Los relatos vocacionales en el Antiguo Testamento
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Los relatos vocacionales en el Antiguo Testamento

Fecha: Miércoles 01 de Enero de 2003
Pais: Chile
Ciudad: s/r
Autor: Mons. Santiago Silva Retamales

1- Introducción

La experiencia de ser elegido por Dios para jefe del pueblo, pero sobre todo para ser su profeta o mensajero se vierte en un molde literario llamado relato vocacional. Como género literario se rigen por un esquema más o menos estructurado y una idéntica intención teológica: justificar al elegido como auténtico guía del pueblo si es jefe o como auténtico vocero de Dios si es profeta. Al lector de estos relatos vocacionales se le exhorta a tomar conciencia de la misión divina que supone el ejercicio del mando en Israel o a ser sumiso a la palabra de Dios que su heraldo proclama. En ambos casos queda claro en los relatos la función de representatividad de Yahveh que asume el rey como el profeta.
Tan importante es el relato vocacional para los profetas que la única diferencia en el AT entre un profeta falso y uno verdadero es que éstos cuentan con un relato que justifica su función de auténticos embajadores de Dios mientras el falso habla sin que Dios lo haya enviado. Como el profeta falso no ha tenido una personal y transformante experiencia de Dios que fundamente su misión no tiene relato vocacional, y su servicio a reyes y pueblos no es más que palabrería que a éstos les agrada oír (Jr 6,13-14; 14,13-14; 23,13-24; Ez 13; Miq 3,5). El que no conoce a Dios menos conoce su palabra (Jr 1,5).
La vocación configura la existencia humana en razón de una misión divina. Por ésto, la vocación se vive como una elección de Dios de un hombre o una mujer para dotarlo y ponerlo en un segmento de historia de salvación que debe animar con el carisma regalado por Dios. Desde esta perspectiva, el relato vocacional cumple la función de un prólogo histórico-misional que justifica teológicamente la presencia y el encargo divino del elegido en dicho segmento de historia de salvación.


2- Los relatos vocacionales del AT

Una gran mayoría de los relatos vocacionales del AT revelan el llamado divino a un hombre para que haga de profeta.
En primera persona -autobiográficos, por tanto- tenemos tres de estos llamados que corresponden a los profetas mayores:

a- Isaías: Is 6,1-13;
b- Jeremías: Jr 1,4-19, y
c- Ezequiel: Ez 1-3.

Se podría también incluir como relato autobiográfico la vocación de Eliseo (1 Re 19,19-21) y la de Amós, apenas una misteriosa y breve mención del llamado divino (Am 7,14-15).
Si tenemos en cuenta todos los relatos de llamada divina a una misión éstos son alrededor de 17 en el AT.
Según GREGORIO DEL OLMO en su clásico libro La vocación del líder en el Antiguo Israel. Morfología de los relatos bíblicos de vocación (Valencia 1973), los relatos vocacionales en el AT se pueden clasificar:

a- Por orden de aparición:

• Relatos de vocación de jefe: Abraham, Moisés, Josué y Gedeón;
• Relatos atípicos de vocación profética: Samuel, Elías, Eliseo, Amós y Oseas;
• Relatos típicos de vocación profética: Isaías, Jeremías y Ezequiel;
• Relatos poéticos de vocación profética: el “Siervo de Yahveh” del segundo Isaías (los Cantos del Siervo de Yahveh en Is 40-55), el tercer Isaías (Is 61,1-3).

b- Por estructura literaria:

• De teofanía: Abraham (con dudas), Samuel, Elías y Eliseo;
• De oráculo: Amós, Oseas, Moisés (relato sacerdotal: Ex 6,2-7,7), Josué (relato deuteronomista: Jos 1,1-9), el Siervo de Yahveh del segundo Isaías, el tercer Isaías;
• De misión: Moisés (relato yahvista-elohista: Ex 3), Gedeón, el primer Isaías (Is 1-39), Jeremías y Ezequiel.

LORENZO DE LORENZI, en cambio, en un artículo acerca de la vocación para el Nuevo Diccionario de Teología Bíblica (Madrid 1990), los divide de modo diverso:

a- Relatos en forma de teofanía a la que sigue la confirmación divina: Is 6; Ez 1-3;
b- Relatos en forma de colación de una misión acompañado con un signo confirmatorio: Jr 1, y
c- Relatos en forma de presentación del elegido por parte de Dios: el Siervo de Yahveh de Is 42.


