Introducción y marco teológico-pastoral para la Pastoral Social
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Introducción y marco teológico-pastoral para la Pastoral Social

Fecha: Lunes 01 de Mayo de 2006
Pais: Chile
Ciudad: Los Andes
Autor: Mons. Horacio Valenzuela Abarca

El alcance de estas palabras no tiene otra pretensión que ofrecer dos cosas: un sencillo marco teológico y espiritual para alimentar las raíces más hondas de lo que estamos llevando adelante; y, en segundo lugar, aportar elementos para un marco orientador de la Pastoral Social.

No estamos empeñados sólo en un esfuerzo estratégico o pragmático para optimizar recursos, evitar duplicaciones, o asegurar que no haya vacíos en el anuncio del Evangelio. Se trata de un esfuerzo de fidelidad al Señor y al ser más profundo de la Iglesia comunión.

Intentamos fortalecer una dinámica que enriquezca y fomente la diversidad y fortalezca la unidad auténtica en el Espíritu de Jesucristo… Nos preguntamos cómo avanzar hacia una comunión cada vez más auténticamente orgánica para vivir mejor el ser y la misión del Área Social. No es sólo una inquietud práctica sino teológica y espiritual.

El objetivo de nuestro encuentro quisiera ponerlo en el gran marco que nos ofreció el Papa Juan Pablo II en la Exhortación Apostólica Novo Millennio Ineunte: hacer de la Iglesia casa y escuela de comunión. “…éste es el gran desafío que tenemos ante nosotros en el milenio que comienza, si queremos ser fieles al designio de Dios y responder también a las profundas esperanzas del mundo.” ( NMI 43 )

El Papa nos indicó también allí algo así como un sendero pedagógico para acercar la Iglesia a ese ideal. Primero escuchar el llamado a hacer de la Iglesia “casa y escuela”, luego superar la tentación de comenzar por iniciativas concretas y, finalmente, comenzar por promover una espiritualidad de comunión que, “…significa ante todo una mirada del corazón sobre todo hacia el misterio de la Trinidad que habita en nosotros, y cuya luz ha de ser reconocida también en el rostro de los hermanos que están a nuestro lado. Espiritualidad de la comunión significa, además, capacidad de sentir al hermano de fe en la unidad profunda del Cuerpo místico y, por tanto, como «uno que me pertenece», para saber compartir sus alegrías y sus sufrimientos, para intuir sus deseos y atender a sus necesidades, para ofrecerle una verdadera y profunda amistad. Espiritualidad de la comunión es también capacidad de ver ante todo lo que hay de positivo en el otro, para acogerlo y valorarlo como regalo de Dios: un «don para mí», además de ser un don para el hermano que lo ha recibido directamente. En fin, espiritualidad de la comunión, es saber «dar espacio» al hermano llevando mutuamente la carga de los otros (cf. Ga 6,2) y rechazando las tentaciones egoístas que continuamente nos asechan y engendran competitividad, ganas de hacer carrera, desconfianza y envidias. No nos hagamos ilusiones: sin este camino espiritual, de poco servirían los instrumentos externos de la comunión. Se convertirían en medios sin alma, máscaras de comunión más que sus modos de expresión y crecimiento (NMI 43).

En el núcleo de la creación, renovación y crecimiento de nuestras instituciones pastorales debe estar la mirada, que nos propone NMI, a la Trinidad que habita en nosotros.

Este sentido Trinitario está a la base de la eclesiología de comunión que subrayó fuertemente el Concilio Vaticano II. La obra de la Iglesia se puede condensar en el vivir y difundir en el mundo el amor trinitario que en Cristo, le infunde el Espíritu Santo y que la Eucaristía nos renueva cada día

“La iglesia es la comunidad que narra, celebra y contagia el misterio trinitario… la Iglesia es la presencia del misterio: en ella vive y actúa poderosamente el Espíritu ‘que lo escudriña todo, incluso las profundidades de Dios ( 1 Cor. 2, 10 )” (B. Forte, Trinidad como historia)

Esta fuerte acentuación trinitaria que se va expresando de diversas maneras parece ser una respuesta del Espíritu Santo a la cultura y a la época fuertemente individualista, fragmentada y desintegradora en la que estamos inmersos.

