Domingo 01 de Octubre de 2017
El Evangelio de este Domingo XXVI del tiempo ordinario comienza abruptamente: «¿Qué les parece? Un hombre tenía dos hijos...». Es el comienzo de una breve parábola. Para entenderla es necesario aclarar a quién dirige Jesús esta pregunta y para eso debemos ver lo que antecede.
Jesús ha hecho ya su entrada en Jerusalén aclamado por la multitud y está enseñando en el templo. Sigue el Evangelio: «Se le acercaron los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo diciendo: "¿Con qué autoridad haces esto? ¿Y quién te ha dado tal autoridad?"» (Mt 21,23). Es una pregunta lícita, que hacen las autoridades religiosas del pueblo de Israel. Y Jesús está dispuesto a responder; pero pone una condición: «También yo les voy a preguntar una cosa; si me responden a ella, yo les diré a mi vez con qué autoridad hago esto» (Mt 21,24). Ya ha indicado el evangelista Mateo esta característica de la enseñanza de Jesús: «La gente quedaba asombrada de su doctrina; porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como sus escribas» (Mt 7,28-29). Era de esperar que las autoridades judías se inquietaran, porque Jesús se ponía en relación con la Palabra de Dios como quien puede reformularla: «Ustedes han oído que se dijo: "Ojo por ojo y diente por diente" (Está citando textualmente la Ley de Dios, Lev 24,20). Pues yo les digo: "No resistan al mal; antes bien, al que te abofetee en la mejilla derecha ofrecele también la otra..."» (Mt 5,38-39 y passim). Habla como nueva instancia de Palabra de Dios.
Los sumos sacerdotes y los ancianos eran supuestamente los que cumplían la voluntad de Dios; ellos eran los que trataban las cosas de Dios y decían a la gente lo que correspondía a la voluntad de Dios. Jesús, entonces, les pregunta: «El bautismo de Juan, ¿de dónde era?, ¿del cielo o de los hombres?» (Mt 21,25). Era imposible que no tuvieran una opinión sobre Juan el Bautista, a quien todos consideraban un profeta; en particular, Jesús lo llama: «Más que un profeta... y el más grande de los nacidos de mujer» (Mt 11,19.11). Los sumos sacerdotes y ancianos no habían creído en Juan, como lo va a decir Jesús claramente –«ustedes no creyeron en él»–; pero temieron decirlo «por miedo a la gente, pues todos tenían a Juan por profeta». No quisieron responder, diciendo: «No sabemos» (Mt 21,26.27) y, por tanto, se quedaron sin saber de dónde procede la inmensa autoridad con que Jesús hablaba y obraba: «Tampoco yo les digo con qué autoridad hago esto» (Ibid.).
Aquí se inserta la parábola del Evangelio de hoy. El padre dice al primero de dos hijos: «Hijo, anda hoy a trabajar a la viña». Él responde: «No quiero», pero después se arrepintió y fue. El padre dice lo mismo al segundo hijo y él responde prontamente: «Voy, Señor», pero no fue. Jesús pregunta a los mismos sumos sacerdotes y ancianos: «¿Cuál de los dos hizo la voluntad del padre?». A esta pregunta sí responden: «El primero». Lo que interesa en la parábola es el cumplimiento de la voluntad del padre. Asimismo lo que interesa en la vida real es el cumplimiento de la voluntad de Dios: «No todo el que me diga: "Señor, Señor", entrará en el Reino de los Cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre que está en el cielo» (Mt 7,21).
¿Quién es ese primer hijo que dijo a Dios: «No quiero»? Son los que eran considerados pecadores públicos. En Israel era claro que rechazaban a Dios los publicanos (recaudadores de impuestos para Roma) y las prostitutas. ¿Quiénes son los que dicen a Dios: «Sí, Señor»? Son los que profesan su fidelidad a Dios, precisamente, los sumos sacerdotes y ancianos, que eran considerados justos y piadosos. Ante este panorama Jesús concluye: «En verdad les digo, los publicanos y las prostitutas llegan antes que ustedes al Reino de Dios. Porque vino Juan a ustedes por camino de justicia, y no creyeron en él; en cambio, los publicanos y las prostitutas creyeron en él. Y ustedes, ni siquiera viendolo, se arrepintieron después, para creer en él».
La sentencia de Jesús es extremadamente grave. Afirma solemnemente que los publicanos y prostitutas son más fieles en el cumplimiento de la voluntad de Dios y llegarán más fácilmente al Reino de Dios que los sumos sacerdotes y ancianos del pueblo. ¿Cómo es posible? Porque media el arrepentimiento. Esta posibilidad está abierta a todos, incluso a esos sumos sacerdotes. Pero ellos la rechazaron: «Ni siquiera viendolo, se arrepintieron». Y seguían sin arrepentirse. Lo demuestran rechazando a Jesús, el Hijo de Dios, el Salvador mismo. Lo rechazaron hasta el final: «Los sumos sacerdotes junto con los escribas y los ancianos se burlaban de él diciendo: "... Es Rey de Israel; que baje ahora de la cruz, y creeremos en él"» (Mt 27,41.42).
La parábola es una advertencia a los que son considerados fieles, piadosos y observantes. Pero no están dispuestos a aceptar que Dios conceda su gracia a otros y los llame a su servicio, no están dispuestos a aceptar que Dios pueda tener planes distintos de los suyos y se cierran a nuevas intervenciones de Dios en la historia.
Hemos dicho que lo importante es la obediencia a la voluntad de Dios. El único Hijo que dijo: «Sí, Señor» y cumplió fielmente la voluntad de su Padre es Jesús. A él debemos imitar, como nos exhorta San Pablo en la primera lectura: «Tengan entre ustedes los mismos sentimientos que Cristo Jesús, el cual,... se humilló a sí mismo, haciendose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz» (Fil 2,5.8).
Felipe Bacarreza Rodríguez
Obispo de Santa María de los Ángeles
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