INTRODUCCIÓN
El año internacional de las vocaciones ha despertado un vivo interés por trabajar en la pastoral vocacional y buscar los mejores medios y actitudes para lograr este fin. El deseo y el entusiasmo por esta imprescindible tarea se palpa cada día más vivo en la conciencia de la comunidad eclesial. La pregunta que surge es ¿cómo lograr un camino pedagógico que favorezca a los diversos agentes de pastoral desarrollar un completo, evangélico y progresivo camino vocacional? Hay numerosas ideas, sugerencias, experiencias, muchas de ellas de gran acierto y provecho, pero se percibe que es necesario agrupar y ordenar algunos elementos comunes que ayuden a concretizar el renovado interés de trabajar por ellas. Este artículo busca ofrecer a las diversas comunidades vocacional algunas sugerencias para organizar mejor las etapas y contenidos de una Pedagogía de las vocaciones.
Antes de entrar en los “pasos” sugeridos para este plan pedagógico, destaquemos que el año vocacional recién concluido favoreció a despertar una “cultura” sobre la vocación, la cual podemos definir como el ambiente eclesial que ayuda, entiende, acoge y promueve el despertar y desarrollo de todas las vocaciones y carismas que el Señor suscita en el seno de su Iglesia. Reconocemos que el desafío de consolidar esta cultura vocacional es una tarea que nos cuestiona y nos llama a crecer en nuestra unión con Cristo y a entregarnos más vivamente a acoger y cultivar el don de la vocación que cada bautizado ha recibido.
Como texto base de nuestra reflexión se encuentra el documento “Nuevas vocaciones para Europa”, en particular la parte IV: “Pedagogía de las vocaciones” .
SER TESTIGO VIVO DE CRISTO.
Lo primero que se requiere del animador vocacional es que sea un testigo vivo de Cristo, alguien que a recibido la llamada del Señor, que se ha puesto en camino, que lo acoge como norma y formador de su vida. Emulando la pedagogía de Jesús, desea adentrarse en el camino de los jóvenes con una actitud cercana que favorezca el escuchar sus esperanzas y preocupaciones, para luego iluminar su historia personal desde la Revelación, siendo siempre ésta el punto de referencia y fuente del discernimiento en su caminar espiritual. Ello implicará, a quien desempeñe este servicio del acompañamiento vocacional, un constante crecer en el discipulado, un estar en humilde actitud de oír a Dios, de oír al joven, de aprender, de preguntar, de reconocer su no saber o limitación para tan delicado apostolado y de evitar, en todo momento, desempeñar un apostolado “sólo” sin abrirse al buen consejo y juicio de otros hermanos con mayor vivencia y conocimientos. A su vez, debe empeñarse en cultivar y adquirir ciencia y experiencia, que son las dos cualidades indispensables para todo buen pedagogo en los caminos del Espíritu y del radicalismo evangélico.
Para ayudar a los jóvenes a pasar de las ideas al compromiso, el animador vocacional es el primero que debe sentir y vivir con ese ardor en el corazón del que nos habla el texto de los Discípulos de Emaús (Lc 24, 32), texto que ilumina todo el trasfondo de esta pedagogía vocacional.
La experiencia del encuentro con Jesús y de vivir en su discipulado ayuda a evitar todo excesivo rol protagónico en la pastoral vocacional, y recuerda la necesidad de la rectitud de intención que debe tener quien desempeña el apostolado del acompañamiento. No en un trabajo en nombre propio, es en “Su” nombre en el que echaremos las redes. (Cfr. Lc 5,5).
LOS CINCO PASOS DE LA PEDAGOGÍA DE JESÚS.
Es Jesús mismo quien nos ofrece en su vida y enseñanzas la más auténtica y adecuada pedagogía de la llamada y de la respuesta generosa a la vocación. Son cinco las actitudes que se destacan, son momentos que, aunque se presenten por separados, forman una única unidad de vida y crecimiento.
