Iglesia.cl - Conferencia Episcopal de Chile

Comentarios del Evangelio Dominical


Domingo 21 de Noviembre de 2021

Jn 18,33-37
He nacido y he venido al mundo para dar testimonio de la verdad

Celebra la Iglesia este domingo la Solemnidad de «Jesucristo, Rey del Universo», con la cual culmina el año litúrgico. Hemos leído este año el Ciclo B de lecturas, caracterizado por el Evangelio de Marcos. Pero en este último domingo nos propone la liturgia la escena del juicio de Jesús ante el gobernador romano Pilato, tomada del Evangelio de Juan.

Después de arrestar a Jesús en el Huerto de los Olivos, lo llevaron, primero, a casa de Anás; luego, lo llevaron a casa de Caifás, que ere el Sumo Sacerdote ese año; y desde allí, dado que a los judíos no les era permitido dictar sentencia de muerte, lo llevaron al pretorio ante Pilato. Cuando Pilato les dice: «Juzguenlo ustedes según la ley de ustedes», ellos respondieron, anticipando la sentencia que esperaban: «Nosotros no podemos dar muerte a nadie» (Jn 18,31). La sentencia de muerte tenía que emitirla Roma y la clase de muerte sería entonces la que daba el Imperio a los malhechores: la crucifixión. Por eso, el evangelista comenta: «Así se cumpliría lo que había dicho Jesús cuando indicó de qué muerte iba a morir» (Jn 18,32). Lo había dicho de manera velada: «“Y Yo, cuando sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí”. Decía esto para significar de qué muerte iba a morir» (Jn 12,32-33).

«Entonces Pilato entró de nuevo al pretorio y llamó a Jesús y le dijo: “¿Eres tú el Rey de los judíos?”». La pregunta parece incoherente, considerando que Jesús está atado ante Pilato, solo, habiendo sigo golpeado por un siervo de Anás y entregado al gobernador romano como un malhechor, es decir, lo más distinto posible de un rey. Jesús quiere saber, entonces, en qué sentido pregunta eso Pilato y, antes de responder, Él pregunta: «¿Dices eso por ti mismo, u otros te lo han dicho de mí?». Obviamente, Pilato no lo dice por sí mismo, porque Jesús, como hemos dicho, no se parece en nada a un rey de este mundo, y responde a su vez con una pregunta: «¿Soy acaso yo judío? Tu pueblo y los sumos sacerdotes te han entregado a mí. ¿Qué has hecho?». Ahora sabe Jesús el sentido de la pregunta. Sabe que se refiere a su entrada en Jerusalén, cuando la gente –«tu pueblo»– lo aclamaba diciendo: «¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en Nombre del Señor, el Rey de Israel!» (Jn 12,13). Jesús había querido entrar montado en un asno, que era, en el tiempo de David, la cabalgadura real. Después que Jesús fue glorificado, entendieron sus discípulos que de esa manera se cumplía en Él lo escrito: «No temas, hija de Sion; mira que viene tu Rey montado en un pollino de asna» (Jn 12,15; cf. Zac 9,9). El mismo pueblo, que quería ver a Jesús reinar como «Rey de Israel», en pocos días, ha cambiado de opinión y ahora lo entrega como un malhechor.

A la pregunta de Pilato: «¿Qué has hecho?», Jesús responde: «Mi Reino no es de este mundo». Y explica: «Si mi Reino fuera de este mundo mi gente habría combatido para que no fuese entregado». Los reinos de este mundo tienen un poder que es de este mundo, basado en la fuerza de las armas. Jesús no está negando que su Reino sea sobre este mundo. ¡Es sobre este mundo y sobre todo el universo! Pero no procede de este mundo: «Mi Reino no es de aquí». La expresión repetida: «De este mundo… de aquí», dice el origen. ¡Su Reino procede de Dios!

Ante esta respuesta, Pilato vuelve a preguntar, para cerciorarse de haber oído bien: «Entonces, ¿tú eres rey?». Ahora pregunta por su condición de Rey, pero sin limitación; atrás quedó el título «Rey de los judíos o Rey de Israel». Ahora se trata de un Reino que se extiende a toda la humanidad, como se deduce de la respuesta de Jesús en la cual declara solemnemente su condición de Rey: «Sí, como tú lo dices, soy Rey». Y lo explica afirmando su origen y su preexistencia: «Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo». Es lo que resume el evangelista en el comienzo de su Evangelio: «En el principio era la Palabra; y la Palabra estaba con Dios; y la Palabra era Dios… Y la Palabra se hizo carne, y puso su Morada entre nosotros, y hemos contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad» (Jn 1,1.14). Jesús vino al mundo de junto a su Padre y lo hizo por medio de un nacimiento virginal y santo, obra del Espíritu Santo: «No nació de carne ni de deseo de hombre, sino que nació de Dios» (Jn 1,13).

La expresión que define a la Palabra hecha carne: «Lleno de gracia y de verdad», es una forma literaria llamada «hendíadis» (una sola cosa por medio de dos). En este caso esa única cosa de la cual está llena la Palabra encarnada es la verdad: «Está llena de la gracia que es la Verdad». Lo declara Jesús cuando dice: «Yo soy la Verdad» (Jn 14,6).

Jesús no sólo declara ante Pilato que es Rey, sino también en qué sentido: «Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad». Él da testimonio de la verdad, simplemente manifestandose, porque Él es la Verdad. Su Reino se extiende a todos los que «son de la verdad»: «Todo el que es de la verdad, escucha mi voz». ¿Qué significa «ser de la verdad»? Significa hacer sintonizar la propia vida con Jesús en todo, asumir sus mismos pensamientos y su misma actitud ante todas las situaciones. Esto es lo que tan claramente había entendido San Alberto Hurtado, cuando recomendaba preguntarse en toda circunstancia, antes de actuar: «¿Qué habría hecho Cristo, si hubiera estado en mi lugar?». El que quiere acomodar su vida a la Verdad que es Cristo, hasta el punto de decir como San Pablo: «Nosotros tenemos la mente de Cristo» (1Cor 2,16), es quien lo acoge a Él como Rey, como Rey de la humanidad y del Universo. Esto es lo que le pedimos, cuando oramos, como Él nos enseñó: «Venga a nosotros tu Reino»

Felipe Bacarreza Rodríguez
Obispo de Santa María de los Ángeles