Iglesia.cl - Conferencia Episcopal de Chile

Comentarios del Evangelio Dominical


Domingo 17 de Junio de 2018

Mc 4,26-34
Será predicado este Evangelio en el mundo entero

Nadie que conozca el Evangelio, aunque sea superficialmente, ignora que Jesús a menudo expuso su enseñanza por medio de parábolas. En el Evangelio de este Domingo XI del tiempo ordinario leemos dos de esas parábolas. Ambas tienen como objetivo explicar un aspecto del Reino de Dios y ambas tienen como punto de comparación la semilla.

La primera de esas parábolas comienza así: «El Reino de Dios es como un hombre que esparce la semilla en la tierra...». La otra comienza así: «(El Reino de Dios) es como un grano de mostaza que, cuando se siembra en la tierra, es más pequeño que todas las semillas sobre la tierra...». Podemos afirmar que la realidad de la semilla producía en Jesús cierta fascinación. De hecho, la usa en otras dos parábolas: «Salió el sembrador a sembrar... El sembrador siembra la Palabra...» (Mc 4,3.14). También: «El Reino de los Cielos es semejante a un hombre que sembró buena semilla en su campo. Pero, mientras su gente dormía, vino su enemigo, sembró encima cizaña entre el trigo, y se fue» (Mt 13,24-25). Usa la imagen de la semilla también para describir su propia misión: «En verdad, en verdad les digo: si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto» (Jn 12,24). También San Pablo recurre a la imagen de la semilla para explicar la resurrección: «Lo que tú siembras no revive si no muere. Y lo que tú siembras no es el cuerpo que va a brotar, sino un simple grano, de trigo, por ejemplo, o de alguna otra planta. Y Dios le da un cuerpo a su voluntad: a cada semilla un cuerpo propio... Así también en la resurrección de los muertos: se siembra corrupción, resucita incorrupción...» (1Cor 15,36-38.42).

Con la primera de las parábolas que leemos hoy Jesús quiere enseñar que el crecimiento del Reino de Dios no es obra del ser humano; se produce por su propia virtud: «(El sembrador) duerma o se levante, de noche o de día, el grano brota y crece, sin que él sepa cómo. La tierra da el fruto por sí misma; primero hierba, luego espiga, después trigo abundante en la espiga». Afirma que el crecimiento del Reino de Dios es imprevisible para el ser humano: «Crece sin que él (el sembrador) sepa cómo», y que no depende de él: «La tierra da el fruto por sí misma (lit. automáticamente)». El sembrador tiene, sin embargo, una tarea importante que hacer. Él debe preparar el terreno y sembrar. Lo dice también San Pablo: «Yo planté, Apolo regó; pero fue Dios quien dio el crecimiento. De modo que ni el que planta es algo, ni el que riega, sino Dios que hace crecer» (1Cor 3,6-7). Si la expresión «Reino de Dios» es la presencia salvadora de Cristo en el mundo, entonces, nuestra misión es anunciar a Cristo con el mayor fervor y celo apostólico posibles. Si lo hacemos así, podemos estar seguros de que la conversión interior de las personas, que es obra exclusiva de Dios, se producirá indefectiblemente, aunque de manera misteriosa, sin que nosotros sepamos cómo. En efecto, ¿quién puede conocer la acción de la gracia divina en el interior de cada persona?

Con la segunda parábola Jesús también quiere destacar el crecimiento del Reino de Dios. Pero esta vez el acento está puesto en la magnitud de dicho crecimiento: desde un grano de mostaza, que «es más pequeño que todas las semillas sobre la tierra» hasta convertirse en un arbusto que «echa ramas tan grandes que las aves del cielo anidan a su sombra». Esa parábola es también una admirable profecía. Nadie puede discutir que los orígenes del cristianismo fueron extremadamente humildes, tanto que su propio Fundador fue rechazado por su pueblo y crucificado, después de haber sido abandonado por sus propios seguidores. ¿Quién podría imaginar que tendría el desarrollo posterior que tuvo? Tenía plena razón el fariseo Gamaliel, que respecto de los apóstoles de Cristo, pronuncia en el sanedrín (el tribunal judío) este consejo: «“Israelitas, miren bien lo que van a hacer con estos hombres. Porque hace algún tiempo se levantó Teudas, que pretendía ser alguien y que reunió a su alrededor unos cuatrocientos hombres; fue muerto y todos los que lo seguían se disgregaron y quedaron en nada. Después de éste, en los días del empadronamiento, se levantó Judas el Galileo, que arrastró al pueblo en pos de sí; también éste pereció y todos los que le habían seguido se dispersaron. Les digo, pues, ahora: desentiendanse de estos hombres y dejenlos. Porque si este designio o esta obra es de los hombres, se destruirá; pero si es de Dios, ustedes no podrán destruirlos. No sea que se encuentren luchando contra Dios”. Y aceptaron su parecer» (Hech 5,35.38-39).

Con estas parábolas de crecimiento Jesús quiere responder a una duda respecto de Él que debía estar presente en la mente de sus discípulos: Si Él es el Cristo, el Salvador del mundo, ¿por qué no lo siguen los grandes del mundo y sólo se hace rodear por pescadores de Galilea y otra gente sencilla? Jesús responde que la comunidad de sus seguidores es muy pequeña en sus orígenes –como un grano de mostaza–, pero que crecerá, sin que se sepa cómo, hasta llenar el mundo. Es un mensaje de mucha esperanza. Ningún poder humano ha podido detener el crecimiento de la Iglesia de Cristo en la historia. Al contrario, entre más ha sido perseguida, más ha crecido. Jesús predijo este crecimiento también con sentencias explícitas. En efecto, hablando sobre el fin del mundo, dice: «Será predicado este Evangelio del Reino en el mundo entero, para testimonio ante todas las naciones. Y entonces vendrá el fin» (Mt 24,14). Demuestra que Jesús tiene un designio universal de salvación por medio del Evangelio. El cumplimiento de este objetivo –predicar el Evangelio al mundo entero, ante todas las naciones– es la misión que encomendó Jesús a sus discípulos: «Hagan discípulos a todas las naciones» (Mt 28,19). Jesús indica la predicación del Evangelio al mundo entero como uno de los signos del fin del mundo. En buena medida se ha cumplido.

Felipe Bacarreza Rodríguez
Obispo de Santa María de los Ángeles