1. SEMBRAR.
El misterio de la vocación se hace presente por medio de mediaciones y mediadores. El Espíritu Santo actúa a través del hermano y de la comunidad (aspecto eclesial de la vocación) para sembrar la llamada en el corazón y en la libertad del joven. (Cfr. Mt 13, 3-8)
Se debe sembrar con una viva convicción de que el Señor no deja nunca de llamar a un diálogo de dos libertades, y nunca deja de respetar la decisión del interlocutor. La certeza de que las palabras de Jesús son fecundas y capaces de despertar el deseo de conocerlo y seguirlo es indispensable en el ánimo y estilo del animador vocacional. Creer y estar convencido de la gracia de Jesús, de su acción y presencia en el hoy de cada joven
El agente pastoral anuncia, propone, sin ninguna preferencia o excepción de personas, imitando la generosidad de Dios. Siembra no en base a suposiciones o dudas, sino más bien desde la confianza de que es Dios mismo quien habla y actúa desde un proyecto de amor y salvación. Esto le permite enfrentar nuevos ambientes y desafíos con el fin de llegar a todos los hermanos.
Quien siembra la semilla es el primero que debe estar fascinado y cautivado por este misterioso y gratuito diálogo de Dios con el hombre. Debe tener experiencia de la perfecta libertad de Dios y de la imperfecta libertad humana. Ello será de gran ayuda a los jóvenes que deseen con fatiga y lucha acoger libremente el don de la vocación.
El modelo antropológico de nuestra sociedad, tiende a presentar un hombre “sin vocación”, éticamente neutro, carente de esperanza y de modelos de vida. Este importante dato no debe disminuir la conciencia de que esa pequeña semilla está llena de la vitalidad de Jesús. La frialdad e incluso el rechazo, junto a otras expectativas y proyectos pueden sofocar esta llamada, o incluso ver en la vocación una invitación a la infelicidad. Ello nos lleva a volver los ojos a Jesús, el cual ya había dicho que su llamada es como una semilla débil (Mt 13, 32), que no se impone y que es gratuita manifestación de la libertad de Dios.
2. ACOMPAÑAR .
Emaús ilumina el estilo de Jesús de acompañar, educar y formar. Emaús es profundo por la sabiduría de su contenido, como por el método pedagógico.
Acompañar es ponerse al lado. Acompañar es dar la centralidad y protagonismo al Espíritu Santo y a la libertad del joven; es descubrir la acción de Dios, tanto en el acompañante como en el acompañado. Con una gran humildad y confianza se debe aprender del Espíritu Santo todo el arte del itinerario y acompañamiento espiritual.
Desde el plano pedagógico se puede afirmar que el proceso vocacional es un viaje o camino orientado hacia la madurez en la fe, hacia un estado de adulto creyente. En este acompañar hay una llamada a disponerse uno mismo con libertad y responsabilidad, a caminar a la luz del plan dispuesto por Dios para uno.
Quien recibe la misión de ser ese “hermano mayor” debe ser consciente de que no es suficiente hablar de “oídas” y sólo de ideas, se le pide un camino recorrido en la escucha del Maestro, en la fe y en el discipulado. En otras palabra, debe estar avezado en los caminos del Espíritu.
El acompañante debe tener especial cuidado que la presencia y acción del “Otro” (Jesús) no se desdibuje en ningún paso del proceso. Debe evitar siempre sugerir “sus” ideas, experiencias o inclinaciones espirituales por encima del sentir de la Iglesia y de la enseñanza de Cristo. Siempre le será bueno recordar las palabras del Bautista “es necesario que él crezca y que yo disminuya” (Jn 3, 30).
Su misión principal es, desde la realidad del joven, ayudarle a reconocer la procedencia de esa voz, e invitarlo a oírla con sorpresa y admiración por la cercanía de Dios en su vida. No se debe “sacar” al joven de su ambiente, más bien se le debe ayudar a saber oír desde su realidad la llamada de Jesús. Que el joven descubra y se encuentre con Cristo es
el fin del acompañamiento espiritual.
3. EDUCAR.
La pedagogía vocacional ayuda a crecer en el conocimiento propio y en el de Dios. Educar es optar por el camino lento, y a veces menos “eficiente”, ya que da prioridad a las personas y a los procesos interpersonales de madurez y entrega. Releer la propia vida desde la voz de Cristo-Maestro, reflexionar en los acontecimientos personales y comunitarios, enseñar a poner en las manos de Jesús, las tristezas, dudas y dificultades.
