Nos reunimos para orar por la Patria en nuestra fiesta nacional. Por sobre cualquier discrepancia aquí nos reconocemos como herederos de una larga historia que nos hace miembros de una misma familia, Chile, nuestra patria. Por ello, venimos a cantar una alabanza, el Tedeum, por lo que hemos recibido pero también a implorar la ayuda de la gracia para asumir los desafíos que nos corresponden. Porque la Patria no es una realidad acabada. Ella es siempre algo mayor a lo ya realizado, o como lo expresó San Alberto Hurtado: La Patria “es una misión que cumplir”.
Damos gracias a Dios por infundir en nosotros este sueño. Damos gracias por lo que somos y tenemos. Todo es don, fruto de la tierra y del trabajo de los hombres decimos en el ofertorio de la eucaristía. Todo es don que ha brotado de la naturaleza que es hechura de las manos de Dios y, desde allí todo ha sido entretejido por las manos laboriosas de quienes nos han precedido.
Sin duda, es muchísimo más lo que tenemos que aquello que nos falta. Aunque nuestras carencias siempre nos puedan gritar con particular vehemencia. Por ello, el alma de esta oración es la alabanza, la acción de gracias a Dios que nos ha hecho parte de esta historia y, de gratitud por todos los que la forjaron en el pasado con fuerza y compromiso, como también de gratitud y reconocimiento a aquellos que en el presente hacen patria desde las más diversas vocaciones de servicio al progreso, a la seguridad, la salud, la educación, la justicia y, en fin, al bien común de todos quienes habitamos en esta tierra. Gracias a todas y a todos, especialmente a quienes cumplen labores que son menos visibles, y que tantas veces son las fundamentales, las más imprescindibles.
Gracias a quienes en las recientes inundaciones han sabido responder solidariamente con quienes han sido tan duramente afectados. A los funcionarios de los diversos organismos públicos, a Carabineros y al Ejército de Chile, a las empresas que han cooperado, a los ciudadanos que espontáneamente o vinculados a organismos de la sociedad civil o de Iglesia han acudido en ayuda a los damnificados. Gracias. Dios les bendiga. Ustedes expresan lo mejor de Chile, su solidaridad. Oramos para que este compromiso se proyecte en vista a las graves consecuencias en las viviendas, los campos y las industrias. Nos preocupa especialmente la perdida de espacios de trabajo.
El sueño que nos inspira, el anhelo de un país que sea una gran familia, nos obliga a reconocer también las limitaciones y las heridas de nuestra convivencia. Por ello, junto a la alabanza nuestra oración es suplica, ante todo, para que Dios nos asista y nos regale su inspiración y fortaleza. Es largo y delicado el examen de los desafíos que se nos imponen. No podría hacerlo en este momento.
Al cumplirse 50 años del golpe de estado, el más grave y doloroso quiebre de nuestra convivencia, en la cual reconocemos una herida que sigue sin resolverse, me permito recoger algunas de las reflexiones que junto a los obispos de Chile entregamos. Se titula: Felices los que trabajan por la Paz. En ella se señalan algunos principios y valores que consideramos fundamentales para construir la paz y el reencuentro entre los chilenos.
1.
La verdad. Sin memoria no hay futuro. En ello se requiere el coraje para reconocer lo que no estuvo bien en cada sector. No podemos continuar atrincherados reproduciendo la polarización por nuestro pasado en desencuentros sobre el presente. Es importante la memoria y el honesto reconocimiento de sus graves consecuencias. En ello, debemos animar y valorar las instancias de memoria, reflexión y análisis que se han realizado. Aspiramos a que la memoria de estos tristes acontecimientos constituyan un profundo aprendizaje para nunca más repetir los horrores de este dramático pasado.