3- Tipos de relatos vocacionales en el AT

La clasificación de los relatos vocacionales que sigue se fundamenta en los elementos literarios y teológicos que los configuran como tales.
Me detengo, por su importancia personal y pastoral, en la imagen de Dios que se juega en cada uno de los cuatro tipos de relatos vocacionales que se presentan.

3.1- Primer tipo: «Deja tu tierra… y Abram partió» (Gn 12,1.4)

Al primer tipo de relato vocacional pertenece la elección de Abraham (Gn 12,1-4a), Elías (1 Re 19,11-13.15-19a), Amós (7,15), Oseas (1,2-3a) y Jonás (1,1-3a; 3,1-3a).
Dos son los elementos que caracterizan el relato:

a- La orden en imperativo por parte de Dios (“ve...”), y
b- La realización inmediata del mandato por parte de elegido.

La imagen de Dios es la de quien dirige y domina porque es el Señor de la vida y de la historia. Su llamado, pues, es irresistible y no hay modo de sustraerse a él. Amós lo testimonia con las siguientes preguntas en paralelismo: «Ruge el león, ¿quién no temerá?; habla el Señor, ¿quién no profetizará?» (Am 3,8). Dios es un “jefe” convincente ante quien sólo cabe cumplir sus órdenes claras y categóricas.
Es posible la rebeldía del elegido (Jon 1,3), pero el Señor saldrá a su encuentro cuantas veces sea necesario para que acepte con sumisión el encargo (3,2.3: «Vete ahora mismo a Nínive… Jonás partió de inmediato a Nínive…»).

3.2- Segundo tipo: «Yo te envío al faraón…¿Quién soy yo para ir a él?» (Ex 3,10.11)

Al segundo tipo de relato pertenece la vocación de Moisés (Ex 3,4-12; 6,2-13), Gedeón (Jue 6,11-24), Jeremías (1,4-19) y Ezequiel (2,1-3,11).
Cuatro son los elementos literarios-teológicos que estructuran la dinámica de este tipo de relato.

a- En primer lugar la orden de Dios;
b- Sigue la objeción del elegido ante la grandeza de la misión;
c- Dios, con un signo, confirma su elección y anima al elegido a superar su temor, y -por último-
d- Dios renueva el mandato a su elegido.

La imagen de Dios es diversa a la anterior.
Yahveh es un Dios cercano que dialoga con su escogido y busca resolver sus dudas. El elegido toma conciencia de sus límites y se siente con la confianza suficiente para dar a conocer sus dificultades. También percibe la santidad y la grandeza del Dios que ha salido a su encuentro para pedirle una misión.
Yahveh es el Dios de la alianza y de la historia, no de los ciclos naturales como los baales de los cananeos. Israel, a diferencia de éstos, aprehende en su propia historia a su Dios. La misión del elegido, por tanto, tendrá que ver con transformaciones personales e históricas que conformarán la historia como salvífica. Por ser el Dios de la alianza, todo mira a la comunión de vida con Yahveh.
Yahveh no acepta las objeciones del elegido, pues el vocacionado no actuará en razón de sus capacidades: quien lo manda y dota es el mismo Dios poderoso que actúa en la historia por lo que la misión no depende de sus capacidades si no de quien lo elige. Porque el elegido cuenta siempre con el Dios que lo envía no debe temer (fórmula de ánimo: «No les tengas miedo»: Jr 1,8a) y contará siempre con su oportuna ayuda (fórmula de asistencia divina: «Yo estoy contigo»: 1,8b).

3.3- Tercer tipo: «¿Quién seducirá a Ajab?… ¡Yo lo seduciré!» (1 Re 22,20.21)

Al tercer tipo de relato pertenece la vocación de Miqueas ben Yimlá (1 Re 22,19-23), Isaías (6,1-13), Ezequiel (Ez 1,4-28) y el Adversario o Tentador de Job (Job 1,6-12; 2,1-7a).
Los elementos que forman parte de la dinámica de este tercer tipo son cuatro:

a- Según el modelo de las monarquías del Antiguo Oriente, se presenta a Dios en sesión con sus consejeros en el palacio (1 Re 22,19) o en el Templo rodeado de sus ángeles y ministros (Is 6,1-2), o bien recibiendo en audiencia a sus súbditos (Job 1,6);
b- En la sesión, Dios solicita un voluntario para una determinada y difícil misión;
c- Uno de los presentes se ofrece para llevar a cabo el encargo y, finalmente,
d- Dios le ordena al voluntario llevar a cabo la misión, por lo general difícil.