Los conflictos de “esperanzas” que relata el texto de Emaús: “nosotros esperábamos que...”, deben ser materia de conversación y orientación iluminándolos desde la perspectiva del Reino. No se debe dar pie a falsas ilusiones en el proceso vocacional, como tampoco desoír los anhelos, expectativas y sueños que los jóvenes presentan en sus consultas y conversaciones.
Educar es despertar un profundo cambio de mentalidad, es ayudar a superar una interpretación de la vida demasiado terrena y centrada entorno al yo que hace difícil o francamente imposible la opción vocacional. Es frecuente comprobar que en ocasiones los jóvenes ven muy altas las exigencias del llamado e incluso las miran como si ese plan de Dios fuese enemigo de la necesidad de felicidad del hombre. Esta idea de necesidad de felicidad del hombre es la que debemos analizar ya que contiene la clave de respuesta a todo el problema vocacional. La invitación a unir planes y esperanzas con los de Jesús, es el desafío y el objetivo de este paso educativo. Que se llegue a ver en los intereses de Cristo para el joven aquellos que le llevarán a la felicidad verdadera.
¿De qué felicidad hablamos? ¿De una felicidad verdadera, aparente, estable, pasajera, de donación, de egoísmo, de servicio, de utilización de los demás...? Alcanzar la felicidad es la gran esperanza de todo ser humano (especialmente del joven), por ello es muy importante saber presentar la vocación como una opción capaz de saciar ese “nosotros esperábamos”, ese deseo de felicidad. Allí habrá que purificar falsas concepciones y presentar con gradualidad la felicidad que Cristo ofrece a quienes escuchan y siguen su llamada.
¿Cómo ayudar al joven a purificar su idea de felicidad? Conocerse y conocer a Jesús es el único camino de libertad y felicidad. Educar a ser dueños de sí mismos y a entregarse generosamente a un ideal y vocación. El misterio de Cristo iluminará el misterio de cada joven; su inteligencia, libertad, voluntad y deseos serán iluminados y educados desde los valores y opciones de Jesús.
Educar a la oración.
Celebrar y orar la verdad de uno mismo. Introducir en la oración de abandono y confianza en Dios Padre que rompe con temores, miedos y dudas, y se abre a la admiración y gratitud. Oración que ayuda a vaciar el corazón de ambiciones y falsas seguridades en vista de hacer un espacio para acoger los planes de Dios y optar libre y decididamente por seguir sus caminos. Así la oración se convierte en el lugar del discernimiento vocacional. Educar a escuchar. El ministerio de la pastoral vocacional requiere hombres y mujeres capaces de escuchar, aún más, maestros en el arte de oír con los sentidos y el corazón. Para ello se requiere saber callar, ser amigo del silencio de Dios, ser un oyente de Dios; se requiere mucho vacío de uno mismo, mucha capacidad de don y de amor. Desde esta experiencia será más fácil ayudar a los jóvenes a entrar en la escuela de la escucha atenta de Jesús.
Concluyamos este tercer paso afirmando que el guía vocacional debe, al unísono, saber oír al Señor y al hermano, y mejor aún orientar al hermano en el camino ¡Ojalá un camino muy conocido y recorrido por él primero! del escuchar y acoger de la voz de Dios.
4. FORMAR
Trasparentar a Cristo, con sencillez y humildad, presentarlo a Él como el único Maestro y formador es lo que se le pide a un buen animador vocacional.
Ayudar a que se abran los ojos del joven, que reconozca a Cristo, aún más, que llegue a un tipo de conocimiento o experiencia que pase de la mente al corazón. Que puedan revivir la experiencia de Emaús, un estilo de formación que les haga arder el corazón gracias al encuentro vivo con Jesús en sus vidas por medio de la Palabra y de la Eucaristía.
