Iglesia.cl - Conferencia Episcopal de Chile

Comentarios del Evangelio Dominical


Domingo 14 de Noviembre de 2021

Mc 13,24-32
Entonces, verán venir al Hijo del hombre con gran poder y gloria

Según la revelación bíblica el tiempo comenzó cuando hubo algo material sujeto a cambio. Comenzó, por tanto, con la creación: «En el principio creó Dios el cielo y la tierra» (Gen 1,1). El relato de la creación sigue con los primeros siete días, la primera semana: «Dijo Dios: “Haya luz”, y hubo luz… Y atardeció y amaneció: día primero» (Gen 1,3.5). Según la revelación bíblica, el tiempo comenzó a correr con la creación –nadie puede decir cuánto ha corrido– y progresa linealmente hacia un punto final, sin jamás volver atrás y, menos aún, al punto inicial. Si nosotros, en nuestro modo de entender la realidad, no fueramos tributarios de la revelación bíblica, estaríamos condenados a entender el tiempo de manera cíclica, de manera que, después de un ciclo, todo vuelve al punto inicial, para recomenzar desde cero; y esto, una infinidad de veces, careciendo así la historia de todo sentido. La Biblia, por el contrario, nos revela que el tiempo tuvo un principio y se dirige a un fin. El Evangelio de este Domingo XXXIII del tiempo ordinario es una página fundamental en la historia de la humanidad, pues en ella se nos revela el fin hacia el cual se dirige el tiempo y toda la historia humana.

El Capítulo XIII del Evangelio de Marcos contiene el discurso de Jesús, llamando «discurso escatológico» (discurso sobre el fin). Ante el asombro de sus discípulos, Jesús ha declarado que del admirable Templo de Jerusalén «no quedará piedra sobre piedra que no sea derruida» (Mc 13,2). Y, a la pregunta de sus discípulos sobre «el signo de que todas estas cosas están para cumplirse», Jesús anuncia que vendrán muchos usurpando su Nombre y que habrá guerras entre las naciones, y terremotos y persecuciones contra los discípulos; pero agrega: «No es aún el fin» (Mc 13,7). Y formula un primer signo: «Es necesario que antes sea anunciado el Evangelio a todas las naciones» (Mc 13,10). Anuncia a sus discípulos grandes tribulaciones: «En aquellos días habrá una tribulación cual no la hubo desde el principio de la creación, que hizo Dios, hasta el presente, ni la volverá a haber» (Mc 13,19). Pero aún no nos ha revelado cuál será el fin. Lo hace, a continuación, donde comienza el Evangelio de este domingo.

«Después de aquella tribulación, el sol se oscurecerá, la luna no dará su resplandor, las estrellas irán cayendo del cielo, y las fuerzas que están en los cielos serán sacudidas». Cualquiera de esos fenómenos acabaría inmediatamente con la tierra y con todo lo que hay en ella. En efecto, el sol es una bola de fuego aproximadamente un millón de veces más grande que la tierra. Si llegara a oscurecerse, la tierra se congelaría y acabaría toda vida en ella. Pero todo esto es sólo un anuncio del evento final, que es expresado con estas palabras: «Entonces, verán al Hijo del hombre venir entre nubes con gran poder y gloria». ¡Este es el evento final! Es una revelación. Ninguna mente humana podría descubrirlo. Conocen este desenlace solamente quienes tienen fe en la Palabra de Jesús.

«Hijo del hombre» es la expresión que usó Jesús para referirse a sí mismo. Él vino por primera vez en la pobreza de un pesebre, como un Niño pequeño y débil, en el punto central de la historia (no cronológica, sino en importancia): «Cuando vino la plenitud del tiempo, envió Dios a su Hijo nacido de mujer» (Gal 4,4). Su venida final, en cambio, será «con gran poder y gloria» y todos lo verán, porque será «como un relámpago fulgurante que brilla de un extremo a otro del cielo» (Lc 17,24).

A nosotros nos interesa saber cuál será la suerte de la humanidad. Vinculado a ese evento final, Jesús anuncia el destino del ser humano: «Entonces, enviará a los ángeles y reunirá de los cuatro vientos a sus elegidos, desde el extremo de la tierra hasta el extremo del cielo». La expresión «desde el extremo de la tierra hasta el extremo del cielo» cubre todo el espacio en su dimensión horizontal y vertical. Toda nuestra preocupación debe ser, entonces, contarnos entre esos «elegidos».

Al revelar de esa manera el fin, Jesús cuenta con que sus discípulos conocen la profecía de Daniel, que anunciaba el fin de esta manera: «Entonces, se salvará tu pueblo: todos los inscritos en el libro. Muchos de los que duermen en el polvo despertarán: unos para vida eterna, otros para el oprobio, para el horror eterno» (Dan 12,1-3). Jesús declara solemnemente la firmeza de esta revelación con una expresión proverbial: «El cielo y la tierra pasarán, pero mis Palabras no pasarán».

Conocemos el evento final, que interesará a todos los seres humanos, los que estén vivos y los que hayan muerto –los que duermen en el polvo– desde Adán. La pregunta siguiente es: «¿Cuándo?». Jesús responde a esta pregunta por medio de una parábola, que, sin embargo, no permite fijar una fecha precisa: «De la higuera aprendan esta parábola: cuando ya sus ramas están tiernas y brotan las hojas, ustedes saben que el verano está cerca. Así también, cuando vean que sucede esto, sepan que Él está cerca, a las puertas». Jesús ha indicado, como previo al fin, «el anuncio del Evangelio a todas las naciones». Dada la globalización y los potentes medios de transporte y de comunicación actuales, podemos considerar ese objetivo está cumplido, puesto que hoy todo ser humano puede acceder al Evangelio desde cualquier punto de la tierra. Indicó, además de la persecución contra sus discípulos, el oscurecimiento del sol y su efecto sobre la tierra. Tal vez podamos ver este indicio en los trastornos ecológicos que se observan hoy en distintos puntos de la tierra.

Pero, respecto al momento preciso, declara: «Sobre aquel día y hora, nadie sabe nada, ni los ángeles en el cielo, ni el Hijo, sino sólo el Padre». Es claro que el Hijo, siendo verdadero Dios, consustancial al Padre, nada puede ignorar. La expresión «ni el Hijo» no significa que Él ignore el momento de su venida gloriosa, tanto más que Él mismo ha declarado: «El Padre ama el Hijo y ha puesto todo en su mano» (Jn 3,35); significa que no tiene mandato de su Padre de revelarlo (cf. Catecismo N. 474). Por eso, la continuación es un llamado a estar siempre preparados: «Estén atentos y velen, porque no saben cuándo será el momento» (Mc 13,33).

Felipe Bacarreza Rodríguez
Obispo de Santa María de los Ángeles