Diócesis de Villarrica celebró Misa por el descanso eterno del ex presidente Sebastián Piñera

Diócesis de Villarrica celebró Misa por el descanso eterno del ex presidente Sebastián Piñera

En una conmovedora Misa celebrada el día miércoles 7 de febrero, la Catedral de Villarrica se convirtió en el epicentro de un sentido homenaje al ex presidente Sebastián Piñera. La santa Misa, presidida por Monseñor Francisco Javier Stegmeier S., Obispo de Villarrica, reunió a fieles, autoridades regionales y comunales para honrar la memoria del ex mandatario, quien falleció trágicamente a los 74 años en un accidente de helicóptero en el lago Ranco, el pasado martes 6 de febrero.

 
Jueves 08 de Febrero de 2024
La Eucaristía ofreció un espacio de reflexión y consuelo para aquellos que quisieron orar por el eterno descanso del ex presidente Piñera. La presencia de autoridades regionales y comunales enfatizó la relevancia y el legado dejado por el ex presidente en la historia de Chile.

La catedral, colmada de personas, fue testigo de un tributo cargado de emotividad y respeto hacia quien fuera líder de la nación. Monseñor Stegmeier pronunció una homilía conmovedora, compartiendo palabras de aliento y reflexión sobre la vida y el servicio público de Sebastián Piñera.

Homilía completa de Monseñor Stegmeier:

Hermanos en Jesucristo:

¡A todos Ustedes, que han venido a orar por el eterno descanso del alma del Señor Presidente, Don Sebastián Piñera, les saludo deseándoles la bendición del Señor.
Ofrecemos esta Santa Misa en sufragio por el alma de Don Sebastián y también por su esposa, Sra. Cecilia, sus hijos y su familia. A todos ellos les conceda el Señor su paz, fortaleza y consuelo.

A todos nos reúne en este templo el aprecio y el reconocimiento de este hombre trágicamente fallecido dotados de grandes cualidades humanas. Ya de ello se habló antes de iniciar esta Santa Misa.

Hoy nos corresponde mirar al Señor, confiar en su infinita misericordia y hacer un acto de fe en la divina providencia, que nunca se equivoca y que siempre es expresión de la sabiduría, del poder y de la justicia de Dios, pues “todo concurre para el bien de los que aman al Señor” (Rm 8,28).

Como hemos escuchado en la primera lectura, si Dios, en su designio, tenía contemplado que Don Sebastián llegase a ser Presidente de Chile, para que gobernase con justicia –de lo que tendrá que rendir cuenta ante Dios-, también estaba en su designio el momento, el lugar y el modo de sufrir la muerte.

Nuestra oración hoy es que su morir haya sido un participar de la muerte de Cristo, para que así pueda participar del don de su vida eterna y, al final de los tiempos, de su Resurrección. También nos corresponde hoy mirar, no al exitoso empresario, ni al político que llegó a ser Presidente de la República, sino al hombre, a Don Sebastián Piñera, hoy ya fallecido y por cuya alma estamos orando al Señor de las misericordias para que lo tenga junto a sí en su Reino.

En el Evangelio nos ha enseñado el Señor acerca de la importancia y la prioridad de lo que está dentro del hombre, por sobre lo que está fuera: “Escuchen y entiendan todos: Nada que entre de fuera puede hacer al hombre impuro; lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre”.

Cada uno de nosotros vale por lo que es, no por lo que tiene o por lo que hace. Esto segundo es consecuencia de lo primero. Todos nosotros somos en realidad lo que somos ante Dios. Lo definitivo es cómo nos ve el Señor. De Jesús se dice en el Evangelio: “Él sabía lo que había en cada hombre” (Jn 2,25)

Hermanos, en este momento en que oramos por Don Sebastián, un hombre que ocupó dos veces el máximo cargo al que puede aspirar un chileno en la República, quiero hacer un paralelo con las exequias que se realizaban al Emperador del Imperio austrohúngaro, para que comprendamos quienes somos nosotros ante la infinita majestad y santidad de Dios.

El rito previo al entierro estaba marcado por un fastuoso ceremonial. El féretro era conducido a un convento de Viena, acompañado por doscientos militares a caballo, que daban paso a la carroza fúnebre, tirada por seis corceles negros.
Al llegar al convento, el cortejo se detenía frente al portón de entrada, y allí un importante personaje daba fuertes golpes a la puerta. Desde dentro alguien pregunta: “¿Quién es?”. La respuesta era: “Su Majestad Imperial, Emperador de Austria, Rey de Hungría, Rey de Bohemia…”. Y así muchos otros títulos. ¿Qué respuesta se escuchaba desde el interior del convento? “A ese señor no lo conocemos”.

En el ritual se repetían los fuertes golpes a la puerta, pidiendo entrar. Y se repetía la misma pregunta: “¿Quién es?”. Y se respondía de nuevo nombrando todos los títulos nobiliarios del difunto emperador. Y la respuesta volvía a ser la misma: “A ese señor no lo conocemos”. Por tercera vez se llama de nuevo a la puerta y de nuevo, la misma pregunta: “¿Quién es?”.