Algunos teólogos piensan que el segundo milenio y la mitad del primero, ha prevalecido -en la filosofía y la teología- la idea del Dios uno sobre el Dios Trino. No hemos predicado y testimoniado suficientemente a Dios como comunión sino más bien a Dios uno, pantocrator, absoluto, fuerte, omnipotente. En distintas épocas, muchos se han apropiado de estos modos de pensar a Dios para fundamentar en la sociedad poderes absolutos. Es inevitable que la experiencia que tenemos de Dios, modele la vida y la cultura que generamos.

Con más fuerza, desde la segunda mitad el siglo XIX, hemos entrado en una corriente misteriosa y creciente que es más amplia, más total, más englobante que un signo de los tiempos. Es una suerte de un gran reclamo, como un clamor callado y universal que orienta las búsquedas humanas para que caminen hacia situaciones más trinitarias, más familiares, más humanas.

“El Dios del Tercer Milenio que anunciemos y vivamos tendrá que ser siempre más trino, el Dios de la comunión, del diálogo, del encuentro” (J. Castellanos ).

Esta teología trinitaria que fue desarrollada con tanta claridad por los padres de la Iglesia, especialmente los griegos, ha sido nuevamente sacada a la luz por el Concilio Vaticano II. Aquí se fundamenta también una muy importante antropología que nos muestra que el hombre, que por la misma creación tiene una vocación divina (GS 22), puede realizar esta vocación solamente por la obra del Hijo y del Espíritu que va cristificando al hombre día a día.

Cada hombre al ser bautizado se injerta a Cristo y entra en comunión con todos los que están unidos a Cristo por medio del Espíritu. Por eso la comunión expresa la esencia de la Iglesia y de la humanidad. La comunión es en primer lugar una realidad teológica y representa lo que somos en realidad: el Cuerpo de Cristo. De allí que la comunión “obliga” teológicamente a la solidaridad, es decir, la solidaridad nace de la comunión. Toda la pastoral social nace de ese principio teológico: estamos vinculados unos a otros por el Espíritu que nos ha enviado el Padre y que nos hace un solo cuerpo. Este vínculo que se llama comunión se transforma en obligación de amor por toda la humanidad. Este vínculo y obligación crece en la medida que crece nuestra participación en El Espíritu y el Cuerpo sacramental de Cristo. La participación en esos bienes comunes hace paulatinamente del hombre una imagen y una semejanza más preciosa de Dios. En esto consiste la santidad como obra del Espíritu que cristifica al hombre al hacerlo santo como el único Santo.

Si en los primeros siglos se debilitó la fe trinitaria por la debilidad de la reflexión sobre el Espíritu Santo, estos días asistimos a una tendencia a opacar la divinidad de Jesucristo desvinculándolo del Padre y subrayando unilateralmente su naturaleza humana. Es el antiguo intento de los dirigentes judíos, de reducir a Cristo: “No te apedreamos por ninguna obra buena, sino por blasfemia; porque tú, siendo un hombre, te haces Dios” (Jn 10, 33).

Con seguridad este empeño por desdibujar al Hijo tiende a fundamentar nuevas relaciones sociales injustas e inhumanas, nuevos absolutismos y tiranías de las que ya vemos aparecer brotes; la tiranía del relativismo, del individuo autoreferente… el péndulo oscilará desde un excesivo control y tutela social hacia el abandono, la marginación y la soledad. El acercamiento a estos polos desvanece la imagen del hombre verdadero.

El tiempo que vivimos, urge a la Iglesia a intensificar la predicación y el testimonio de la fe Trinitaria como fuente, horma y meta de todos los proyectos; es condición para que éstos sean instrumentos de un creciente y auténtico desarrollo humano.

Elementos para un marco orientador de la Pastoral Social

I. La Pastoral Social: dimensión constitutiva de la misión evangelizadora de la Iglesia


En las Orientaciones Pastorales de los Obispos de Chile, “Si conocieras el don de Dios...”, planteamos que la acción solidaria pertenece al corazón de la evangelización y no es una acción marginal ni sólo subsidiaria de la Iglesia. El servicio a los más necesitados y el trabajo por la justicia y la paz son elementos propios de nuestra experiencia de seguimiento de Jesús, que no podemos dejar de realizar sin el riesgo de ser infieles a nuestra fe. (OOPP, 149)

En su reciente Encíclica “Dios es Amor”, el Sumo Pontífice ha insistido con fuerza en que el ejercicio de la caridad es una dimensión fundamental de la vida y misión de la Iglesia: “La naturaleza íntima de la Iglesia se expresa en una triple tarea: anuncio de la Palabra de Dios, celebración de los Sacramentos y servicio de la Caridad. Son tareas que se implican mutuamente y no pueden separarse una de otra. Para la Iglesia, la caridad no es una especie de actividad de asistencia social que también se podría dejar a otros, sino que pertenece a su naturaleza y es manifestación irrenunciable de su propia esencia” (Nº 25).