La imagen de Dios es la de un Rey soberano ocupado de la marcha de su reino y del bienestar de sus súbditos. Tal visión de magnificencia con fuego, seres alados, humo…, todo expresión de su inmenso honor y santidad, no impide la comunicación con el Rey soberano, aunque sí es necesario cumplir algunos requisitos para acceder a él como, por ejemplo, la purificación ritual (Is 6,6-7).
Como es imposible una experiencia auténtica de Dios sin una nueva conciencia de sí mismo es también intensa y peculiar la percepción que el profeta adquiere de sí: ante la majestad y la santidad de Dios soberano se sabe un hombre impuro, incapaz siquiera de mirar al Señor por lo que angustiado grita: «¡Ay de mí estoy perdido!» (Is 6,5). Sin embargo, el elegido se deja purificar y responde con total disponibilidad, sin conocer los problemas a los que se verá enfrentado a causa de su entrega
Dios, rey soberano, discute las cuestiones relativas al reino con sus consejeros (1 Re 19,20). Una vez visualizado el problema y la solución, solicita un voluntario en el consejo divino (Is 6,8: «¿A quién enviaré?»); éste -que no dudará de la realización de la misión a pesar de su dificultad (6,9-10)- va cuándo y a dónde Dios quiere.
Cuando se trata de la elección de un profeta, este tipo de relato explica por qué el heraldo de Dios conoce lo que tiene que anunciar: en el consejo divino es donde se informa de las intenciones de su Señor (cfr. Jr 23,18.22).

3.4- Cuarto tipo: «¡Samuel, Samuel!… Aquí estoy… No te he llamado…» (1 Sam 3,4.5)

Al cuarto tipo de relato vocacional pertenece la elección del joven Samuel, juez y profeta a la vez y quizás también sacerdote (1 Sm 3,1-4,1).
Los elementos literarios-teológicos son cuatro:

a- El descubrimiento del llamado divino no es instantáneo, sino gradual;
b- Varias son las llamadas que se suceden en el tiempo por diversos medios y en diferente intensidad;
c- No es que el elegido no quiera obedecer, más bien no percibe con claridad el llamado ni tampoco entiende la misión, y -finalmente-
d- Con el tiempo y la ayuda de un tercero alcanza la plena percepción de la elección divina y de la naturaleza de la misión.

La imagen de Dios es la de un “maestro” que con pedagogía se ajusta al ritmo de comprensión de su discípulo, por eso no apura su respuesta ni la fuerza, esperando pacientemente que el elegido entienda que es él quien lo elige.
Dios-maestro progresivamente suscita la entrega generosa e informada de su elegido. En este tipo de vocación, en ningún momento el problema es la aceptación, sino más bien el caer en la cuenta del llamado.
El elegido -tal como Samuel- es invitado a hacerse discípulo de Dios, particularmente discípulo de su palabra, pues gracias a este mediador «la palabra de Samuel (que era la palabra de su Dios-maestro) se escuchaba en todo Israel» (1 Sm 4,1). Para el cometido de su misión -como en todos los relatos de vocación- Dios le promete su asistencia (3,19: «El Señor estaba con él; ninguna de sus palabras dejó de cumplirse»).


4- Algunas notas teológicas de los relatos vocacionales del AT

De la consideración de estos relatos vocacionales se desprenden algunas notas teológicas que permiten reflexionar sobre la vocación e interpelar nuestra propia vocación:

a- Los relatos vocacionales en el AT sólo tienen que ver con reconocidos líderes al servicio del pueblo de Dios. La vocación es siempre para realizar una misión concreta de servicio que se sustenta en la fe y que cambia tanto la vida del que ha sido escogido por Dios, como la de los destinatarios de su servicio.
Dios suscita a hombres y mujeres como jefes (carisma de mando) y profetas (carisma de palabra) para servir a la comunidad. Se trata siempre de un don gratuito y de un encargo divino orientados no a la propia persona que lo recibe, sino a la comunidad que va a conducir (jefe) o a instruir con la palabra de Dios (profeta). Por tanto, el horizonte de comprensión teológica de la vocación en el AT no se centra en el elegido en cuanto tal, sino en el para qué es elegido, finalidad que necesariamente se inscribe y anima la vocación fundamental de Israel como pueblo santo y sacerdotal de Dios (Ex 19,5-6).
«En realidad, escribe G. DEL OLMO, es la existencia misma de Israel como pueblo la que es vocacional y se puede objetivar en una existencia personal (Abrahán) o vivir como experiencia nacional (Alianza)», y completa: sólo la comunidad de la alianza «es llamada por sí misma y por su propia “realización”; los demás sólo “en función de” y para realizarla a ella y así realizarse».