Sólo a la luz de Cristo que ofrece y entrega libre y amorosamente su vida, se puede descubrir el verdadero significado de la vida y de su entrega. La Eucaristía nos permite entrar en la lógica del don de la vida. Sólo en el darse se realiza de verdad la vida. Así se evita un camino vocacional que nunca sale de sí mismo y no se abre ni se da.
Educar en este reconocer a Jesús, más allá de lo intelectual o sensible (aunque los incluye), se dirige a una disposición que abarca toda la persona, especialmente el corazón, la voluntad, que se encamine a ser una “pasión” por Cristo, una vivencia, que en los inicios debe de ser incipiente pero decidida. Ningún otro sentimiento o disposición puede suplir o reemplazar este encuentro personal con Jesús.
El testimonio de vida, el ambiente de radicalidad evangélica, oración, comunión, alegría y servicio, son los elementos que más se deben cuidar y cultivar en esta etapa del acompañamiento vocacional. No olvidemos que los jóvenes nos lo reclaman.
Se recomienda invitar al joven a desarrollar un pequeño plan de vida espiritual, introducirlo en la lectura diaria de la Palabra de Dios, la participación consciente de la Eucaristía, la recepción frecuente del sacramento del perdón, a incorporarse en alguna comunidad cristiana juvenil, a dar los primeros pasos de una dirección espiritual, a pequeñas experiencias de apostolado y servicio y, muy importante, a desarrollar bien sus tareas de hijo, estudiante, amigo, trabajador u otras en las que se desenvuelve diariamente. Formar en la espiritualidad mariana ayudará al joven a vivir siempre en la escucha y disponibilidad hacia los planes de Dios y las necesidades de los hermanos.
5. DISCERNIR.
La grandeza de la libertad con la cual Señor nos ha dotado radica en la capacidad de elegir el bien, lo bueno y verdadero, y saber dejar otras voces y opciones que, aunque atrayentes y sugerentes, no responden a toda la verdad del plan de Dios, que con amor personal ha trazado para nosotros. Una presentación positiva de la opción, un enfoque atrayente y realista de la decisión vocacional ayudará a dar unos primeros pasos con confianza y suficiente paz interior como para crecer en la entrega y donación de sí mismo.
Ayudar al joven a descubrir en el proyecto que Dios ha trazado para él no una imposición o un camino obligatorio, por el contrario, que encuentre en ese proyecto la mejor posibilidad de desplegar toda su libertad y deseos de felicidad y realización.
En el momento de discernir y tomar una decisión pueden surgir dos sutiles tentaciones. La primera es decidir uno por el joven (presionarlo o sustituirlo en su libre respuesta), la segunda es permanecer en un constante estado de indeterminación y nunca llegar a una respuesta por temor a presionar o equivocarnos. Esos procesos interminables, excesivamente dilatados son tan negativos como las prisas y apuros por dar una respuesta afirmativa al Señor. Si como hemos indicado más arriba, el animador vocacional tiene ciencia y experiencia en los caminos del Señor, superará muy bien esos dos escollos y podrá ayudar de verdad al joven en su proyecto vocacional. Puede también suceder que sea el mismo joven quien deriva la decisión en su acompañante, ello demostraría que algo no anda bien y se requeriría repasar los pasos ya sugeridos.
Una opción tan profunda como la respuesta a la vocación requiere ser precedida en el diario vivir pequeñas y progresivas opciones de valores y virtudes. Esas diarias opciones ayudarán al joven a superar la indecisión ante compromisos definitivos y que lo comprometan para toda la vida.
El desafío queda abierto: formar para elegir, para optar y discernir, dejando al joven el protagonismo de su proceso vocacional. El fin y objetivo último de todo discernimiento evangélico es poder llegar a decir con María el SI más libre y confiado que puede cambiar nuestra historia y la de la sociedad. Un SI que se debe renovar cada día, que se debe pedir como una gracia y cuidar como un don siempre inmerecido.
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Párroco de “El Quisco”, Doctor en Teología Espiritual y profesor del Seminario diocesano de Valparaíso.
Obra Pontificia para las vocaciones eclesiásticas, “Nuevas vocaciones para Europa”, Roma, Mayo de 1997.