La Fidelidad de la Iglesia a su misión y a la opción preferencial por los pobres, hacen que la Pastoral Social se oriente especialmente hacia las personas, grupos o comunidades que sufren mayor necesidad, sin excluir a nadie por motivos políticos, religiosos u otros. Como señala el documento de trabajo del CELAM, Los desafíos a la Nueva Evangelización en América Latina y el Caribe en el contexto de la Globalización, Jesús se ha identificado especialmente con los más pobres y excluidos. Los pobres son un lugar privilegiado para el encuentro con Jesucristo... los textos de la Sagrada Escritura que nos recuerdan el amor preferencial de Jesucristo a los más pobres, y el modo como Él está presente en ellos de un modo misterioso pero real, constituyen una página de Cristología y no un mero exhorto a la caridad. De este modo, podemos afirmar con seguridad que la opción por los pobres es una dimensión constitutiva de la fe en Jesucristo. Esto posee una importancia fundamental ya que precisamente: “Sobre esta página (Mt 25), la Iglesia comprueba su fidelidad como Esposa de Cristo, no menos que sobre el ámbito de la ortodoxia” (NMI, 49).

“Tenemos que actuar de tal manera que los pobres, en cada comunidad cristiana, se sientan como ‘en su casa’. ¿No sería este estilo la más grande y eficaz presentación de la buena nueva del Reino? Sin esta forma de evangelización, llevada a cabo mediante la caridad y el testimonio de la pobreza cristiana, el anuncio del Evangelio, aun siendo la primera caridad, corre el riesgo de ser incomprendido o de ahogarse en el mar de palabras al que la actual sociedad de la comunicación nos somete cada día. La caridad de las obras corrobora la caridad de las palabras” (NMI, 50).

La experiencia de fe en Jesucristo tiene consecuencias sociales irrenunciables no sólo para cada cristiano, sino para la Iglesia en su conjunto. Efectivamente, como plantea el Santo Padre, “El amor al prójimo enraizado en el Amor a Dios es ante todo una tarea para cada fiel, pero lo es también para toda comunidad eclesial, y esto en todas sus dimensiones: desde la comunidad local a la Iglesia particular, hasta abarcar a la Iglesia universal en su totalidad. También la Iglesia en cuanto comunidad ha de poner en práctica el amor. En consecuencia, el amor necesita también una organización, como presupuesto para un servicio comunitario ordenado” (Dios es Amor, 20).

Este compromiso social de la Iglesia, expresión del amor de Dios, debe incorporar la variedad de acciones que suponen un servicio integral. La Pastoral Social de la Iglesia debe buscar que sus destinatarios, cuando no están incapacitados para ello, se transformen en sujetos de su propio desarrollo, en un contexto de diálogo, colaboración y enriquecimiento mutuo con los agentes de pastoral social. Junto a estas iniciativas de carácter promocional, se deben valorar también, como signo de la gratuidad del amor de Jesucristo, aquellas acciones de índole más asistencial, dirigidas a personas con necesidades inmediatas y urgentes, y a quienes no están en condiciones de valerse por sí mismos. (Criterios de la Pastoral Social de la Iglesia, 12 y 16).

Es decir, como se plantea en el número 58 de la Exhortación Apostólica Ecclesia in America, “La Iglesia en América debe encarnar en sus iniciativas pastorales la solidaridad de la Iglesia universal hacia los pobres y marginados de todo género. Su actitud debe incluir la asistencia, promoción, liberación y aceptación fraterna.”

Como organismos de Pastoral Social queremos recoger este desafío de:
- avanzar hacia un servicio más ordenado e integral,
- que se exprese en una planificación común
- que nos permita vislumbrar qué tareas podemos asumir de manera conjunta y cuáles desde los aportes especializados de cada uno de los organismos que conforman el Área de Pastoral Social de la Conferencia Episcopal de Chile,
- en el marco de una misión compartida que tenemos que impulsar con sentido de pastoral orgánica.