b- Por tanto, la vocación jamás debe entenderse en perspectiva de “realización individual”, de encuentro con Dios en la intimidad del alma sin ninguna proyección comunitaria.
Visto desde los relatos vocacionales del AT, los elegidos se encuentran con Dios en el pueblo, en el templo…, y para ellos la comunidad no es “el lugar” o “espacio” donde viven la vocación tratando de conseguir la propia realización, sino que son escogidos para la realización o edificación de Israel como pueblo de Dios. El elegido por Yahveh es hecho sacramento de su palabra eficaz para mediar la salvación de su Señor en el seno de su pueblo. De aquí -por un lado- que la vocación se viva con clara conciencia de instrumentalidad y -por otro- como encargo de acción, de realización de un plan divino que extirpa o derriba y edifica o planta (Jr 1,10).
Estas consideraciones nos llevan a plantear toda vocación cristiana como servicio de la Cabeza (Jesucristo) para edificación de su Cuerpo (la Iglesia; 1 Cor 14,12; Ef 4,11-13.16). Vocación y carismas en el NT, por tanto, se orientan y ejercitan como extensión o prolongación del servicio de la Cabeza a la vocación fundamental del Nuevo Pueblo de Dios.
Por esta razón, los pastores de la comunidad tienen la misión de validar vocaciones y carismas que auténticamente la edifiquen como Cuerpo de la Cabeza que es Jesús (Mt 16,18-19; Ef 2,19-22). Por parte de pastores y vocacionados, la fidelidad se juega en la escucha atenta para discernir y hacer lo que el Espíritu del Padre quiere para los redimidos por el Mesías y para el servicio evangelizador de la humanidad.

c- Por tanto, las vocaciones de los individuos -según el AT- son transitorias e instrumentales por cuanto miran a servir la vocación fundamental de Israel como pueblo de la alianza. Las vocaciones de jefes y profetas, pues, surgen para el servicio de la vocación fundamental y se deben desarrollar teniendo siempre en cuenta las necesidades del pueblo de Dios.
Una mirada atenta y de fe a las vicisitudes del pueblo de Dios redunda en una misión que realmente edifica las comunidades como pueblo santo del Señor.

d- Si al mirar al futuro, la vocación se extiende en la misión, al mirar hacia atrás se sustenta en una experiencia profunda de Dios que elige y dota a un hombre o mujer concretos. Dicho de otro modo, el encuentro personal con Dios se explaya naturalmente en una tarea salvífica en un segmento de la historia (del elegido y de sus destinatarios).
Porque es tarea salvífica, la vocación se vive como encargo; porque es encuentro personal se vive como respuesta de fe. Para el encargo Dios conforta: «No les tengas miedo» (Jr 1,8a: fórmula de ánimo; ver Lc 1,30), en la respuesta de fe Dios acompaña: «Yo estoy contigo» (Jr 1,8b: fórmula de asistencia divina; ver Lc 1,28). El binomio “respuesta de fe - encargo” (vocación-misión) es el fundamento del gozo del elegido, incluso en medio de las dificultades, siempre que ambas realidades se reencanten con el discernimiento y la contemplación, la Palabra y la Eucaristía.

e- La vivencia fecunda de la vocación-misión no se lleva adelante por parte del elegido sin una relación dialogal salvífica con el Dios que hizo el llamado (vocación), preparó al elegido (consagración) y le encargó una tarea (misión).
Claro ejemplo de lo dicho es Jeremías. Su misión gira en torno a la palabra o dãbãr (Jr 18,18); su vocación, por lo mismo, la experimenta como un diálogo permanente y confiado con su Señor. Su relato vocacional (1,4-19) se estructura como diálogo; así lo muestra el predominio de vocablos del campo semántico de la “comunicación”: dãbãr o “hablar” (9 veces en el relato) y ’ãmar o “decir” (11 veces).
Por una palabra veraz y los procesos de introspección que ella implica, quien dialoga debe ser capaz de a-propiarse de sí mismo (pensamientos, sentimientos, ilusiones, tristezas...) a fin de ex-ponerse a su interlocutor quien, después de escuchar, res-ponde y se constituye a su vez en sujeto que se ex-pone en el mismo acto de hablar-responder.
Esta palabra así entendida, escuchada y respondida, genera y sustenta el diálogo. Nace el nosotros, comunidad de comprensión y de amor en que un yo se ofrece libremente a un tú que también libre y conciente lo acoge. Sin relación dialogal con Dios, trascendente y absoluto, se pierde el sentido profundo de la vocación, la consagración y la misión.
Dios por su Hijo sale de sí y se ofrece en diálogo salvífico con su Iglesia. El elegido de algún modo adelanta en sí el cumplimiento de las promesas de comunión y participación de vida divina en Cristo y por Cristo. La misma vida del elegido, en permanente diálogo con su Señor Resucitado (oración - discernimiento) se convierte en mensaje patente de los planes liberadores del Padre. No sólo la palabra del elegido es el mensaje, lo es su misma vida.

