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Comentarios del Evangelio Dominical


Domingo 17 de Octubre de 2021

Mc 10,35-45
Tener comunión con los padecimientos de Cristo

El Evangelio de este Domingo XXIX del tiempo ordinario propone una enseñanza de Jesús ya entregada a los Doce anteriormente y entregada en circunstancias muy similares; pero, como queda en evidencia, no asimilada.

En efecto, poco antes, caminando a solas con ellos, Jesús les anunció por segunda vez: «El Hijo del hombre será entregado en manos de los hombres; lo matarán y a los tres días de haber muerto resucitará» (Mc 9,31). Ellos mantuvieron reticencia sobre este tema, pero comenzaron, en cambio, a discutir por el camino quién de ellos era el mayor. Llegados a Cafarnaúm, «Jesús se sentó (signo de que sigue una enseñanza seria), llamó a los Doce, y les dijo: “Si uno quiere ser el primero, sea el último de todos y el servidor de todos”» (Mc 9,35).

El Evangelio de este Domingo empieza con una petición de los hermanos Santiago y Juan, que se acercan a Jesús para decirle: «Concedenos que nos sentemos en tu gloria, uno a tu derecha y otro a tu izquierda». No se refieren a su Gloria celestial; se refieren al triunfo de Jesús en este mundo, que esperan que Él tenga como el Ungido del Señor (como Cristo): «El Señor Dios le dará el trono de David, su padre, y reinará sobre la casa de Jacob para siempre» (Lc 1,32.33). En el lugar paralelo, Mateo interpreta la petición correctamente, poniendola, sin embargo, en boca de la madre de los hermanos: «Di que estos dos hijos míos se sienten uno a tu derecha y otro a tu izquierda en tu reino» (Mt 20,21). La petición no puede ser más inoportuna, porque, como decíamos, Jesús acaba de anunciar su pasión por tercera vez, siempre en términos más claros: «Jesús tomó otra vez a los Doce y comenzó a decirles lo que le iba a suceder: “Miren que subimos a Jerusalén, y el Hijo del hombre será entregado a los sumos sacerdotes y a los escribas; lo condenarán a muerte y lo entregarán a los gentiles, y se burlarán de Él, lo escupirán, lo azotarán y lo matarán, y a los tres días resucitará”» (Mc 10,32-34). ¡No era el momento de pretender puestos de honor en este mundo!

Jesús, reaccionando con infinita paciencia, les dice: «No saben lo que piden», por no decirles que están completamente errados. ¿Qué tendrían que haber pedido? Después del tercer anuncio de la pasión de Jesús, su petición debió haber sido esta otra: «Concedenos beber el cáliz que Tú vas a beber y ser bautizados con el bautismo con que Tú vas a ser bautizado». El cáliz a beber es imagen de una muerte violenta y el bautismo con que se ha de ser bautizado es imagen de la inmersión total en la angustia y el dolor. Esto es lo que anhelaba San Pablo: «La comunión en sus padecimientos hasta hacerme semejante a Él en su muerte, tratando de llegar a la resurrección de entre los muertos» (Fil 3,10-11). Esto es lo que debemos anhelar todos.

Cuando Jesús les pregunta, si ellos pueden seguirlo en su misma suerte, los dos discípulos responden: «Sí, podemos». Entonces Jesús los recompensa con esta extraordinaria promesa: «El cáliz que Yo bebo ustedes lo beberán y con el bautismo con que Yo soy bautizado serán bautizados ustedes». Ellos entendieron esta promesa después de la muerte y resurrección de Cristo y ciertamente se alegraron de que se cumpliera en ellos. En los Hechos de los Apóstoles leemos: «Por aquel tiempo el rey Herodes echó mano a algunos de la Iglesia para maltratarlos. Hizo morir por la espada a Santiago, el hermano de Juan» (Hech 12,1-2).

