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Comentarios del Evangelio Dominical


Domingo 03 de Mayo de 2020

Jn 10,1-10
Yo he venido para que tengan vida

El Domingo IV de Pascua se llama también «Domingo del Buen Pastor», porque en él se lee, en cada uno de los ciclos A, B y C, una parte respectivamente del Capítulo X del Evangelio de Juan, que se caracteriza por la analogía del Buen Pastor, usada por Jesús, para describir su propia misión. En este Capítulo encontramos dos veces la sentencia de Jesús: «Yo soy el buen Pastor» (Jn 10,11.14). Esta analogía es tan importante, que describe toda la actividad de los enviados por Jesús a continuar su misma misión, empezando por Pedro. En efecto, en el Evangelio de Juan, Jesús retoma esa analogía, en su capítulo conclusivo, pero ahora referida a la misión de Pedro: «Apacienta mis corderos... pastorea mis ovejas... apacienta mis ovejas» (Jn 21,15.16.17). Por este motivo, el Domingo IV de Pascua, desde hace 57 años, ha sido declarado Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones al sacerdocio.

Dado que este año estamos en el ciclo A de lecturas, leemos hoy la primera parte del capítulo X de Juan. En esta primera parte todavía no aparece la analogía del buen Pastor. Jesús usa, sin embargo, otra analogía referida a su misión, que, en este caso, es exclusiva: «Yo soy la puerta de las ovejas». Esta misión no la comparte con otros; pertenece sólo a Él.

Comienza el Capítulo con unas palabras que para los discípulos fueron enigmáticas: «En verdad, en verdad les digo: el que no entra por la puerta en el redil de las ovejas, sino que escala por otro lado, ése es un ladrón y un salteador; pero el que entra por la puerta es pastor de las ovejas». Es obvio. Pero, ¿por qué lo dice? Nosotros, que conocemos la continuación del capítulo, inmediatamente, pensamos que al decir Jesús: «Pastor de las ovejas», se está refiriendo a sí mismo. Él sería, entonces, quien entra por la puerta del redil. Tanto más que Jesús continúa con esa escena pastoril, muy familiar para un pueblo, como el de Israel, que tenía tradición de pastores. El mismo gran rey David era pastor y desde este oficio lo llamó Dios. Jesús sigue: «A éste –al pastor de las ovejas– le abre el portero, y las ovejas escuchan su voz; y a sus ovejas las llama una por una y las saca fuera... las ovejas lo siguen, porque conocen su voz. Pero no seguirán a un extraño...». Cuando un pastor quiere reunir a sus ovejas, que están en el monte, mezcladas con las de otros apriscos, basta que las llame y las suyas reconocen su voz y acuden al llamado, mientras las otras ignoran ese llamado. Ese es el proceder de las ovejas, sin duda; pero los discípulos siguen sin entender a qué viene. No saben aún que es una comparación, una «parábola».

«Jesús les dijo esta parábola, pero ellos no comprendieron lo que les hablaba». Nosotros, en cambio, como dijimos, creemos entender y estamos pensando que el pastor de las ovejas, a quien ellas escuchan y siguen, es Jesús. Pero nos asalta una duda: si se trata de una parábola –una comparación–, ¿quién sería el portero, el que discierne al que es pastor de las ovejas y le da la entrada al redil? Jesús da un paso más y resuelve todas las dudas: «Yo soy la puerta de las ovejas». Habríamos esperado que dijera: «Yo soy el portero de los pastores», es decir, quien discierne quien es verdadero pastor y quien no lo es.

En realidad, su explicación nos convence plenamente: «Yo soy la puerta; si uno entra por mí, estará a salvo; entrará y saldrá y encontrará pasto». No hay ninguna posibilidad de estar a salvo y encontrar pasto, sino por medio de Jesús. Más tarde, Jesús será más explícito y también, si se puede, más absoluto: «Yo soy el camino... Nadie va la Padre, sino por mí» (Jn 14,6).

Esta parábola tan clara parece tener intercaladas expresiones que pertenecen a la parábola siguiente, que caracteriza al capítulo: «Yo soy el buen pastor». En efecto, pertenecen a esa parábola estas expresiones: «Todos los que han venido delante de mí son ladrones y salteadores; pero las ovejas no los escucharon... El ladrón no viene más que a robar, matar y destruir. Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia». Sigue la sentencia: «Yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas» (Jn 10,11).

Jesús comienza con estas comparaciones a raíz de un hecho real. Acaba de devolver la vista a un ciego (Capítulo IX) y, cuando este ciego resiste la sentencia de los fariseos, que decían de Jesús: «Nosotros sabemos que ese hombre es un pecador» (Jn 9,24), fue expulsado de la sinagoga, que equivalía a la muerte religiosa y civil. Entonces Jesús lo busca, lo encuentra y lo introduce en la comunidad de sus seguidores: «Jesús se enteró de que lo habían expulsado y, encontrándose con él, le dijo: “¿Tú crees en el Hijo del hombre?”. Él respondió: “¿Y quién es, Señor, para que crea en Él?”. Jesús le dijo: “Lo has visto; el que está hablando contigo, ése es”. Él, entonces, dijo: “Creo, Señor”. Y se postró ante Él» (Jn 9,35-38). Entró al rebaño por la puerta. En este contexto Jesús quiere decir que aquellos fariseos no son verdaderos pastores, porque no entran a través de Él y, por tanto, por medio de ellos no reciben vida las ovejas; ellos corresponden a la categoría de «los que escalan por otro lado». A ellos se refiere Jesús cuando dice: «Todos los que han venido antes que Yo son ladrones y salteadores; pero las ovejas no los escucharon... Ellos han venido para matar, robar y destruir». Así es todo el que no entra por la puerta, que es Jesús.

Subrayamos la frase conclusiva, con la cual Jesús expresa brillantemente su misión: «Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia». Esta sentencia deberíamos conocerla bien todos los cristianos y tenerla presente especialmente en este tiempo en que nuestra patria y todo el mundo se siente bajo la amenaza de muerte por causa del Covid-19. No nos hemos vuelto a Jesús para tener vida; más bien nos hemos olvidado de Él. Podemos pasar todo el día escuchando noticias, hasta el agotamiento, en todos los medios sobre el desarrollo de la pandemia y sobre el modo de combatirla sin escuchar ninguna mención del único que es fuente de vida y vida en abundancia. En gran medida hemos dejado fuera de esta discusión a aquel de quien se dice: «En Él estaba la Vida» (Jn 1,4).

Felipe Bacarreza Rodríguez
Obispo de Santa María de los Ángeles