estado.
He trabajado por mas de cincuenta años entre los pobres y necesitados. Las leyes se hacen para ellos, no para los pocos que han tenido problemas en su matrimonio, lo que es una desgracia que todos lamentamos, pero evidentemente es una minoría. Y los sencillos ven en las leyes aquello que es el bien (así debería ser). Es decir, si la ley les permite divorciarse es porque el divorcio es algo bueno. “La legislación humana sólo posee carácter de ley cuando se conforma a la justa razón; lo cual dice que recibe su vigor de la ley eterna. En la medida en que ella se apartase de la razón, sería preciso declararla injusta, pues no verificaría la noción de ley; sería más bien una forma de violencia (S. Tomás de Aquino, s.th. 1-2, 93, 3 ad 2)”, enseña el Catecismo de la Iglesia (n.1902)
Creo muy necesario recordar aquí unas palabras del Papa a los Jueces de la Rota Romana, a inicios de este año. “El nexo entre la secularización y la crisis del matrimonio y de la familia es muy evidente. La crisis sobre el sentido de Dios y sobre el sentido del bien y del mal moral ha lle-gado a ofuscar el conocimiento de los principios básicos del matrimonio mismo y de la familia que en él se funda. Para una recuperación efectiva de la verdad en este campo, es preciso redescubrir la dimensión trascendente que es intrínseca a la verdad plena sobre el matrimonio y sobre la fa-milia, superando toda dicotomía orientada a separar los aspectos profanos de los religiosos, como si existieran dos matrimonios: uno profano y otro sagrado”, y continuaba, como hablándonos a nosotros: “La mentalidad actual, fuertemente secularizada, tiende a afirmar los valores humanos de la institución familiar separándolos de los valores religiosos y proclamándolos totalmente autónomos de Dios(…)”(Discurso del Papa a los miembros de la Rota Romana, enero de 2003).
La Iglesia reclama con todo derecho un lugar para el matrimonio indisoluble de cualquier ciudadano con pleno amparo legal en la ley civil, porque la indisolubilidad es una bien connatural al vínculo conyugal, aunque no sea religioso. Con la misma fuerzas tiene derecho a pedir al Estado el reconocimiento pleno del matrimonio de los católicos, de manera que no sólo se le conceda la migaja de reconocerle – a ella y a las demás confesiones religiosas reconocidas – el derecho a celebrar el matrimonio, sino también que dicho vínculo, cumpliendo los elementos esenciales exigidos por el derecho, sea para siempre si así lo enseña la fe a la cual un hombre y una mujer adhieren y ante cu-yo representante han dado su consentimiento.
Pero nuestros Senadores católicos no le quieren conceder a su propia Iglesia este derecho fundamental, en un acto que me atrevo a llamar totalitario. Y por obra de su ignorancia, los católi-cos quedaran sujetos a un matrimonio celebrado religiosamente con efectos civiles reconocidos, que podrá ser divorciado por un juez civil. En esto cometen otro acto arbitrario y contrario a las enseñanzas de siempre de la Iglesia.
Pero de tanto mal vendrán bienes…
Algunas veces oigo quejas que demandan de los obispos mayor claridad. Pero para quienes conocen nuestras enseñanzas las cosas están claras. Lo hemos dicho hasta la saciedad. Pero como no hay peor sordo que el que no quiere oír, se ignoran esas enseñanzas. Quizá lo que falta en nues-tra Iglesia es un laicado más activo y batallador por las cosas de fondo y no que cuando haya pro-blemas vengan a cobijarse bajo las mitras episcopales.
No puede el hombre hacer el mal para que venga el bien, según la clásica enseñanza de la moral. Pero Dios, autor de todas las cosas, al permitir ciertos males, puede de ellos sacar bienes. De todo este desastre moral al que hoy nos conducen nuestros “católicos senadores” saldrá algo muy claro. Hay parlamentarios fieles a su Iglesia y otros que no lo son. Y la votación de la ley de divorcio lo hará ver claro, permitiendo a cada uno formarse un juicio acerca de quienes son las per-sonas a las cuales les damos el poder de regir los destinos de nuestra patria, porque estaránn dis-puestos a actuar respetando siempre la ley moral.