II. Énfasis y desafíos de la Pastoral Social

Mirando nuestra realidad y las preocupaciones que surgen desde la propia Doctrina Social, es posible señalar, sin pretender ser exhaustivos, algunos de los principales desafíos y énfasis que debe abordar la Pastoral Social:

II.1. La promoción y defensa de la dignidad humana

El punto de partida de la pastoral social es el reconocimiento de la dignidad de toda persona humana, dignidad que proviene de su condición de hijo de Dios, creado a su imagen y semejanza. Reconocer esta dignidad implica comprometerse con el respeto y promoción de los Derechos Humanos. Compromiso valorado por la Iglesia “como uno de los esfuerzos más relevantes para responder eficazmente a las exigencias imprescindibles de la dignidad humana” (Compendio de la DSI, 152). De allí que la pastoral social debe incorporar esta perspectiva, que implica promover la dignidad humana a través del respeto de los DDHH concebidos integralmente, como eje transversal que marca todo su quehacer.

II.2. La familia

La familia hoy experimenta profundos cambios y tensiones, por ejemplo, desde una cultura que acentúa los interés individuales y un sistema económico que demanda una alta dedicación en desmedro del bien familiar. Todo ello afecta las posibilidades de bienestar y desarrollo de las personas, pues en este contexto la familia no logra cumplir adecuadamente su función de acompañamiento de los procesos de acogida, orientación y formación de las personas. En un contexto altamente competitivo, que expone a carencias y frustraciones, la familia también se ve afectada por conflictos y situaciones de violencia doméstica. Todo ello en medio de un profundo proceso de cambios socio demográficos. La tasa de fecundidad, definida como la cantidad promedio de hijos por mujer (se considera a las mujeres ubicadas en el tramo de 15 a 49 años), ha caído sostenidamente desde los años sesenta, en que alcanzaba a 5.4 hijos por mujer, hasta llegar 2.26 el 2002 y a 1.9 el año 2005.

Esta cifra es preocupante desde diversos puntos de vista, considerando que para mantener su población, una sociedad requiere una tasa de fecundidad de 2.1 hijos por mujer. Junto a estos datos, existen otros indicadores que evidencian las transformaciones que afectan a la familia contemporánea: el número de matrimonios ha bajado a la mitad desde 1988, la tasa de anulaciones subió de 36 en 1980 a 241 por cada mil matrimonios en 2004 y el número de nacimientos fuera del matrimonio, que en 1960 llegaba al 16%, en la actualidad alcanza al 58%.

Si sabemos que “La familia, comunidad natural en donde se experimenta la sociabilidad humana, contribuye en modo único e insustituible al bien de la sociedad” (Compendio de la DSI, 213), ¿Cómo acompañar desde la pastoral social a las familias envueltas en tan profundo proceso de cambios? ¿Cómo avanzar hacia una sociedad que respete los derechos de la familia, una sociedad al servicio de la familia? (Compendio de la DSI, 252 y ss.)

Parece clave que podamos desarrollar alguna habilidad para lograr que en todos nuestros programas, a su modo y en su alcance propios, deba verificarse un carácter familiar en métodos, objetivos y metas. Todo lo humano, debe estar dinamizado por esa cierta ‘nostalgia trinitaria’ que hace informar las realizaciones humanas a imagen de su Creador. Es así que cualquiera sea la iniciativa, debe expresar y favorecer la filiación, la paternidad, la fraternidad y la permanencia en la alegría de un amor que trasciende al individuo y la historia.

II.3. La asociatividad y la participación ciudadana

La preocupación por la dimensión social de la fe implica hoy día que la pastoral social promueva la participación y la ciudadanía, es decir, el ejercicio de nuestros derechos y deberes ciudadanos como condición para alcanzar un desarrollo social y democrático sustentable.

La participación constituye una orientación fundamental de la Acción Social de la Iglesia, ampliamente fundamentada en el Compendio de la DSI (189 y ss.). En los Criterios de la Pastoral Social, aprobados por el Comité Permanente de la Conferencia Episcopal de Chile el año 1991, se afirma que la Pastoral Social debe buscar que sus destinatarios se transformen en sujetos de su propio desarrollo (Nº 12), educar para la convivencia y dar impulso a la organización, no sólo por sus ventajas prácticas sino principalmente por su valor como estilo de vida (Nº 13). En la misma línea, entre los criterios se destaca que las metodología y estilos de trabajo de los programas e iniciativas de acción social deben alentar un espíritu participativo y democrático que, sin crear lazos de dependencia, contribuya a desarrollar capacidades de autogestión y autoayuda en los grupos (Nº 14).

