Iglesia.cl - Conferencia Episcopal de Chile

Comentarios del Evangelio Dominical


Domingo 05 de Enero de 2020

Mt 2,1-12
Cuando llegó la plenitud del tiempo, envió Dios a su Hijo

La Solemnidad de la Epifanía del Señor, cuyo día propio es el 6 de enero, se traslada en nuestro país al domingo anterior. El Evangelio de este Domingo es, por tanto, el propio de la Epifanía, que nos relata la venida de unos magos de Oriente que llegan a Jerusalén buscando al Niño Jesús para adorarlo. Esta Solemnidad recibe el nombre griego «epifanía», que significa «manifestación», porque Dios no quiso que el nacimiento de su Hijo quedara totalmente oculto y lo manifestó por medio de una estrella a esos magos (astrólogos) de Oriente.

El Evangelio comienza informando al lector sobre dos circunstancias que hasta ahora el evangelista no ha mencionado, a saber, el lugar y el tiempo del nacimiento de Jesús: «Nacido Jesús en Belén de Judea en los días del Rey Herodes...». Jesús es un personaje histórico y como tal debe ser ubicado por esas dos coordenadas. Estas dos circunstancias son esenciales para el relato que sigue.

Detengamonos, en primer lugar, en el tiempo: «En los días del Rey Herodes». No es una indicación muy precisa. ¿Cuáles son esos días? Hay consenso entre los historiadores en que Herodes el Grande gobernó en Israel entre los años 37 y 4 antes de Cristo. ¿Cómo puede ser esto? Según esto, si admitimos que el nacimiento de Jesús divide el tiempo en antes y después, Herodes habría muerto cuatro años antes de que Jesús naciera. La idea de dividir el tiempo en antes y después del nacimiento de Cristo es acertada, pues nada más importante ha ocurrido en la historia humana. No sólo esto, sino que el nacimiento de Cristo dio a la historia humana una dimensión nueva: Dios mismo hecho hombre se hizo parte de ella dando a todo su verdadero sentido. El que ubicó el centro de la historia en el nacimiento de Cristo y conforme a ese evento hizo una cronología nueva fue un monje llamado Dionisio el Exiguo a comienzos del siglo VI d.C. (Dionisio murió antes del año 544 d.C.). Antes de esta cronología de Dionisio, el tiempo se computaba en relación con la fundación de Roma. Según la cronología anterior, Jesús nació en el año 754 de la fundación de Roma. A pesar de su gran sabiduría y erudición, Dionisio cometió un error. En efecto, si hemos de afirmar que en este momento estamos en el año 2020, según la cronología de Dionisio, que pronto se impuso, y que Jesús debió nacer antes de la muerte de Herodes, entonces, su nacimiento hay que fijarlo antes del año 4 a.C.

«Llegaron a Jerusalén unos magos de Oriente diciendo: “¿Dónde está el dado a luz Rey de los Judíos?, pues vimos su estrella en Oriente y hemos venido a adorarlo”». Hemos usado un verbo distinto de «nacer», usado más arriba, porque el mismo evangelista lo hace y usa aquí el verbo griego «tekein» en voz pasiva, el mismo que usa en voz activa, cuando cita las palabras del ángel del Señor a José: «Ella (María, tu esposa) dará a luz un hijo... Él salvará a su pueblo de sus pecados» (Mt 1,21). Nadie puede salvar del pecado, excepto Dios. Por eso, el Niño deberá llamarse «Jesús» (Dios salva) y su Madre merece el título «Theo-tokos»: la que da a luz a Dios, Madre de Dios. Los magos vienen desde muy lejos «a adorarlo», actitud que el evangelista aprueba indicando, también por este camino, la identidad de ese Niño, pues era mandamiento severo para un judío no postrarse sino ante el único Dios: «Escucha, Israel, el Señor nuestro Dios, es el único Señor... No habrá para ti otros dioses... No te postrarás ante ellos» (Deut 6,4; 5,7.9).

Siguiendo con la coordenada del tiempo, leemos en el Evangelio: «Herodes llamó aparte a los magos y por sus datos precisó el tiempo de la aparición de la estrella». Con esta información, que todavía no sabemos cuál es, Herodes no pudiendo acceder al Niño, tomó la medida criminal, que lo hace tristemente famoso: «Herodes... mandó matar a todos los niños de Belén y de toda su comarca, de dos años para abajo, según el tiempo que había precisado por los magos» (Mt 2,16). Ahora sabemos que la estrella había aparecido dos años antes y que los magos tomaron todo ese tiempo en discernir su significado y en llegar a su destino. También Herodes calculó que el Niño, a quien los magos llaman «Rey de los judíos», había nacido en ese rango de tiempo. Si suponemos que Herodes murió ese mismo año, entonces el Niño nació entre el año 6 y el 4 a.C. Según San Pablo, «cuando llegó la plenitud del tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer» (Gal 4,4).

Más clara es la coordenada del lugar. Mateo lo dice de entrada: «Nació en Belén de Judea». Pero, además, quiere afirmar algo que interesa particularmente a este evangelista; que se cumplen en Jesús las profecías. Todos sabían en Israel, incluido Herodes, que Dios había prometido a su pueblo un Salvador que sería Ungido (Cristo), como David, y que heredaría su trono. Pero no llegaba a tanto el conocimiento de los profetas, que tenía Herodes, como para saber el lugar en que tenía que nacer y responder a los magos, que preguntan eso: «¿Dónde está?». Sabe, sin embargo, Herodes a quien recurrir: «Convocó a todos los sumos sacerdotes y escribas del pueblo, y por ellos se estuvo informando del lugar donde había de nacer el Cristo». Y ellos dan la respuesta correcta, citando al profeta Miqueas 5,1: «En Belén de Judea, porque así está escrito por medio del profeta: “Y tú, Belén, tierra de Judá, no eres, de ninguna manera, el menor entre los jefes de Judá; porque de ti saldrá un jefe que apacentará a mi pueblo Israel». Esta profecía sirvió a los magos para precisar el lugar donde encontrar al Niño cuyo nacimiento había sido manifestado a todo el universo por medio de una estrella que apareció en el cielo.

Cuando salieron de la presencia de Herodes, vieron nuevamente la estrella que los guió hasta el Niño: «Al ver la estrella se llenaron de inmensa alegría». Podemos suponer, que, en el camino hacia Jesús, pasaron por un momento de oscuridad, como ocurre en la vida de todo cristiano, y que debieron recurrir con más dedicación a la Palabra de Dios. Superado ese momento, todo fue nuevamente claridad. Cumplieron su objetivo de adorar a ese Niño: «Vieron al Niño con María su madre y, postrandose, lo adoraron; abrieron luego sus cofres y le ofrecieron dones de oro, incienso y mirra». La oscuridad, que ya habían superado, los fortaleció para superar la humilde apariencia de ese Niño y adorarlo como a Dios, hecho hombre, como queda significado en sus dones: incienso como a Dios, oro como a un rey y mirra como a quien debe ser sepultado. Fue manifestado a ellos el misterio de Cristo, que ciertamente dio sentido a sus vidas. En esta celebración de la Epifanía todos los cristianos debemos pedir que también a nosotros nos manifieste Dios a su Hijo Jesucristo como el único en quien podemos tener la salvación.

Felipe Bacarreza Rodríguez
Obispo de Santa María de los Ángeles