Homilía Te Deum 2017: “Mi paz les doy”
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Homilía Te Deum 2017: “Mi paz les doy”

Fecha: Domingo 17 de Septiembre de 2017
Ciudad: Talca
Autor: Mons. Horacio Valenzuela Abarca

Queridos hermanos y hermanas, autoridades que nos acompañan:

En este día nos reunimos en la casa del Señor a prolongar una tradición que nos bendice y fortalece para avanzar hacia una nación que sea cada vez más una patria de hermanos (Papa Francisco).

Nuestro Te Deum es un acto republicano de gratitud al Señor que se alimenta en al menos dos raíces principales. Una es la imperiosa necesidad de encontrarnos para cultivar la fraternidad y progresar en paz. La otra raíz de este acto es que creemos firmemente de que la unión con Cristo hará fecundos nuestros trabajos por el bien común y la paz. (Ps 127).

Este año nuestra oración está inundada por la alegría de la próxima visita del Papa Francisco a nuestra patria. Nos preparamos a ella inspirados por esas palabras de Jesús tan necesarias en nuestros días: Mi paz les doy. En este día de oración venimos a la fuente misma de la paz que es el amor de Dios.

Nos encontramos en esta casa bajo el alero bondadoso de la Cruz de Cristo para recibir el influjo de su paz. Su sombra ha bendecido nuestra historia con el signo imborrable del amor de Dios por todos sus hijos sin excepción. Bajo la Cruz nos reunimos para orar al Padre Dios por medio de Jesucristo, porque en la Cruz, “…con sus dolorosos tormentos y con su muerte no sólo destruyó el pecado -fuente y principio de todas las divisiones, de todas las miserias y de todos los desequilibrios-, sino que, al derramar su sangre, reconcilió al género humano con su Padre Celestial y trajo los dones de su paz: Porque Él es nuestra Paz, el que de los dos [pueblos] ha hecho uno solo...(Pacem in Terris 169).

La primera tarea de la patria para procurar la paz es amar a todos los hijos. Y amar es trabajar por la dignidad y felicidad de los demás; amar es crear las condiciones para que todos nos sintamos acogidos e importantes.

Todos nos hemos sentido atraídos, con la fuerza de un imán misterioso, por la enorme capacidad de reunirnos que tienen nuestras familias, en especial las mamás y las abuelas. Esta fuerza para reunir que ellas tienen viene de un amor que le da importancia a todos los hijos sin condiciones. Su único argumento para querer y acoger, para perdonar y ayudar es muy noble: simplemente porque es mi hijo, porque es mi hija. La familia como la quiere y la bendice Dios es la auténtica escuela de la paz.

A la luz de este clima materno tan necesario es que nos apena tanto la ley del aborto recientemente promulgada en nuestra patria. Es demasiado triste que haya fiesta por un retroceso envuelto en tanto dolor de madres y niños. Tal vez miles, de hijos invitados por Dios al banquete de la vida, sin culpa alguna de su parte no podrán sentarse a la mesa. Sentimos que los argumentos para legislar pueden ser atendibles pero no pesan lo que vale la vida de un sólo niño. Nos parece que todas las otras injusticias palidecen en comparación con ésta.

El primer valor de una sociedad buena es considerar sagradas todas las vidas. La ley sólo es amiga de la paz social cuando consagra la importancia de todos sin excepción ninguna. Por eso duelen también otras deudas que agravian la vida de tantos niños vulnerados y de hombres y mujeres que después de trabajar toda una vida reciben una pensión mínima. Aun cuando hemos progresado en el campo de la salud, sigue doliendo la inequidad en su acceso, las largas esperas de muchos por una atención digna y oportuna. Miles fueron llamados cuando ya era tarde o murieron esperando la hora de una cirugía que nunca llegó. También hay mucho que trabajar por mejorar el mundo laboral, la educación y la acogida de nuestros hermanos migrantes.

Quiera Dios que no intentemos superar estas injusticias culpándonos unos a otros; peleándonos los logros y escondiendo la propia culpa. Es tan sano reconocer que todos tenemos responsabilidad para que todos cancelemos la deuda con los excluidos de nuestra gran familia.

Como un eco resuena todavía la invitación del Padre Hurtado a considerar a los pobres como otros cristos. Esa capacidad de ver a Cristo en el pobre viene de Dios, “…el que tiene poca caridad ve pocos pobres; el que tiene mucha caridad ve muchos pobres; el que no tiene caridad no ve a ninguno” (Papa Francisco Junio 2017).