Los Obispos hemos llamado la atención sobre la falta de participación de la sociedad civil y sus consecuencias para la convivencia nacional (cfr. Carta Pastoral “Vida, Solidaridad y Esperanza”, octubre, 2001), e insistido en la necesidad de trabajar por una democracia más participativa, por el desarrollo del sentido de ciudadanía y por que la sociedad civil ocupe el lugar que le corresponde (OO.PP. n° 76).

II.4. La reflexión sobre la economía y la promoción de un desarrollo humano justo e integral

Nuestra sociedad ha experimentado notables cambios económicos con éxitos reconocidos en el marco de la llamada economía de mercado, que algunos caracterizan también como un sistema neoliberal. Sin embargo, junto a los éxitos macroeconómicos y al desarrollo de las capacidades emprendedoras y innovadoras, se han consolidado también la injusticia, expresada en las extremadas desigualdades sociales que caracterizan al país, en la precariedad del empleo o en la insuficiencia de políticas sociales que han aumentado notablemente su cobertura pero que aún no permiten el acceso a soluciones de calidad en ámbitos como la educación, la salud o la vivienda.

Nuestra pastoral social debería impulsar una reflexión seria sobre el sistema económico y sus repercusiones familiares, sociales y culturales y explorar la búsqueda de alternativas económicas dirigidas hacia un desarrollo humano integral, más justo e integrador.

II.5. La humanización y dignidad del trabajo

Hoy asistimos a un proceso de precarización del empleo y de transformación dramática del mundo del trabajo que afecta no sólo las posibilidades de sostenimiento económico de las familias, sino el sentido mismo del trabajo, como expresión humana que permite a las personas participar como cocreadores de la obra del Padre. En este ámbito se requieren esfuerzos para entender adecuadamente los cambios en el trabajo -para lo que el Compendio de la DSI es un aporte significativo, particularmente cuando aborda las “res novae” del mundo del trabajo (310 y ss.)-; promover y defender la centralidad del trabajo y los trabajadores, su dignidad y los derechos inalienables que se derivan de ella; ser una voz profética, que denuncia las injusticias y comunica esperanza ante la nueva “cuestión social” que se va configurando en la realidad actual; y favorecer los espacios de acogida y encuentro, así como la cercanía con los trabajadores. En este sentido se requiere una actitud misionera para salir a la búsqueda de trabajadores y trabajadoras.

II.6. El cuidado del medioambiente

En nuestro país existen variados problemas de carácter ecológico y conflictos entre las exigencias del desarrollo económico y los resguardos medioambientales. En este contexto es fundamental promover la responsabilidad común con el medioambiente, que es un bien colectivo (Compendio de la DSI, 446) y no un recurso de interés privado. Se trata de incidir para promover un desarrollo económico coherente con el resguardo del medioambiente y estilos de vida responsables y solidarios con las generaciones futuras. Desde la Iglesia debemos promover actitudes y conductas en esta perspectiva, como el consumo conciente y ético.

En este contexto también se requiere impulsar una nueva mirada sobre el sector rural, reserva natural, y también cultural, para la comunidad en su conjunto, que requiere de una mayor preocupación de la sociedad y el Estado.

II.7. La recuperación de los vínculos y redes sociales

En nuestra sociedad existe una profunda tendencia a la desconfianza social, que debilita los vínculos sociales, el sentido de identidad y las posibilidades de construir proyectos colectivos que identifiquen a los componentes de nuestra sociedad. La confianza es la base de la convivencia social, por lo que se requiere crear e implantar iniciativas que ayuden a recuperar la confianza social. En este marco también es necesario abordar las expresiones de violencia que surgen en los espacios más cotidianos, como los hogares, los barrios y los colegios, a través de una pastoral de la paz o del encuentro. También aquí se requiere una labor de incidencia frente a la tendencia predominante en nuestra sociedad a tratar algunos problemas sociales, como la drogadicción por ejemplo, desde una perspectiva exclusivamente de seguridad, sin dar cuenta de la complejidad de estos fenómenos.