Vemos que el afán de poder produce siempre división y antagonismos. La lucha por el poder se introdujo entre los mismos doce discípulos elegidos por Jesús: «Al oír esto los otros diez, empezaron a indignarse contra Santiago y Juan». Entonces Jesús interviene formulando una constante de este mundo: «Llamandolos, les dijo: “Ustedes saben que los que son considerados gobernadores de los pueblos, los dominan y sus grandes las oprimen con su poder”». Jesús había expresado el peligro de las riquezas –más fácil entra un camello por el ojo de una aguja, que un rico en el Reino de Dios (cf. Mc 10,25)– y ahora hace a sus discípulos la misma advertencia respecto al poder: «No así entre ustedes». La advertencia está hecha en tiempo presente, para acentuar su carácter absoluto. Entre los discípulos de Cristo debe excluirse toda lucha por el poder y todo afán de dominar a otros.

Jesús, que es un verdadero Maestro, sabe aprovechar las circunstancias para formular su enseñanza. En este caso, responde al anhelo de ser el más grande y el primero, que se había manifestado en los Doce: «El que quiera ser grande entre ustedes, sea el servidor de ustedes y el que quiera ser el primero entre ustedes sea el esclavo de todos». Es una enseñanza nueva. Para acogerla se necesita una mentalidad nueva, distinta de la que rige en el mundo. En efecto, el vino nuevo debe ser acogido en odres nuevos. ¿Cuál es esa mentalidad nueva que hay que tener? Es la de Jesús: «Pues el Hijo del hombre no vino a ser servido, sino a servir y a entregar su vida para redención de muchos».

Al considerar el Evangelio de este domingo y de los anteriores nos preguntamos: ¿Por qué el evangelista deja a los apóstoles tan «mal parados», insistiendo en que no entienden y mostrandolos movidos por pasiones humanas? Mateo intenta moderar esa visión poniendo esta petición de los primeros puestos en boca, no de los dos hermanos Santiago y Juan, sino en la de su madre; y Lucas omite el episodio del todo. Pero queda el hecho de que Marcos transmite esa visión. Y lo hace, porque esa es la verdad. Los apóstoles, no sólo no cumplieron con su compromiso de seguir a Jesús en su suerte, sino que, excepto «el discípulo amado» (que es anónimo), todos lo abandonaron en el momento de su pasión y muerte. Quiere Marcos, de esta manera, dejar claro que, si, luego, todos –excepto Judas– fueron santos mártires no fue por sus propios méritos, sino por la gracia concedida a ellos, por de la muerte y resurrección de Cristo y por el don del Espíritu Santo.

Uno de los misterios de la ciencia bíblica es el final del Evangelio de Marcos. Termina abruptamente: «Las mujeres salieron huyendo del sepulcro, pues un gran temblor y espanto se había apoderado de ellas, y no dijeron nada a nadie porque tenían miedo...» (Mc 16,8). Una mano anónima consideró, con razón, que el Evangelio no podía concluir así y agregó el relato de las apariciones de Jesús resucitado y el mandato apostólico universal. Pero el misterio de este fin de Marcos se une al misterio de su comienzo: «Principio del Evangelio de Jesucristo» (Mc 1,1). ¿Hasta dónde se prolonga el «principio» y dónde comienza el Evangelio propiamente tal? Es probable que Marcos tuviera la intención de escribir una segunda parte a su obra, que habría comenzado con las apariciones de Jesús resucitado a sus discípulos y el envío a anunciar y realizar la salvación. Este sería el Evangelio propiamente tal: anuncio y realización de la salvación. Así lo enseña el Concilio Vaticano II: «Así como Cristo fue enviado por el Padre, Él, a su vez, envió a los apóstoles, llenos del Espíritu Santo, no sólo a predicar el Evangelio a toda criatura… sino también a realizar la obra de la salvación que proclamaban, mediante el sacrificio y los Sacramentos…» (Sacrosanctum Concilium N. 6).

Felipe Bacarreza Rodríguez
Obispo de Santa María de los Ángeles