La unidad a que nos llama el Señor (Jn 17, 21) arraigada en valores nobles como la fe, la libertad, el respeto por la vida, el valor de la familia y la naturaleza nos ayudará a alcanzar acuerdos que sostengan la paz . Sobre todo, si cuidamos la familia con leyes que la fortalezcan podremos unir el bienestar con la alegría y el desarrollo con la equidad. La familia, que es la vertiente de la mayor alegría y de la mejor paz, corre el peligro de ser esterilizada. Si logramos reaccionar a tiempo no serán necesarias tantas instituciones para recoger los niños a la deriva por el naufragio de la familia. Si logramos poner la familia como el eje sobre el que ruede y avance todo ya no serán tan necesarios multiplicar hogares que mitiguen la soledad y el abandono de nuestros abuelos.

Esta oración por la patria nos compromete a colaborar con el Señor para hacer buena y hermosa la vida. Y la vida florece cuando todos los factores y elementos obedecen a un mismo espíritu.

Todos hemos tenido la experiencia dolorosa de la muerte de algún ser querido. Todos hemos sido testigos de que en cuanto el alma se va de un cuerpo comienza la dispersión de sus partes. Así sucede con los cuerpos materiales; pero también el cuerpo social se dispersa y diluye cuando se debilita su alma espiritual.

Tenemos el hermoso desafío de cuidar y acrecentar esos grandes valores que la fe en Cristo ha plantado y conserva como nadie nuestro mundo rural. Nuestra Región del Maule tiene mucha de esa riqueza divina y humana. Esas semillas de humanidad para germinar necesitan la buena tierra del encuentro que, como nos ha señalado el Papa Francisco, “…exige colocar en el centro de toda acción política, social y económica, a la persona humana, su altísima dignidad y el respeto por el bien común” (Discurso a las autoridades y cuerpo diplomático, Bogotá septiembre 2017).

Necesitamos la paz y Jesucristo nos ofrece su compañía para cultivarla y compartirla. La paz que alimenta una sociedad se parece mucho al pan; hacer pan se parece mucho a construir la paz. Para que haya pan la harina y el agua deben renunciar a algo propio en homenaje al bien común. La harina renuncia a la libertad de sus partículas livianas, renuncia a su color y a su textura suave. El agua también debe renunciar a algo y ofrece su libertad de escurrir y su facilidad de tomar cualquier forma…El agua y la harina se amasan dejando de lado su propio interés para dar vida al pan. El pan se parece mucho a la paz…la paz y el pan sólo se pueden hacer cuando hay generosidad. El pan se añeja cuando no se comparte y el pan cuando es bendecido por Jesucristo alcanza para todos (Jn 6, 11).

Nuestras queridas instituciones volverán a ser grandes y pacíficas si ponemos en ellas la levadura del Evangelio. Jesucristo que camina con nosotros nos quiere comunicar la generosidad y la inteligencia para edificar algo grande, juntos y para todos. Así podremos superar modas ideológicas de minorías que nos tiranizan y nos dividen. Así nos podremos recuperar del daño que corroe especialmente la familia y que también está enfermando peligrosamente nuestra “casa común”. La Creación pareciera estar respondiendo al maltrato y a la falta de respeto. De alguna manera, en distintos planos, hemos estado sembrando vientos y ahora cosechamos tempestades.

El amor a Chile nos llama hoy a buscar acuerdos que nazcan de la lectura atenta y respetuosa de los signos de los tiempos y de las verdades más hondas reveladas por Dios y escritas en la Creación y en la naturaleza humana.

El inicio obligado, el primer paso del camino que nos llevará hacia la paz y a la cultura del encuentro, es la urgente atención a la situación de los más pobres entre nosotros. Lo que hicieron con el más pequeño de éstos mis hermanos conmigo lo hicieron nos recuerda el Señor (Mt 25, 40). El primer paso de este largo camino es escuchar a los pobres. Es esencial que fijemos la mirada y nos dejemos mirar por los ojos suplicantes de los niños sin hogar, de los ancianos solos, de los enfermos más pobres esperando atención…que nos dejemos mirar por los inmigrantes buscando alguna oportunidad en nuestra tierra. Los pobres no pueden esperar (Juan Pablo II).

El deseo de todos de que nuestro querido Chile se acerque a ser cada vez más una copia feliz del Edén necesita la ayuda del cielo para hacerse realidad. Por eso ponemos en las manos de la Virgen del Carmen este noble anhelo de avanzar hacia la paz. Bajo la sombra de la Cruz de Cristo, como crece el pasto en los cerros bajo los espinos, crecerá la bendición de la paz que nos cobije, alimente y alegre a todos.

+ Horacio Valenzuela Abarca
Obispo de Talca

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