f- El diálogo salvífico, permanente y fecundo con el Dios de la vocación se expresa en la SSEE con otro verbo de gran densidad teológica: conocer. Dios conoce a su elegido y -por el diálogo- el elegido conoce más y más a su Señor y su voluntad.
El término conocer se emplea en la literatura sapiencial no sólo indicando una apropiación intelectual, sino sobretodo una relación personal de aceptación, cariño y comunión cuando se trata del conocimiento de personas. Así debe entenderse su empleo en Jr 1,5 donde se apunta a señalar una relación personal querida por Dios, antes -incluso- de que el profeta viera la luz.
En el diálogo que le permite al elegido conocer a Dios (cfr. Os 2,21-22; 6,6), el Señor se encarga de desvelar a sus ojos no sólo los matices que va adquiriendo su misión de servicio a un pueblo concreto, sino también los modos (no siempre comprendidos) y la potencia (no siempre sentida) de su asistencia. A la vez en este diálogo se revela patente la debilidad del elegido (Ex 3,11; Jue 6,15; Is 6,5; Jr 1,6; Ez 1,28) quien comprende que su vocación y misión se sostienen por la fidelidad de Dios a sus promesas salvíficas (Jr 1,8.19).
Desde esta perspectiva, la vocación se vive como invitación de Dios a asumir el compromiso de salvar a todos los hombres mediante elegidos débiles y pecadores. Se vive, pues, con la conciencia de ser un instrumento inapropiado (ley de la encarnación) que ha de extender la realización del más íntimo querer de su Señor: «Que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad» (ley de la redención; 1 Tim 2,4). «La vocación es en el Biblia una función de liberación» (G. DEL OLMO).
Debilitar u olvidar el diálogo salvífico con el Señor de la vocación y de la misión es sustraerse a su voluntad más íntima, lo que no sólo aniquila el encargo divino, sino también la consagración y la elección. El diálogo con su Señor hace que la misión del elegido se convierta en su pasión.

g- Finalmente, toda vocación en el AT y particularmente la vocación profética es un encargo a purificar la fe yahvista de los ídolos que a lo largo de la historia del pueblo de Dios la ha contaminado. La vocación de jefe y profeta en Israel lleva progresivamente al elegido y al pueblo a la conciencia de que Yahveh es único y que fuera de él no hay otros dioses (Dt 6,4). En este sentido, el servicio básico de los elegidos del Dios único es -desde su palabra- interpelar y purificar la imagen de Yahveh que maneja Israel en cada tiempo histórico.
El sustrato teológico de este servicio es -en el AT- la vocación esencial de Israel de ser elegido por Yahveh -entre todos los pueblos que son también suyos- como el pueblo de su propiedad (alianza). Esta vocación se funda en las gestas históricas y salvíficas de un Dios que entre tantos dioses -en el tiempo del éxodo de Egipto- los liberaba, los conducía por el desierto y los instalaba en una tierra que mana leche y miel, simplemente porque los ama (Dt 7,7-8) y los toma como “sus hijos” (Os 11,1: «Cuando Israel era niño, yo lo amé y de Egipto llamé a mi hijo»).


5- Para la reflexión y el trabajo en grupos: nuestro relato vocacional

? ¿Y nosotros qué?:

• ¿Con cuáles de los relatos vocacionales (uno o varios) mejor me identifico?
• ¿Cuál es el Dios que sustenta mi experiencia vocacional?, ¿ha evolucionado… para bien… para mal?

? ¿Cuáles han sido o son mis objeciones al llamado de Dios? (intelectuales, morales, sentimentales…).
? ¿He tenido experiencias concretas de asistencia divina (“no temas, yo estoy contigo”) en mi camino vocacional?
? ¿Cuáles han sido mis temores?, ¿cuáles lo son actualmente?
? ¿Vivo mi respuesta vocacional en diálogo con Dios?
? ¿Estoy ilusionado o encantado con mi vocación… y con el Dios de mi vocación… con su cercanía… con sus respuestas… con sus encargos …?

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