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Opinión / Cartas al Portal


Karadima como Cura

¿Sabía usted que el mayor castigo para un sacerdote es ser reducido al estado laical? O sea, nosotros, la inmensa mayoría de la Iglesia, somos, para la misma Iglesia, algo no deseable, pues de lo contrario ¿para qué “reducir” y castigar con ser laico?

La génesis de esta disociación tiene como máximo exponente al santo jesuita Roberto Belarmino, del cual pocos recuerdan su labor como inquisidor de Bruno y Galilei, y quien además, en el siglo XVI fijó la doctrina de la “Societas Perfecta”, que en simples palabras, propugnaba que una sociedad perfecta debía dividirse entre virtuosos y mundanos. Los virtuosos serían los que ejercen la labor de gobernar teniendo el monopolio de lo sagrado; y los viciosos, los gobernados y profanos. Como la consagración sacerdotal dotaba al clero de las mayores virtudes, esta sociedad perfecta debía ser dirigida por el clero, donde el romano pontífice era el jefe supremo. En esta concepción yace el fundamento teológico que configuró a la jerarquía de la Iglesia como un orden imperial, pero también, ésta es la razón que subyace al mayor castigo para un sacerdote.

Si bien han pasado más que suficientes siglos, cuando el año 2002 Juan Pablo II señaló que “no hay lugar en el clero” para quienes abusen de menores, está aplicando la misma lógica de hace cinco siglos atrás, pues si no hay lugar en el clero, sí existe un espacio donde pueden estar esas personas: el laicado.

Como hemos sido formados en esta lógica, a muchos irritó que Fernando Karadima haya llegado a tribunales, a declarar como testigo, vestido de sacerdote con rosario en mano. Muchos querrían que lo hubiese hecho de civil, o sea, Karadima como laico. ¿Por qué debemos los no consagrados, recibir y aceptar aquello que el clero desecha? A decir verdad, lo más irritable, es que Karadima haya declarado en libertad cuando su lugar es otro: la cárcel vestido de cura.

Esto demuestra que, lo que sucede en Osorno respecto al obispo Barros no es un acto de puritanismo, sino de justicia, pues es el laicado el que pide que los consagrados se hagan cargo de los vicios que hay dentro del mismo clero en vez de cargárselos exclusivamente al laicado. No hacerlo, ha significado el desincentivo de la jerarquía en cambiar reglas e instituciones que permiten que más Karadimas proliferen. En total, lo endosan a los laicos, y nosotros aceptamos.

Por suerte, hasta antes de Belarmino hay a lo menos 15 siglos donde la lógica era otra. ¿Por qué no atreverse a cambiarla?

Juan Carlos Claret Pool