Iglesia.cl - Conferencia Episcopal de Chile

Comentarios del Evangelio Dominical


Domingo 20 de Junio de 2021

Mc 4,35-41
¡Señor, sálvanos, que perecemos!

El Evangelio de este Domingo XII del tiempo ordinario nos relata el episodio en que Jesús calma con su palabra la fuerte tormenta de viento que se alzó en el lago, mientras atravesaba en la barca con sus discípulos. Este episodio nos ofrece una ocasión para comprender la relación entre los Evangelios de Marcos, Mateo y Lucas, llamados «sinópticos», porque dadas sus semejanzas, pueden ser dispuestos en tres columnas paralelas que se abarquen de una mirada –«synopsis»– y puedan compararse.

Cuando Jesús concluyó su enseñanza en parábolas, el evangelista Marcos aclara: «Les anunciaba la Palabra con muchas parábolas como éstas, según podían entenderle; no les hablaba sin parábolas; pero a sus propios discípulos se lo explicaba todo en privado» (Mc 4,33-34). Es una conclusión de la enseñanza de Jesús en ese día. El evangelista continúa: «Les dice, aquel mismo día, llegada la tarde: “Atravesemos a la otra orilla”». En el cumplimiento de esta orden incluye un detalle sobre Jesús difícil de entender: «Y dejando a la multitud, lo llevan como estaba, en la barca; y otras barcas estaban con Él».

Para entender «cómo estaba» Jesús es necesario remontar al comienzo del Capítulo IV, que, con este episodio, está concluyendo: «Comenzó a enseñar a orillas del mar. Y se reunió junto a Él tanta gente, que, habiendo subido a una barca, se sentó, en el mar; y toda la gente estaba en tierra junto al mar» (Mc 4,1). Y había también otros que escuchaban su palabra desde otras barcas junto a la que Jesús subió con sus discípulos. Por tanto, cuando Jesús da a sus discípulos la orden de pasar a la otra orilla, ya estaba en la barca, y había también otras barcas, y parten hacia la orilla opuesta, sin que Él descienda de ella.

«Se levantó una gran tormenta de viento y las olas rompían contra la barca, de manera que ya se llenaba la barca». Antes de decirnos cómo reaccionan los discípulos, el evangelista nos dice la situación de Jesús: «Él estaba en popa, sobre una almohada, durmiendo». Es la expresión de la máxima serenidad. Se explica que Jesús duerma por el cansancio de todo un día de enseñanza. Los discípulos, en cambio, no obstante ser pescadores y conocedores de ese lago, están presa del miedo de perecer y no entienden la calma de Jesús: «Lo despiertan y le dicen: “Maestro, ¿no te importa que perezcamos?”». No lo despiertan porque confíen en que Él puede salvarlos del peligro, sino porque no toleran su calma. La pregunta contiene un reproche contra Jesús; le atribuyen estar indiferente por la suerte de ellos. Jesús no se ofende por ese injusto reproche ni se detiene en él, sino que pasa a la acción, que demuestra cuán errados estaban en su suposición: «Despertado, increpó al viento y dijo al mar: “Calla, enmudece”. El viento cesó y sobrevino una gran calma». Quedó en evidencia, que, estando Jesús sobre esa barca, los discípulos no debían tener miedo. Y es lo que Jesús les enseña: «¿Por qué están tan miedosos? ¿Aún no tienen fe?». Habiendolo visto sanar enfermos y expulsar demonios, purificar leprosos y perdonar pecados, Jesús esperaba que, estando Él con ellos, no tuvieran miedo a las fuerzas naturales. Jesús demostró tener poder sobre el viento y el mar. Es un poder que sólo Dios tiene. Si antes habían tenido «miedo» a las fuerzas naturales, ahora que todo está en calma, ya no tienen miedo. Pero, visto el poder de Jesús, «temieron con gran temor». Comprenden que ese poder no pertenece sino a Dios y experimentan lo que es natural en el ser humano ante la divinidad: el temor. El temor sigue a la captación de la presencia de Dios y es, por tanto, un don del Espíritu Santo. Si antes habían preguntado ante la actuación de Jesús: «¿Quien es este, que hasta los espíritus inmundos obedecen?» (cf. Mc 1,27), ahora preguntan: «¿Quién es este, que hasta el viento y el mar obedecen?». La respuesta es clara: «Él es quien los creó».

Decíamos al comienzo que este episodio nos permite comprender la relación entre los Evangelios sinópticos. En efecto, en el relato de Mateo, para presentar a los discípulos en una mejor luz, evita el reproche a Jesús que encierra la pregunta de ellos y pone en boca de ellos un grito que revela más bien la confianza en su poder y que debemos dirigir todos a Jesús en momentos de dificultad: «Lo despertaron diciendo: “¡Señor, salvanos, que perecemos!”» (Mt 8,25). Por su parte Lucas tiene la misma preocupación que Mateo: «Lo despertaron, diciendo: “¡Maestro, Maestro, que perecemos!”» (Lc 8,24). Basandose en pasos como éste, la ciencia bíblica ha concluido que Mateo y Lucas, en el momento de escribir sus respectivos Evangelios disponían del Evangelio de Marcos y lo usan según su propia visión. Es conveniente tener en cuenta esta conclusión, porque un paso previo para comprender lo que Dios nos quiere decir con las palabras de los hagiógrafos (los escritores sagrados) es comprender lo que el hagiógrafo mismo quiere significar con sus palabras. Este paso previo exige el estudio de la lengua y del contexto en que escribió cada autor sagrado. Quienes han querido captar lo que Dios nos quiere decir, saltandose este paso previo, han incurrido en el error de proyectar su propia mente sobre la Palabra de Dios y de esta manera hacerla decir lo que cada uno quiere y no siempre lo que Dios quiere.

Apreciamos la veneración hacia los apóstoles que Mateo y Lucas revelan y la compartimos plenamente. Ellos son grandes santos y las columnas sobre las cuales Jesús fundó su Iglesia. Pero la visión que nos ofrece Marcos es preciosa. En efecto, es un impresionante testimonio de que esos hombres se preocuparon más de la verdad que de su propio prestigio. El Evangelio de Marcos recoge la predicación de Pedro en Roma y vemos así que Pedro, no obstante ser la Piedra sobre la cual Jesús fundó su Iglesia, no hace valer su virtud, sino más bien su debilidad, y, ya convertido, pone toda su confianza en Dios, tal como le había dicho Jesús: «Una vez convertido, confirma a tus hermanos» (Lc 22,32).

Hoy día el mundo, en medio de la pandemia que la azota, se encuentra como esos discípulos en medio del lago azotados por la tormenta. Iluminados por este Evangelio, debemos recurrir a Jesús en la firme fe de que todo está bajo su poder y que todo lo que acontece es para bien de quienes lo aman (cf. Rom 8,28).

Felipe Bacarreza Rodriguez
Obispo de Santa María de los Ángeles