Padre Diocles Miranda Irribarra: Un "zorro" con alma de pastor

Sacerdote de la Diócesis de Chillán

Padre Diocles Miranda Irribarra: Un "zorro" con alma de pastor

El prelado se encuentra celebrando por estos días 60 años de ministerio sacerdotal. Actualmente goza de ministerio libre y vive en la comuna de Quirihue.

Jueves 13 de Marzo de 2008
El tiempo no pasa en vano y menos aún para un cura que entregó su vida a la evangelización y la formación de comunidades católicas en el corazón del mundo campesino. Sin embargo, su cuerpo cansino y el evidente deterioro en su estado de salud, no son motivos que puedan doblegar la fuerza de su espíritu y el amor que siente por Jesucristo y la Iglesia. Hablamos del padre Diocles Miranda Irribarra, el hermano mayor del clero de la Diócesis de Chillán, quien por estos días celebra sesenta años de ministerio sacerdotal.

El padre Diocles es oriundo de Quirihue. Nació hace 85 años en el seno de una familia campesina y profundamente cristiana, formada por sus padres y seis hermanos (tres mujeres y tres hombres). Fue en este ambiente de amor y fe donde despertó su vocación al sacerdocio, siguiendo el ejemplo trazado por su hermano Benjamín. Luego, les acompañaría en este caminar el padre Eloy Parra Irribarra, primo hermano por parte de madre.

Su vida ministerial

La ordenación sacerdotal de Diocles Miranda tuvo lugar el 13 de marzo del año 1948, en el período de monseñor Jorge Larraín Cotapos. Siete meses después comenzaba a cumplir su primera responsabilidad pastoral como vicario cooperador del padre Estanislao Godoy Soto en la parroquia San Carlos Borromeo. En el año 1950 se le pidió la atención de la parroquia de Pinto y poco tiempo después en Quirihue. En 1952 asumió como párroco de la recién creada parroquia de San Nicolás, siendo su principal legado la construcción del templo parroquial. Cuatro años después, tomó posesión de la parroquia de Cobquecura, un cambio que en lo personal le costó mucho y que asumió solo desde la virtud de la obediencia.

En 1965 regresa a Quirihue, sucediendo como párroco al padre Juan Bautista Andrés Jiménez. En ésta, su tierra natal, continuaría su misión pastoral por las siguientes tres décadas, dejando un invaluable legado ministerial que le significaría a la postre ser reconocido como un “profeta en su tierra”.

Con la Iglesia en su corazón

Desde la tranquilidad de su hogar, mira con humildad el curso de sus seis décadas como sacerdote y expresa que más allá de su persona la Iglesia es importante en su conjunto. Asimismo, piensa no merecer ningún reconocimiento, porque el Señor ya lo ha bendecido de distintas maneras a lo largo de su vida.

En cuanto a sus características como sacerdote cuenta que siempre buscó responder a todos los fieles por igual, aunque reconoce que fue exigente con el tema del compromiso eclesial y la conversión en la fe. “Eso me trajo diferencias con algunos. Pareciera que en casi todas las parroquias hay muchos simpatizantes católicos, pero sin un gran deseo de ir perfeccionándose. Eso se traduce en que a veces reciben sacramentos, sin saber lo que se está recibiendo”, señala. De ahí que se preocupara especialmente por la formación de los católicos antes de las celebraciones del bautismo, la primera comunión, la confirmación y el matrimonio.

Uno de los mayores orgullos de Diocles Miranda es haber sido un “cura de campo” en años donde llevar el Evangelio del Señor y los sacramentos a los lugares rurales más apartados era toda una odisea. “En mi vida sacerdotal traté de ser bien responsable con las comunidades campesinas, llegando a todas las misas anunciadas y anteponiendo mis responsabilidades con la gente de estos sectores por sobre otras actividades. Sin duda la vida es más difícil y dura para un sacerdote que atiende zonas rurales.”

Entre sus anécdotas más conocidas, cuanta que siendo párroco de Quirihue, le apodaron el zorro, debido a que el nombre de su comuna en lengua mapuche significa “lugar de zorros”. Entre risas, cuenta que siempre trató de explicarse el apodo en el sentido de la destreza de este animalito para buscar el sustento o luchar por la vida. Lo cierto es que quienes le conocen, lo describen como un hombre muy astuto, un ladino, alguien a quien siempre fue difícil sorprender.

El sacerdocio, una gracia de Dios

Con la experiencia que le dan sus 60 años como pastor, el padre Diocles manifiesta que la vocación sacerdotal es un don proveniente de Dios, que debe ser recibido como un hermoso regalo y que se debe cultivar a diario. Al respecto explica: “la vida sacerdotal es una vida de entrega en cada momento y a cada instante, que sin duda tiene muchos sacrificios, pero que también tiene grandes satisfacciones. Entendiendo quien es Dios y lo que representa el don de su llamado a la vocación sacerdotal, en lo personal siento que no hay algo más grande que yo pude haber vivido. De modo que de volver el tiempo atrás, yo elegiría siempre lo mismo, ser sacerdote.”

Asimismo, tiene palabras para sus hermanos sacerdotes más jóvenes y todos aquellos muchachos que están viviendo su etapa de discernimiento vocacional. “Dios nos elige, por lo tanto nunca nos abandona, siempre está ahí. Por lo mismo, si ellos quieren ser fieles a su vocación, primero tienen que agradecer a Dios por la gracia que nos ha dado. Por otra parte, hay que posponer el bienestar personal por el compromiso con el Señor. Todo debe hacerse, no según lo que uno o el mundo quiere, sino según la voluntad de Dios”.

Desde su ministerio libre, además aconseja a sus hermanos del clero. “Hubo tiempos de la Iglesia Diocesana en que la vida entre los sacerdotes era notoriamente mejor en hermandad, fraternidad y comprensión. Ahora, lamentablemente yo veo que cada uno camina por su lado, preocupado de sus propias tareas. Es algo que debe mejorar para beneficio de toda nuestra Iglesia de Chillán”.

El ocaso de un buen pastor

En clara conciencia de que los años no han pasado en vano, el padre Diocles Miranda lejos de sentir la nostalgia de tiempos pasados, ve en esta etapa de su vida una oportunidad para estrechar su encuentro íntimo con el Señor. “En la medida en que uno va careciendo de las fuerzas humanas, debe unirse más íntimamente a Dios, debemos renovarnos en nuestra consagración a él”.

Tal como lo expresa, quiere ser recordado simplemente como “un buen sacerdote, sencillo, hombre de origen campesino, que trató de servir a sus hermanos”, aun cuando reconoce haber fallado en las virtudes de la acogida y la bondad. Lo cierto es que más allá de eso, de seguro muchos le recordarán afectuosamente como “un zorro con alma de pastor”.

Fuente: Comunicaciones Chillán
Quirihue, 13-03-2008