2. El principio fundamental sobre el cual se construye todo el orden social debe ser
la dignidad de la persona humana y, por ello es imperioso expresar un compromiso de respeto irrestricto de los derechos humanos. Nadie puede ser atropellado en su dignidad bajo ninguna consideración. Nadie puede arrogarse este derecho, mucho menos agentes del estado. La violencia nunca puede ser considerada legítima ni para imponer o combatir ideas, ni como medio para promover demandas sociales por muy legítimas que ellas sean. Como lo señaló el Papa Francisco en la Araucanía: “La violencia vuelve mentirosa la causa más justa”. Decir nunca más al atropello de los derechos humanos es decir también nunca más a toda forma de violencia, como a toda justificación de ella.
3.
La solidaridad con las víctimas. Esta dolorosa página de la historia nunca se cerrará si olvidamos a quienes han padecido, y continúan padeciendo porque no se ha establecido verdad respecto de sus familiares desaparecidos. La solidaridad con su dolor es el principio esencial para alcanzar el reencuentro que aspiramos. Esta dolorosa página de nuestra historia, esta cruenta verdad de los horrores que han sucedido en nuestra historia no puede ser negada, justificada u olvidada. El respeto al dolor de quienes han vivido y crecido en este sufrimiento nos debe movilizar para recorrer el arduo camino del reencuentro.
4.
El compromiso por el cuidado y perfeccionamiento de la democracia. Las gravísimas consecuencias del quiebre de la democracia nos deben llevar a cuidar de ella con el mayor esmero. Ella es el régimen de gobierno que más se ajusta a los principios y valores humanistas. Pero es frágil, tiene riesgos y vicios, requiere del compromiso y la madurez de todos los ciudadanos. La lucha encarnizada por el poder, la descalificación del oponente como estrategia, el cáncer de la corrupción que sabemos no tiene color político, el distanciamiento de los problemas reales de los ciudadanos, especialmente de los más empobrecidos pueden carcomer el sistema político. La paz que es el clima del desarrollo y el progreso es fruto de la justicia. Por ello, no basta con cuidar de la estabilidad del sistema político en sí mismo sino también que este funcione de tal modo que permita alcanzar condiciones de justicia y dignidad para todos los habitantes de esta patria.
5.
El valor del diálogo. No basta una institucionalidad correctamente definida. La necesitamos, por ello animamos el proceso constitucional. Pero se necesita algo más, algo que constituye el espíritu democrático, una actitud de escucha mutua y de integración de visiones distintas. Es imprescindible resguardar el clima de diálogo que comienza por el reconocimiento del interlocutor, que puede ser un adversario pero nunca un enemigo, y, por ello, nos exige acoger lo mejor de sus propuestas. Es cierto, que para alcanzar el consenso, todos deben ceder en algo, ello no debe ser considerado una pérdida, al contrario, se trata de la virtud de saber integrar miradas distintas en vista a la única meta que nos debe ocupar: el bien común, el desarrollo y el progreso para todas las personas que habitan esta patria. Hemos aprendido que el progreso auténtico de una patria debe incluir a todos, en sus necesidades y en sus visiones. Si no lo hace, tarde o temprano esta ausencia se vuelve en contra de todos.
6.
Trabajar por la paz y la reconciliación. La Paz que nos ofrece Jesucristo no elude los conflictos. Ella brota de la verdad, la justicia y sobre todo del vínculo de la caridad. Quien nos ofrece la paz cargó sobre sí el madero de la cruz. En su sacrificio hizo suyo el dolor de los últimos, de los descartados, de las víctimas de la injusticia, del odio y de toda violencia. Su triunfo fue responder desde el amor. En fidelidad a su camino queremos contribuir a construir una patria reconciliada. Que mire su futuro en la fraternidad y en el firme compromiso de hacer de esta tierra la copia feliz del edén.
A la Virgen del Carmen, Madre y Reina de Chile, nos dirigimos con especial cariño para que nos enseñe “a conquistar el verdadero progreso, que es construir una gran nación de hermanos donde cada uno tenga pan, respeto y alegría”.
+ Galo Fernández Villaseca
Obispo de Talca