Pero ahora la respuesta era: “Un pobre pecador”. Entonces la respuesta era: “A ese lo conocemos. Puede entrar”. Ante Dios nos presentamos de esa manera: el alma desnuda despojada de todos los títulos y posesiones de este mundo.

Nuestro compatriota y hermano en la fe, Don Sebastián, en el mismo instante de su muerte dejó de poseer como propio todo lo de este mundo –como también nos acontecerá a nosotros en el momento sólo conocido por Dios- y comenzó a tener como lo único propio su alma y con ella la eternidad, que suplicamos al Señor sea en el Cielo, en el gozo de la comunión de vida con la Santísima Trinidad, el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo.

Ante Dios, sólo es posible decir: Señor, soy tu criatura, totalmente dependiente de ti y que tú me creaste para un día estar contigo. Pero soy también un pecador, que te he sido infiel, porque no te he amado por sobre todas las cosas ni he amado a mi prójimo como a mí mismo.

Todos debemos reconocernos publicanos, como el del Evangelio: “el publicano, manteniéndose a distancia, no se atrevía ni a alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: "¡Oh Dios! ¡Ten compasión de mí, que soy pecador!".

Este sincero reconocimiento de su verdad ante Dios, lleva a que Jesús diga: “Éste bajó a su casa justificado” (Lc 18,13-14)

Como todos nosotros, Don Sebastián, tenía virtudes y defectos. No siempre sus palabras y acciones se conformaron, como debería haber sido, a la verdad y al bien. Tampoco a algunas enseñanzas de la Iglesia, cuya fe él profesaba. Por eso, lo encomendamos a la misericordia del Señor.

Estas deficiencias, sin embargo, no significan que no haya sido un sincero católico. Mantuvo la fe de sus padres. Se sabe que era un fiel de Misa dominical, de comunión eucarística y confesión más o menos frecuente. Nunca renegó de su fe y de su condición de Hijo de Dios. También confesaba su condición de pecador.

Como cualquier católico, iba a Misa como uno más y junto con todos, como lo hemos hecho hoy nosotros, decía: “Yo confieso que he pecado mucho…”.

Pero también, junto con todos, como también lo haremos nosotros, decía: Creo “en Dios Padre, en Jesucristo, en el Espíritu Santo. Creo el perdón de los pecados, la resurrección de la carne y la vida eterna”.
Y luego, se acercaba a recibir a Cristo, Pan de vida eterna. Pedimos hoy a Jesucristo que se cumpla en nuestro hermano, Don Sebastián, su promesa: “El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último día” (Jn 6,54).

La fe de Don Sebastián era sencilla, similar a la de tantos de nosotros.

Esta fe es la que expresó -quizá con cierta ingenuidad, pero con valentía-, el día en que recibe en su hogar la imagen de la Virgen de Fátima peregrina por Chile y, más aún, cuando decide recibirla en la misma Casa de Gobierno, La Moneda, el 27 de septiembre de 2019. Recordemos sus palabras en aquella ocasión, que fueron una oración pública:

“Yo le quiero pedir a la Virgen que su visita nos ayude a unir a los chilenos. Que tranquilice y apacigüe el corazón de los violentos, que inspire y fortalezca el espíritu de los hombres y mujeres de buena voluntad, porque a Chile nos hace falta visitas como la de la Virgen de Fátima”.

¡Cuántas veces, Don Sebastián, como hijo de María le habrá dicho: “Ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte”!

Ante Dios ya dejó de ser el ex – presidente, el exitoso empresario. Ahora ha de poner su confianza en nada propio, sino en el amor misericordioso del Padre, en los infinitos méritos de Jesucristo quien por nosotros y nuestra salvación se encarnó, murió y resucitó, en la gracia del Espíritu Santo y en la intercesión de María Santísima y de todos los Santos.

La fe en Jesucristo, la esperanza puesta en las promesas de vida eterna, la confianza en la misericordia divina, la vida sacramental y la devoción a María son signos de predestinación a la gloria del Cielo. Esto es lo que esperamos y esto es lo que pedimos para Don Sebastián.

Acercarse a Jesús en la tierra, recibirlo como es debido en la Eucaristía, Pan de vida eterna, lleva a que se realicen sus palabras: “El que venga a mí, no tendrá hambre, y el que crea en mí, no tendrá nunca sed” (Jn 6,35).

Termino mis palabras repitiendo el Salmo, como si fuese dicho a nuestro hermano y compatriota, don Sebastián:

“Encomienda tu camino al Señor,
confía en él, y él actuará:
hará tu justicia como el amanecer,
tu derecho, como el mediodía.
El Señor es quien salva a los justos,
Él es su alcázar en el peligro;
el Señor los protege y los libra”.

Don Sebastián Piñera, descanse en paz.

Fuente: Comunicaciones Villarrica
Villarrica, 08-02-2024
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