II.8. La preocupación por los sectores más pobres y vulnerados

Finalmente debemos decir que la Iglesia siempre debe estar atenta a acompañar y trabajar por los más pobres y necesitados. Aquellos sectores vulnerables, menos atendidos por el Estado u otras entidades, de manera de ser coherentes con la opción preferencial por los pobres a la que ya nos hemos referido.

III. Elementos esenciales que dan identidad a la pastoral social

“La Pastoral Social es la expresión viva y concreta de una Iglesia plenamente conciente de su misión de evangelizar las realidades sociales, económicas, culturales y políticas del mundo” (Compendio de la DSI, 524). Asume este compromiso desde una identidad particular, que brota del compromiso de la Fe en Jesucristo. ¿Cuáles son los rasgos de esta identidad? O, como lo plantea el Sumo Pontífice Benedicto XVI en su Encíclica Dios es Amor: ¿Cuáles son los elementos que constituyen la esencia de la caridad cristiana y eclesial?

En la misma Encíclica (números 31 a 36) el Papa nos entregas luces sobre el tema, destacando las siguientes características esenciales que le otorgan la identidad propia a la pastoral social o acción caritativa:

1º. Una actitud atenta y disponible para responder, al estilo del Buen Samaritano, a las necesidades de servicio que surgen en la sociedad, particularmente de los más pobres y de aquellos que sufren.

2º. Competencia profesional: Es necesario que los agentes de pastoral social estén formados de manera que sepan desempeñar profesionalmente su labor y den continuidad a los servicios que desarrollan.

3º. Siendo una característica fundamental, la competencia profesional por sí sola no basta. También se requiere la capacidad de transmitir humanidad y dar un trato cordial y acogedor a los destinatarios de la Pastoral Social. Estos rasgos, humanidad y cordialidad, surgen del encuentro con Dios en Cristo, son consecuencia de la fe en el Señor.

4º. Independencia de ideología y partidos políticos. La acción caritativa de la Iglesia no es un instrumento para transformar el mundo desde la perspectiva particular de una ideología o programa partidario, sino que asume su tarea con libertad, desde su amor al ser humano, desde la pasión y compromiso personal, obviamente en el marco de un servicio comunitario, en que a la espontaneidad de los individuos debe añadirse la programación, la planificación, el trabajo en redes con otras instituciones, entre otras medidas que le dan consistencia a la pastoral social.

5º. La caridad no es instrumental ni proselitista, es un servicio universal y gratuito, que no persigue otros objetivos que el servicio a los necesitados. Sin embargo esto no quiere decir que los agentes de pastoral social no estén animados por su compromiso de fe y que deben ser testigos creíbles de Cristo. De este modo es posible también que, además de su acción, puedan dar a conocer explícitamente al Señor, con la sabiduría que les permitirá discernir cuando callar y cuando ser explícitos.

6º. La pastoral social y sus agentes alimentan su práctica de su encuentro con Cristo y viven animados por una espiritualidad profunda que los mantiene siempre atentos y activos a los discípulos de Jesucristo y que se podría sintetizar en la expresión “Nos apremia el amor de Cristo” (2 Co 5, 14). Esa espiritualidad se expresa y alimenta también en una intensa vida de oración.

IV. Requerimientos para nuestra Área de Pastoral Social

Al finalizar, reitero que como Área de Pastoral Social, estamos llamados a crecer en un servicio más “ordenado” e integral. Para ello debemos avanzar en la reflexión de un marco orientador común, en un proceso de planificación y trabajo compartido, asumiendo desde ya, con equipos conformados por integrantes de los diversos organismos del Área, alguna tareas comunes con la formación en la DSI, tal como lo plantea el Compendio (Compendio de la DSI, 528 y ss.), las comunicaciones y la búsqueda de financiamiento.

En este camino de comunión, dimensión constitutiva de la misión evangelizadora de la Iglesia, queremos apurar el paso y profundizar con la urgencia que nos impone la caridad de Cristo ( 2 Cor, 5,14 ).

Ponemos en las manos y en el corazón de la Virgen María todos nuestros esfuerzos. Ella nos mantendrá sensibles, atentos y eficaces al dolor de Cristo; Ella nos ayudará a permanecer de pie junto a las cruces de tantos hombres y mujeres que esperan conocer a Cristo y alcanzar las consecuencias benéficas de su Encarnación.



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